Producción: Mara Pedrazzoli

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La irreversibilidad del ajuste

Por Pablo Neira (*)

Argentina atraviesa hace aproximadamente diez años una crisis de estancamiento. Este fenómeno, que encuentra su centralidad en un déficit externo estructural –lo que los economistas conocemos como “restricción externa”– ha generado un paulatino deterioro de las condiciones económicas y sociales, con crecimiento de la pobreza, caída del salario real y precarización de las condiciones laborales.

Los sucesivos gobiernos han intentado cerrar esa brecha externa de distintas maneras. Comenzando por la implementación del cepo allá por 2011, se sucedieron las restricciones a las importaciones y el endurecimiento de los controles cambiarios. Luego vinieron, con el cambio de gobierno, el intento de cerrarla vía devaluaciones y vía financiamiento con deuda externa, primero con privados y luego con el FMI. Esto concluyó con la reimplementación del cepo, que a lo largo de los últimos años se ha endurecido para el atesoramiento, el turismo, y en última instancia para importar incluso insumos productivos.

Los resultados, está a la vista, estuvieron lejos de resolver el problema en el largo plazo, y como mucho, han oxigenado las cuentas externas en el corto plazo. De esta forma, los desequilibrios externos persisten. Y todo desequilibrio, cuando perdura en el tiempo, se resuelve necesariamente en algún tipo de “ajuste”.

El problema no es que la economía (o la política económica) “ajuste”, que es algo inevitable ante un desequilibrio de este tipo, sino el tipo de ajuste. La salida puede ser vía un “ajuste recesivo”, es decir, una contracción de la demanda que reduzca el consumo, las importaciones y los saldos disponibles para atesoramiento, cerrando la brecha externa con un achicamiento de la economía. O bien la salida puede ser vía lo que se llama en la academia “ajuste estructural”, que es una expansión de la producción y la oferta que incremente los volúmenes exportados y el ingreso de capitales para inversión, cerrando la brecha externa a partir de una mayor disponibilidad de divisas.

La encrucijada que se presenta para la gestión macroeconómica radica en que hoy no existe posibilidad de un “ajuste estructural” que incremente la oferta de dólares en el corto plazo. Con la sequía más importante en mucho tiempo, se estima que se perdieron cerca de 20.000 millones de dólares en exportaciones, casi un 25 por ciento del total exportado de bienes en 2022. En este sentido, la economía está entrando indefectiblemente en un nuevo “ajuste recesivo”.

Desde el costado externo, este ajuste recae tanto en precios como en cantidades. El ajuste en cantidades radica fundamentalmente en las crecientes restricciones a las importaciones, que se endurecen a medida que se avizora una brecha externa cada vez más grande producto de la sequía. En materia de precios, se trata del diferimiento y las limitaciones de pagos, que incrementan los costos financieros de importar y a la vez fuerzan a cada vez más empresas a recurrir a los mercados paralelos para pagarlas, encareciendo la importación. De esta forma, se reduce la demanda de dólares y se “ajusta” el frente externo.

Lejos de generar una mayor actividad económica, estas restricciones entorpecen la producción debido a la imprevisibilidad y la irregularidad en el abastecimiento de insumos. Con una industria que no puede responder inmediatamente vía sustitución de importaciones, este contexto conduce a turnos reducidos o incluso paradas de planta. De esta forma, se aprecia el componente recesivo del ajuste.

El problema es que este tipo de ajustes no logran evitar que la restricción externa asfixie nuevamente a la economía, en tanto su causa estructural –la escasa oferta de divisas– persiste. La única forma de lograr esto es vía ese ajuste estructural, donde el incremento de las exportaciones adquiere un lugar central para alcanzar un estadío que logre garantizar mejores condiciones de vida para los argentinos.

Varias alternativas se vislumbran en el largo plazo como aquellas que pueden dar ese salto cualitativo a la estructura productiva argentina, con Vaca Muerta a la cabeza. Sin embargo, están lejos de aportar soluciones a las urgencias del día a día de una economía que navega sin dólares hace varios años.

En el corto plazo, solo queda enfrentar la irreversibilidad del ajuste recesivo. En ese sentido, se vuelve central el esfuerzo por administrarlo de la forma menos caótica posible, evitando que el mismo deteriore aún más las condiciones socioeconómicas de la población y al mismo tiempo asegurando financiamiento para aquellos proyectos que generen un ajuste estructural para salir del estancamiento.

(*) Economista UBA-UNSAM, integrante de Misión Productiva.

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Pensar una nueva estrategia

Por Marcelo Rougier (**)

Los problemas del sector externo han sido comunes en los países subdesarrollados y no sólo. En la Argentina la disponibilidad de divisas ha sido un factor que ha estimulado o limitado el crecimiento económico en diversos momentos históricos y por circunstancias también muy diferentes. Durante el predominio de una economía basada en la agroexportación, que tuvo lugar durante las últimas décadas del siglo XIX y hasta la crisis mundial de 1929, la restricción estaba determinada, de modo fundamental, por las posibilidades de exportación de los productos primarios, definidas por la capacidad de compra de unos pocos países y de los precios internacionales, así como de las posibilidades productivas locales (amenazada por sequías, plagas, etc.). También en el marco de esa primera etapa de globalización tenían un peso determinante los flujos de capitales internacionales cuya llegada o no determinaba la capacidad de pago de las deudas contraídas previamente (principalmente para desarrollar la infraestructura). A partir de los años treinta y durante la vigencia del modelo de industrialización por sustitución de importaciones la insuficiencia de divisas se enmarcó en la dinámica de lo que los economistas han llamado el “modelo stop and go”, esto es la aparición de una crisis de balanza comercial derivada del aumento de las importaciones de insumos, maquinarias y equipos que necesitaba el sector manufacturero para sostener su expansión. Dado que la industria no exportaba, esas dividas eran generadas por el sector agropecuario, que sufría los efectos del clima en ocasiones o de políticas de precios desfavorables.

Repasemos dos de esos momentos con el propósito de analizar las circunstancias que condujeron a la crisis y las respuestas de política económica y particularmente industrial que se tomaron para solucionarlas en el corto plazo, así como las alternativas derivadas para el más largo plazo de forma tal que puedan brindar pistas para entender la situación actual y diseñar herramientas hacia el futuro.

La aparición de saldos negativos en la balanza comercial hacia 1949 como consecuencia de una muy mala cosecha y de las crecientes importaciones para el sector industrial amenazó el esquema de transferencias de ingresos del sector rural al urbano que el gobierno peronista había impulsado exitosamente en sus primeros años (y que había tenido al Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio -IAPI- como herramienta fundamental). La toma de conciencia de los condicionantes estructurales que llevaban a la situación de crisis (la falta de integración del sector industrial y/o la escasa dinámica de las exportaciones) demandaban por parte del gobierno un replanteo en la estrategia de crecimiento, pero los problemas más acuciantes postergaron la planificación del largo plazo en favor de medidas tendientes a restablecer las cuentas externas en el corto plazo a través de políticas de ajuste monetario y cambiario. Más tarde, a partir de 1952 y particularmente con el Segundo Plan Quinquenal, se diseñaron algunas estrategias para resolver los problemas estructurales, fundamentalmente estimulando la producción agropecuaria (con mejores precios y créditos) e impulsando el desarrollo de industrias complejas (productora de maquinarias agrícolas, automóviles, etc.) con la ayuda del capital extranjero. La idea era reducir las importaciones a la vez que incrementar la producción agropecuaria y las posibilidades exportadoras de ese sector.

Por su parte, a fines de los años cincuenta, la estrategia desarrollista del gobierno de Arturo Frondizi colocó el énfasis en el aporte del capital extranjero buscando también la integración “hacia atrás” del sector industrial y la reducción de las importaciones (de maquinarias, insumos y combustibles), ahora confiando escasamente en las posibilidades del agro para incrementar la entrada de divisas. La idea era cerrar más la economía de forma tal que se necesitaran menos divisas mientras se modernizaba e incrementaba la productividad del sector industrial. Pero, ni aun con resultados notables como el de la rápida expansión petrolera y la sustitución en ese rubro o en el de automotores, el coeficiente de importaciones pudo reducirse mucho. En 1962 y 1963, luego de dos años de crecimiento, la crisis golpeó nuevamente a la economía argentina; una vez más, ello fue consecuencia de los problemas de insuficiencia de divisas por el bajo nivel de exportaciones, crecientes importaciones y una falta de confianza en la estabilidad de la moneda local que promovió en ese escenario una importante de fuga de capitales.

Luego de esa crítica coyuntura, estas experiencias fueron recuperadas por los economistas en un rico debate vinculado a los límites concretos o potenciales del desarrollo industrial diseñado en los años cuarenta y cincuenta, convencidos de la necesidad de profundizar la industrialización a la vez que avanzar en las alternativas de exportación manufacturera, en particular a través de la integración comercial con los vecinos países del área latinoamericana. La consolidación de esa estrategia en la segunda mitad de la década de 1960 permitió un indudable avance de la estructura del sector y coadyuvó a sostener un crecimiento económico ininterrumpido hasta 1975, cuando se desnudaron algunos límites estructurales y políticos de ese proceso, y se procedió al abandono de la industrialización como eje de la economía argentina. La restricción externa a partir de la última dictadura militar se expresaría, de modo principal, no por un déficit comercial sino por el peso notable de la deuda externa; hoy en día el fuerte endeudamiento y las dificultades estructurales que se manifiestan en la escasa capacidad de incrementar las exportaciones (agropecuarias y manufactureras) constituyen los principales condicionantes para el crecimiento de la economía argentina. Estamos a la espera de un debate profundo que, sobre la base de un ajustado diagnóstico de la estructura productiva local y de sus posibilidades de integración en el mercado mundial, habilite una estrategia de desarrollo consensuada por amplios sectores sociales para el largo plazo.

(*) Investigador del IIEP-CONICET y Profesor Titular de Historia Económica Argentina (UBA).