El ermitaño contumaz confiesa que vive sus días como un gato sobre un radiador. El escritor “barroco” que convierte el silencio en un susurro atronador ama los libros y su mundo. “Leer vuelve a abrir el pasaje hacia la vida, el pasaje por donde pasa la vida, la súbita luz que nace con el nacimiento”, plantea Pascal Quignard, flamante ganador del Premio Formentor de las Letras 2023, en el último libro publicado en Argentina, El hombre de las tres letras (El cuenco de plata), el volumen XI de la serie Ultimo reino, traducido por Silvio Mattoni. 

El autor y también músico francés, pianista y violonchelista, no es el típico intelectual parisino. Ni su escritura, ni su sensibilidad, ni su horizonte vital encajan con el bullicio y los tiempos de París. Aunque en los años noventa trabajó para Gallimard, un gigante de la edición, y fue el secretario general de la editorial, un día decidió dejarlo todo y retirarse a escribir. Entonces se instaló en Sens, a 130 kilómetros de la capital francesa, en el departamento del Yonne. El autor de más de setenta obras, que en octubre visitará Buenos Aires por primera vez, conjuga en sus textos relato, ensayo, aforismo, poesía y filosofía.

“Soy un barroco. Busco la intensidad de la emoción por cualquier medio”, se definió Quignard. “No soy un clásico, no busco la perfección. Los barrocos buscan la intensidad no la belleza. Si podemos hacer llorar somos felices”, explicó en una entrevista reciente con El País de España. “La intensidad es el momento en el que las cosas se desbordan. Es lo mismo con el amor. La sexualidad no es más que desbordamiento, es un brotar. Hay obras, obras muy bellas, que son calma, equilibrio, y puede estar muy bien. Y, en cambio, hay obras que buscan solo la intensidad, el desbordamiento, el brotar: estas son las barrocas”, agregó el autor de Todas las mañanas del mundo (1991), una novela que explora la vida del violagambista Martin Marais en la corte de Luis XIV; La barca silenciosa (1998), una colección de ensayos sobre la música y la literatura; El odio a la música (1996), un ensayo sobre la relación entre la música y la violencia; Vida secreta (2001), una novela sobre el amor y la muerte, basada en la vida del poeta francés francés François Villon; Terraza en Roma (2000), una novela corta que explora la relación entre el arte y la naturaleza; y el más reciente El amor el mar (2022), que narra la historia de un amor desbordado entre dos músicos imaginarios, Hatten y la nórdica Thullyn.

“Su extensa obra, nacida al margen de los dictados del tiempo, despliega el exhaustivo dominio de una lengua flexible, luminosa y penetrante. En sus numerosos libros una deslumbrante erudición renueva la energía creativa de las primeras fuentes. Es el legado grecolatino, medieval y barroco, el pensamiento oriental y la filosofía occidental, lo que alienta el asombro por la monumental invención de la literatura universal”, argumentó el jurado del Premio Formentor, integrado por Basilio Baltasar, Ramón Andrés, Víctor Gómez Pin, Anna Caballé y Juan Luis Cebrián. Quignard fue elegido “por la maestría con que ha rescatado la genealogía del pensamiento literario, por la destreza con que se sustrae a la banalidad textual, por haber resuelto las dimensiones más inesperadas de la escritura, por la composición de su gran tratado sobre los enigmas literarios del alma humana”. En el acta de este premio dotado de 50.000 euros, que han ganado en ediciones anteriores Jorge Luis Borges, Samuel Beckett, Witold Gombrowicz, Enrique Vila-Matas, Javier Marías, Ricardo Piglia, César Aira y Arnie Ernaux, se ponderó “el flujo musical de una prosa inagotable y efervescente”. “Las claves musicales, tan presentes en su obra, permiten leer los libros de Pascal Quignard como un partitura abierta a ser interpretada y consumada. De aquí procede la singular complicidad, tan exigente y radical, que propone el escritor a sus lectores”, destacó el jurado.

Dos editoriales argentinas están publicando la obra de Quignard. El cuenco de plata editó el monumental proyecto Último reino desde el primer tomo, Las sombras errantes. Se fueron sumando Sobre lo anterior (II), Abismos (III), Las paradisíacas (IV), Sordidísimos (V), La barca silenciosa (VI), Los desarzonados (VII), Vida secreta (VIII), Morir por pensar (IX), El niño de Ingolstadt (X) y El hombre de las tres letras (XI). También por El cuenco de plata han aparecido En ese jardín que amábamos, Las lágrimas y El ser del balbuceo. Interzona, en tanto, aportó tres títulos: El hombre en la punta de la lengua, El origen de la danza y Princesa, vieja reina.

Quignard, que nació en 1948 en Verneuil-sur-Avre, en el seno de una familia de músicos y especialistas en literaturas clásicas, estudió filosofía en Nanterre con Immanuel Lèvinas, Jean-François Lyotard y Paul Ricoeur. El escritor que más admira es Chuang-Tse. Le gustan los taoístas, que rechazan la sociedad y están en la montaña. “Chuang-Tse dice que no hay que escribir, sobre todo no hay que hacer nada. Yo escribo mucho. Es una contradicción. La asumo”, reconoció el autor de las novelas El salón de Wurtemberg (1986) y Las escaleras de Chambord (1989), que ha sido distinguido con varios premios como el Goncourt por Las sombras errantes (2002), y en 2019 el Marguerite Yourcenar por el conjunto de su obra. “Mi manera de vivir es escribir. No vivo las cosas si en un segundo tiempo no las vuelvo a vivir por medio de la escritura -dijo el ermitaño contumaz-. Los gatos, de cada 24 horas duermen 20. Pienso que lo esencial de sus vidas consiste en soñar la vida que han tenido en las cuatro horas que estaban despiertos. Me parece que estoy construido igual”.