Hace no mucho, en 2012, cuando ya todo parecía descubierto, el fútbol criollo encontró un nuevo lugar para mover dinero e influencias: Villa Soldati. Sacachispas celebró un extraño convenio con el Mercado Central mientras, a pocas cuadras, el abogado Víctor Stinfale se volcaba con la marca Speed en Deportivo Riestra. Lo de Sacachispas acabó pronto y mal, pero lo de Riestra progresó de manera inimaginada: en media década enhebró ascensos casi sucesivos desde la D, su categoría histórica, hasta quedar de nariz en la nuca de la Primera, la B Nacional.

Fundado en 1929 en Pompeya, Riestra está cerca de cumplir 90 años, aunque su historia parece haber adquirido otro trazo este lustro, precisamente desde que Stinfale puso el pie. “Un día vino y me dijo que quería un lugar para divertirse. Mientras él y nosotros estemos cómodos, vamos a ir para adelante”, le ¿explicó? el entonces presidente José Tirri al portal El Equipo, de Deportea. El arreglo, dicen, “es de palabra”. No se firmó un solo papel.

Víctor Stinfale se hizo famoso después de defender a personajes sacados de novelas noir, como el asaltante de blindados Luis Valor o el traficante de armas Monzer Al Kassar, y también por quedar entreverado en la causa del atentado a la AMIA. Además se lo vinculó con un entramado de boliches (que iban desde Pachá hasta Ku, en Pinamar) y fiestas electrónicas, entre ellas la Time Warp, por cuyas cinco muertes estuvo detenido un tiempo. Atribuciones repetidas como ciertas en distintos ámbitos (incluso en los cercanos a él) pero que hasta ahora nadie pudo demostrar en su propia arena: la judicial.

La “gestión Stinfale” en Riestra comenzó con todo: desde una pretemporada en Santa Teresita con entrenamientos a las 3 de la madrugada hasta la contratación de un dentista para que emparejara al plantel. En 2013 se produjeron dos estrenos relevantes: la pilcha Adidas (que en Argentina solo viste a la Selección, River, Newell’s…   y Riestra) y la primera invasión de campo que interrumpe un partido clave. Esa vez, ante Ituzaingó, no funcionó, aunque algo similar se ensayó con éxito un año después, ante Barracas, subiendo de ese modo a la C.

Dicen que ni bien desembarcó en el club, Stinfale preguntó cuánto tiempo se necesitaba para llegar a la A. Algunos lo miraron azorados, aunque quienes lo conocen saben que detrás había un plan aún más ambicioso: seguir posicionando a Speed, una bebida energizante que sólo en Argentina logró ganarle el mercado a Red Bull. Son los mismos que dicen que en su oficina tiene un poster de Tony Montana con el logo de Speed y una alfombra del competidor para limpiarse los zapatos.

Speed monopoliza la casaca de Riestra y también la publicidad de todo el estadio, el modesto Guillermo Laza. Cancha y cartelería ganaron muchos minutos aire toda vez que Diego Maradona, uno de los clientes dilectos de Stinfale, se arrimó para dar dirigir un entrenamiento, dar una charla técnica o ver un partido desde un improvisado palco.  El “efecto derrame” aplicado al marketing.

Cuando ese surrealismo (para algunos mágico, para otros trágico) parecía insuperable, aparece ahora la polémica final ante Comunicaciones que suma al ya conocido repertorio de invasiones una serie de novedades como la ampliación ilegal de las áreas para “conseguir penales” (algo que, de hecho, sucedió). Aunque, en esencia, el “experimento Riestra” no sea muy distinto al de tantos otros que protagonizan nuestro fútbol: siempre pródigo en promesas pero, casi como si fuera la misma cosa, flojo de papeles.