“Advertimos azorados un porvenir inseguro, efecto de una de esas situaciones graves que se manifiestan bajo las formas inhumanas de la desocupación, carestía de la vida, bajos salarios, escaso rendimiento del poder adquisitivo, alto déficit de vivienda, hospitales abarrotados, niños enfermos y desnutridos, carencia de una asistencia médica social y vigorosa y congruente. Se suma a esta situación desalentadora el cierre de plantas industriales, suspensiones masivas de personal, retracción en los sectores de la producción, desniveles marcados entre producción y consumo, y una paralización virtual del aparato financiero económico, ya sea estatal o privado, que hace difícil un cambio o una salida del estancamiento en que nos encontramos. Esto configura algo más que una crisis; es la conculcación, la negación misma de los derechos humanos y cristianos de la persona…Debemos llamar especialmente la atención, sobre la ilicitud de las ganancias usurarias fruto de este espíritu, que han practicado en estos últimos años muchas de las llamadas empresas financiadoras. Este proceso ha encarecido enormemente el valor del dinero haciendo perder la función social y natural del ahorro. Lo que a su vez, ha incidido directamente sobre el incremento desmesurado de los costos de la producción y de los precios de venta al consumidor. Todo lo cual, finalmente ha desembocado en la inflación que padecemos y, particularmente el sector obrero y ponderables núcleos de la clase media, que han visto disminuir vertiginosamente el poder adquisitivo de sus magros ingresos.”

Este diagnóstico de Enrique Angelelli en 1963, cuando era Obispo Auxiliar de Córdoba, cobra una vigencia preocupante ante la grave situación que padecen hoy especialmente los más empobrecidos. 

Los datos de la dura realidad nos dicen que el año pasado perdieron su trabajo unas 100.000 personas y en lo que va de este 2017 rondan las 25.000, sin contar los empleados en negro, changarines y cuentapropistas. Según las estadísticas oficiales el desempleo en el conurbano bonaerense supera el 11,8 por ciento, en Rosario creció al 10,3 y en Córdoba al 9.9. El Indec –la oficina de estadísticas del gobierno nacional– dice que “a unos 3,5 millones de autoexcluidos por el denominado efecto desaliento –que ya no buscan trabajo– se le suman 1.200.000 desocupados y otro tanto de subempleados, más 3.4 millones de ocupados en negro, lo que totaliza más de 8.000.000 de personas fuera del mercado laboral”. La consultora Ecolatina dice que “en 31 aglomerados urbanos hay 1 millón 24 mil trabajadores subocupados. 

El aumento desorbitante de los niveles de pobreza ha sido señalado en los últimos informes de la Universidad Católica Argentina. En Córdoba 618.000 personas están en el umbral de la pobreza, es decir con lo que ganan no les alcanza para la canasta básica alimenticia y de servicios. Algo más de 453.000 son pobres y 165.000 indigentes. Esto representa el 40,5 por ciento de la población de la ciudad de Córdoba, con el 10,8 por ciento de indigentes. Por su parte, el Centro de Investigaciones Participativas en Políticas Económicas y Sociales (CIPPES) indica que en Córdoba 564 mil niños y adolescentes (el 55,63) estaban en condición de pobreza al tercer trimestre de 2016. En La Rioja se han perdido 1.600 puestos laborales en el último año y medio por la apertura de las importaciones textiles.

Al cierre de innumerables fábricas textiles, alimenticias, químicas, electrónicas y metalúrgicas en todas las provincias argentinas se le agrega las reducciones de personal en otras que ya lo vienen anticipando para después de las próximas elecciones. La calidad de vida de las familias argentinas ha sido abruptamente degradada. 

A este triste y frío panorama en números, que esconden el drama de ciudadanos de todas las latitudes del país, se le suma la respuesta del gobierno mediante una feroz represión que se va incrementando, con nuevos equipos y armamentos para acallar la protesta social. Y el mayor empobrecimiento que significarán las modificaciones a la legislación laboral, sindical y previsional. Sin duda el desamparo más cruel e injusto es el que sufren los niños, los ancianos y los discapacitados, que padecen la quita de derechos reconocidos en las leyes.

En este nuevo aniversario del asesinato del Obispo Angelelli, su memoria cuestiona desde la fe y la esperanza a no quedarnos en el lamento; y buscar formas organizadas de solidaridad y lucha, acompañando los diversos reclamos de las víctimas directas de estas injusticias.

Traemos el mensaje escrito que nos dejó como legado para actualizarlo en nuestros días. Compartiendo la vida de los pobres, en La Rioja, reflexionó: “En el sufrimiento de nuestro pueblo está el grito de Dios Encarnado que nos debe hacer pensar en el cambio de sistema de vida que llevamos. Todo lo que atente contra la dignidad de cada hombre es una ofensa a Dios, es un ultraje a Él.” (1-1-1972). “Pareciera que Dios quiere enseñarnos cómo construir un verdadero proyecto que haga feliz a un pueblo, sólo cuando le ponemos en serio el oído a ese mismo pueblo”. (28-7-1974). 

Pero esta actitud de servicio siempre afectó –y afecta– los intereses de minorías con privilegios. El Obispo Angelelli lo asumió y lo dijo: “Por eso, la Iglesia deberá jugarse hasta el martirio si fuere necesario, en el cumplimiento de su misión, para que los hombres y los pueblos sean siempre templos vivos de Dios y tratados como tales”. (9-6-1974). Su mensaje es denuncia y propuesta. Su memoria sigue interpelando. Su martirio es el sello de las palabras convertidas en acciones de justicia y solidaridad.

“Trabajo, trabajo…Cuando la gente pide trabajo está gritando contra este tipo de sociedad que tenemos” E. Angelelli, (Reportaje en Familia Cristiana, abril 1975). 

Esta voz profética de un obispo debiera interpelar también a la actual jerarquía católica, como a la de otras iglesias, para denunciar la grave situación y exigir medidas que hagan justicia para la vida digna de los pobres.

* Querellante en la causa judicial por el asesinato de Angelelli.