Hay algo infrecuente en El clan Vega, nuevo film de José Campusano, con el que regresa a la Competencia Argentina del 24° Bafici. Algo que lo distingue de los que viene presentando, a razón de dos por año, al menos desde 2014. Es cierto que los elementos que conforman la identidad del gen Campusano están ahí. Desde los que tienen que ver con lo argumental (historia sórdida; la violencia como lenguaje trágico; ambiente ajeno a la pequeña burguesía), hasta los vinculados a lo formal (elenco de actores no profesionales; actuaciones rígidas; alto grado de crudeza en el registro). Sin embargo, es posible reconocer notas inesperadas en el tono de El clan Vega, notas cuya presencia es difícil de recordar en la extensa filmografía del mismo período.

Un hombre ya grande vive solo con su hijo discapacitado en un caserón en ruinas, en una pequeña ciudad rural. Un día llega una sobrina a la que no conoce, hija de una hermana que se fue de la casa hace mucho. La mujer llega con su marido y dos hijas para instalarse en la casa, primero rogando ayuda, luego cada vez con mayor prepotencia. Familia Manson a la criolla, los padres y las nenas comenzarán a cometer todo tipo de maldades contra cada persona con la que se cruzan. En el reparto hay policías, vecinos desconfiados, adolescentes maleducados y paisanos de distinta laya, criaturas habituales en los infiernos grandes que imagina Campusano.

Apoyado en la premisa de evitar las escenas que no alimenten al núcleo de la historia, el director esta vez no se demora en subtramas cuyo único objeto es aportar dosis innecesarias de sordidez, habituales en su obra. El guion construye cierto suspenso e impulsa la aparición de una monstruosidad que se nutre de lo cotidiano, para que los protagonistas, en especial los dos adultos, se tornen cada vez más repulsivos. Pero lo que más sorprende es que lo hace a partir de un tono de farsa que auspicia la aparición del humor, usado para retratar las tropelías de la familia. Campusano aprovecha la novedad para que sobre ella fluya la narración, limando, aunque sea un poco, la conocida aspereza de su cine.

Las otras dos películas de la competencia muestran algunas coincidencias entre sus protagonistas, ambos embarcados en la búsqueda de su propio lugar dentro de un mundo en el que no terminan de sentirse cómodos. Como se dijo del trabajo de Campusano, acá la diferencia también viene dada por el tono. Porque mientras en El siervo inútil se reconocen los claroscuros del thriller, en el que se cruzan los mundos de la política y los negocios, en El hincha la cosa va por el lado de la comedia asordinada y un drama personal de aristas más amables. Y así como el relato de esta última fluye de un gris monótono hacia un destino que se aventura más luminoso, la primera no puede evitar hundirse cada vez más en sus propias sombras.

El siervo inútil

Dirigida por Fernando Lacolla, El siervo inútil es la historia de Luca, un hombre que se encamina a la mediana edad, quien trabaja con su suegro en un emprendimiento inmobiliario de alto perfil en Córdoba capital. El tipo lleva una vida anodina que arrastra del trabajo a casa, donde el vínculo con su pareja atraviesa un momento crítico. Como el negocio lo expone a las realidades paralelas de la burocracia y la corruptela municipal, el protagonista pronto se ve obligado a pedirle un favor al padre diputado de un excompañero, a quien le ofrece participar de la operación a cambio de la ayuda. El diputado acepta y le pide que lo asesore con la venta de un campo, que pronto encarnará para Luca la fantasía de un paraíso posible.

No es descabellado calificar a El siervo útil de kafkiana, en virtud de la forma en que el protagonista se va perdiendo a sí mismo en un laberinto de varios niveles. En uno de ellos, los atajos hacia sus deseos empiezan a cruzarse con los caminos sin salida de las prebendas. En otro, la imagen idealizada de la vida rural se va deslizando hacia una realidad con nada de idílico. Lacolla maneja con pulso firme el recorrido que el protagonista realiza, yendo de la apatía a la esperanza, para por fin darse cuenta de que navega hacia el abismo cuando ya es tarde. También resulta fundamental la labor de Federico Liss a cargo del personaje, otorgándole profundidad sin necesidad de desbordes gestuales o discursivos.

En el caso de El hincha, la película se abre como una versión posible de la realidad, en tanto su director, Renzo Cozza, se interpreta a sí mismo en una adaptación de su propia vida, de la que no es posible saber que tan fiel o fantástica resulta en relación al original. En ambos casos, Renzo forma parte de una familia de hinchas de River Plate que mantiene una relación íntima con la historia del club desde su fundación. Ahí, casi en el origen mismo, estuvo su bisabuelo, socio desde antes de la mudanza de La Boca a Núñez. También su abuelo, Osvaldo “Titi” Di Carlo, presidente del club de la banda roja entre 1983 y 1989. Y ahí está su hermano Stefano Cozza Di Carlo, actual vicepresidente 2° de la institución. Como se ve, Renzo nació con el destino riverplatense estampado en la identidad.

El hincha

Justo ese es el problema. Porque él siente que no termina de encajar en ese molde, que parecen haber elegido para él cuatro generaciones atrás. Chico sensible, Renzo va a un taller literario donde escribe una novela en la que él también es el protagonista, haciendo que el juego hipertextual vaya sumando capas. No serán las últimas, ya que dos distintas versiones de Renzo terminarán conviviendo en la película, del mismo modo en que dentro de él conviven el imperativo testosterónico del fútbol y sus propios deseos, que parecen no fluir en armonía. Aunque algo derivativa, no siempre de forma justificada, El hincha logra capturar la esencia de una búsqueda que concluye con una bella escena final que, quizás, marque un posible camino de salida para el dilema de Renzo.

  • El hincha se exhibe el martes 25 a las 14:10 en el Cultural San Martín y el jueves 27 a las 18:25 en el cine Monumental Lavalle.
  • El clan Vega se exhibe el miércoles 26 y el jueves 27, ambas funciones a las 22:55 en el cine Monumental Lavalle.
  • El siervo inútil se exhibe el miércoles 26 a las 19:00 en el Cultural San Martín y el viernes 28 a las 18:55 en el cine Monumental Lavalle.