La banda de sonido de la vida de Ian Ramil se reparte entre las milongas del sur de Brasil y la intensidad rockera de Radiohead y Nirvana. Oriundo de Pelotas, Ramil es un joven artista y compositor que supo conectar la MPB (Caetano Veloso, por caso) con la psicodelia y el brit pop. De familia de músicos –es hijo de Vitor Ramil y sobrino de Kleiton e Kledir–, acaba de lanzar su segundo disco, Derivacivilização, un trabajo arriesgado, incómodo y experimental que le valió, para su sorpresa, de un Latin Grammy (2016) en la categoría Mejor Álbum de Rock en Lengua Portuguesa. “Nunca imaginé que ese disco nada comercial, que grabamos en 15 días en casa, sería escuchado por la academia. Mucho menos imaginé recibir nominaciones y luego ganar una de ellas. Yo compuse y grabé de la manera que me gusta hacerlo, entre amigos, financiamos a través de un crowdfunding y al año siguiente estaba en Las Vegas recibiendo un Grammy”, cuenta Ramil antes de presentarse esta noche a las 20 en Usina de Arte (Caffarena 1), gratis.

  Derivacivilização, cuyo concepto nace de las palabras derivación y civilización, es un disco más eléctrico que el anterior (IAN) y con letras más rabiosas. “Quería al mundo occidental y sus centros urbanos resonando en mi música. ¿Pero así y todo no es tan fuerte, no?”, se pregunta y alude a canciones más calmas como “Devagarinho”, “Quiproquó” o “Corpo Vazio”. La grabación de disco fue realizada en la casa de su infancia y la idea fue tomar el sonido ambiente: hay voces, ruidos, sonidos cotidianos. “Era un espacio propicio para esa vivencia que quería tener con los músicos en la creación de los arreglos y en las grabaciones. Al mismo tiempo era un riesgo porque no tenemos idea de cómo sonaría una batería en la sala o por el hecho de que el piano no se afinó hace más de veinte años; quería incorporar esos riesgos y aceptar los errores y problemas como los aceptamos y los incorporamos cotidianamente. No me quería distanciar de la realidad”, dice este creativo músico gaúcho de 31 años que también estudió teatro y periodismo.

–¿Cómo ve la escena musical en Rio Grande do Sul? ¿Hay apoyo de la industria y los medios?

–Además de la larga historia de grandes artistas gaúchos, hay una escena muy rica en Rio Grande do Sul en este momento, que tiene una enorme cantidad de compositores y bandas solidificando sus carreras y muy conectados entre sí. Dicen afuera que aquí es una especie de Seattle brasileña. Yo nunca fui a Seattle. A pesar de que algunos de los medios locales abren espacios importantes a los artistas de aquí, los grandes medios de comunicación abren un espacio corto, burocrático, muy limitado. Eso pasa porque no tienen espacio en sus propias grillas de programación. Las teles del Rio Grande do Sul son cerca de 90 por ciento retransmisión de las teles de Rio y São Paulo. La cultura no es una prioridad para las teles. Ni aquí, ni allí. Las radios grandes de acá son una mafia y solo tocan una música si alguien paga mucha plata. Eso mantiene el monopolio del mercado en las manos de las grabadoras.