La Noche de los Museos sumó una módica victoria. Además de convocar a un millón 700 mil entusiastas, según los cálculos oficiales, consiguió mostrar a algunos funcionarios del PRO viajando en colectivo. Es cierto que no era un colectivo de línea, sino el transporte privado con el que el vicejefe de Gobierno de la Ciudad, Diego Santilli, y el ministro de Cultura local, Angel Mahler, hicieron una fugaz recorrida por los hitos culturales del sur de la Ciudad. Para esta edición de la Noche de los Museos el gobierno porteño apostó casi todas sus fichas al sur porteño, especialmente a La Boca y el siempre exitoso San Telmo. Coincidió con la muestra de dibujos de Antonio Berni en el Mamba, la exposición que Fundación PROA dedica al exponente del suprematismo ruso Kazimir Malevich y las numerosas salas que la Usina del Arte ofrenda al fotógrafo David Lachapelle. Sin embargo, estas exposiciones son sólo una parte pequeña de los más de 110 museos y 130 espacios culturales de Buenos Aires que adhirieron al evento en gran parte de los barrios.
La recorrida oficial comenzó en el Mamba, apenas abiertas al público las puertas del Museo y con la Sinfónica de la Ciudad amenizando la espera para la larga fila que esperaba su turno sobre Avenida San Juan. Ni Santilli ni Mahler se detuvieron mucho ante los dibujos con grafitos y marcadores de Berni, todos de colecciones privadas. A diferencia del ex jefe de gobierno Jorge Telerman, que aprovechó su pase para recorrer tranquilo la muestra antes de la apertura al público, los funcionarios del PRO entraron para la foto con sus parejas, ofrecieron algunas entrevistas para canales de cable y se subieron al colectivo oficial rumbo a Fundación PROA.
En el primer punto del itinerario boquense tampoco se demoraron mucho: menos de 20 minutos alcanzaron para posar delante de algunos trabajos del suprematista ruso y que una mujer comentara con sus amigas dos faltas flagrantes de los funcionarios a las normativas del espacio: que atravesaron las líneas negras que marcan la distancia a la que el público debe mantenerse de las obras y el uso del flash a la hora de tomar fotos. De allí a la Usina del Arte, con una pequeña parada en la esquina de Benito Pérez Galdós y Wenceslao Villafañe para otra sesión de fotos, esta vez con integrantes del Comando Poético, que vestidos de negro y con tubos y paraguas recitaron poesía al oído de los funcionarios mientras arreciaban los flashes.
El final de la recorrida de la comitiva oficial refleja las tensiones más notorias de la Noche de los Museos, sus mejores puntos pero también sus dificultades más notorias. Es cierto que la Usina del Arte desbordaba de público y había filas larguísimas para acceder a la exposición de Lachapelle, pero incluso un lugar espacioso como la Usina entra en tensión cuando recibe una masa de gente tan portentosa: es imposible apreciar correctamente una obra de gran tamaño en una sala de 4x3 si hay más de una docena de personas dentro. Forzosamente unos estorbarán a los otros y quien haya quedado adelante no tendrá ángulo suficiente para observar el conjunto de la obra.
Con matices, la escena se repitió en buena parte de los otros espacios que abrieron por la Noche de los Museos hasta las 3 de la mañana. Sencillamente no se trata de lugares pensados para tanto público. Las filas y se multiplicaron las esperas para entrar o participar de las 1000 actividades que se propusieron al público. Algunos, claro, capitalizaron el acontecimiento. En la Manzana de las Luces había dos entradas. Una tenía una fila de 75 metros para acceder. La otra, mucho más discreta, no tenía espera y llevaba a la Milonga del Patio, que habitualmente se realiza los viernes y que para la ocasión se había pasado para la noche del sábado. Más de un milonguero aprovechó la excusa para conocer el espacio, aún si para bailar tenía que esquivar curiosos y la circulación constante de gente por los costados de las tres pistas de baile. “Normalmente no hay tanta gente, pero igual está lindo”, consideró una alemana que reside en Buenos Aires hace tres años y es habitué del circuito milonguero porteño.
“No te preocupes, son de ir mucho a museos y saben portarse.” Así intentaba tranquilizar una madre a la guardia de sala en la exposición de Hernán Soriano. Cuatro niños se abalanzaban sobre una obra con evidente entusiasmo y la guardia respondió con una prudente sonrisa. Este año los organizadores consiguieron atraer a más familias al evento. Si en años anteriores muchos padres desistieron de realizar la salida para no someter a los chicos a la espera, este año desde la organización hubo especial énfasis en los talleres y actividades para los más pequeños, que se contaron entre las más numerosas de la grilla de programación junto con los grupos de tango y las demostraciones de la centenaria técnica del fileteado porteño.
Algo más llamó la atención en las actividades programadas para la ocasión: muchas no se hicieron dentro de los museos, sino en sus fachadas. Por ejemplo, hubo recitales en las escalinatas del Museo Nacional de Bellas Artes, en la entrada del Mamba y en otros espacios. ¿Pero en qué medida esto invita a la gente a entrar luego?
Aún con el jefe de Gobierno ausente (Horacio Rodríguez Larreta estaba festejando su cumpleaños y mandó a su vice a cubrirlo), las autoridades locales terminaron la noche celebrando con un cocktail en el Museo del Cine. Para su perspectiva, se habían anotado una victoria: récord de público, una recorrida oficial sin incidentes ni escraches (la cara de la esposa de Mahler al comienzo de la noche revelaba cierta inquietud), y el recurso a la foto marketinera para los medios afines.