“No me gusta que una mujer me mande”, dice uno de los invitados al asado. Se olvida de la cámara, o no, pero no le importa, y escupe todo su machismo sin filtro ante los demás comensales, todos amigos, varones, que no pueden creer que siga siendo tan retrógrado en sus ideas. También les cuenta que disfruta “destratando” a una mujer con la que está saliendo, por ejemplo, al rechazarle una llamada en el celular. Lo cuenta y hace el gesto deslizando con un dedo de la mano hacia arriba el ícono de llamada entrante. No la atiende y “me hago una paja”, confiesa “El Pájaro” y se percibe su goce en la forma y el tono cómo lo cuenta. La escena es parte del documental “El Silencio de los hombres”, ópera prima de la directora, productora y poeta Lucía Lubarsky, que se estrena este jueves a las 14 en el Festival de La Mujer y el Cine, en el Centro Cultural San Martín, de la Ciudad de Buenos Aires. Ese día, la película estará online en la plataforma Vivamos cultura. Producida por Motoneta cine, el largometraje indaga a partir de los testimonios del padre y el hermano de la directora, y de otros varones cis, gay y trans, de distintas edades, procedencias, profesiones y ocupaciones, sobre el peso de los mandatos de la masculinidad hegemónica, sus miedos no contados entre pares, sus dificultades en la sexualidad nunca dichas. El film documental ofrece una pintura de época, desde una diversidad de miradas masculinas, pero a la vez es un ejercicio de reflexión que expone dolores, temores y sobre todo lo que se suelen callar los varones para no exhibir debilidades.

La película arranca con fragmentos de videos caseros, filmados por la madre y el padre de Lubarsky, donde aparecen la directora junto a su hermana Julia y su hermano, Valentín, ambos más pequeños que ella, todos niños, en la estancia familiar donde se criaron, en el sur de Córdoba. En ese contexto campestre, en esos diálogos infantiles, que luego se irán intercalando con testimonios actuales, hay rastros de mandatos sociales de clase. La madre, de forma risueña pero convencida, dirá que van a tener que invertir “1500 dólares” en la ortodoncia de cada hija “todo sea por casar a estas niñas algún día porque con dientes torcido las vamos a tener de clavo toda la vida”. Del hijo varón se espera que trabaje en el campo, como su padre, como su abuelo y sus tíos. Esa diferencia en las expectativas familiares, o mejor dicho, ese mandato familiar para el menor de los hermanos, y el rumbo que que le dio a su vida Valentín, es uno de los ejes del film, pero no el único: aparecen voces masculinas, como las de Bicho, Emma y Andrés que ponen en crisis lo que hacían por ser varones e intentan vivir más cerca de su deseo. .

Lubarsky nació en Córdoba. Tiene un largo recorrido en el registro audiovisual, con perspectiva feminista. Dirigió la serie Nosotras.Relatos de los feminismos bonaerenses, que se estrenó en 2022 en la TV Pública, y ahora está terminado de filmar el ciclo Arde, como continuidad pero con microcapítulos, que también recoge historias de feminismos populares en el territorio provincial. Su cortometraje "Instantáneas" participó en festivales internacionales. Sus cortos "Mujeres del Ajusco", "Estar Viva" y "Morir en Varanasi" se exhibieron en el marco del Festival de Cine de Mar del Plata. El último ganó el concurso “Poesía ya” 2022 del Centro Cultural Kirchner. Es además autora de dos libros de poesía, “El sonido de la luz” y “La distancia habitable”.

--¿Qué preguntas te quisiste responder con esta película? –le preguntó Página 12.

--En principio, las inquietudes estaban vinculadas con los feminismos y el lugar de los varones ahí o cómo los feminismos abordan a los varones y a las masculinidades. Eran preguntas más sociales o políticas y más desafectadas en lo personal. También tenía inquietudes personales que creo que son parte de un clima de época. Estamos en una generación bisagra en términos de nuevos códigos vinculares y afectivos y vivencias más amplias de las identidades y las expresiones de género, pero siento que quedamos en esa inflexión entre lo tradicional y lo que se pulsa y se vive con mucha más naturalidad en las generaciones de lxs pibes. Nos sucedía con compañeras y amigas de reunirnos, compartir confidencias, dudas, frustraciones sexuales, por ejemplo, y preguntarnos dónde hablarían los varones de estas cosas, con quiénes; o si sólo era materia para la soledad de una terapia en el mejor de los casos. No teníamos rastro de qué pasaba con ellos, cómo procesaban sus emociones, sus mambos.

--¿Y qué encontraste?

--Me encontré con varones con mucha dificultad de poner en palabras las cosas y dialogar. El conflicto parecía una carga ajena que aterrizaba con un idioma desconocido en una charla. Y en lo sexual encontré muchos tabúes; hombres que no querían tener relaciones pero no podían hablar de eso, que no soportaban que su performance no fuera lo que esperaban y desaparecían, o bien se quedaban ahí, pero sin poder hablar de eso, ni siquiera mencionarlo. El mandato de masculinidad se presenta muchas veces como un callejón que parece no tener salida, por eso pienso que la masculinidad tradicional es una gran trampa, un corsé que aprieta cada vez más lo emocional y ni hablar del deseo. En ese sentido y paradójicamente, creo que nosotras corremos con la ventaja del trabajo, la red y la conciencia que tuvimos que desarrollar a contrapelo del patriarcado, a través de décadas de lucha feminista, a fuerza de haber sido silenciadas, sometidas, no vistas, no escuchadas. Nos tuvimos que ver, sentir, explorar e indagar colectivamente, pensar nuestro goce y nuestra sexualidad –dice Lubarsky.

Inicialmente El silencio… iba a ser una película observacional donde Lubarsky seguiría a tres varones con historias y orígenes muy diversos con los que ella no tenía vínculo ni intervenía. Pero eso cambió rotundamente a medida que fue profundizando el trabajo y especialmente en un taller de guion y dirección en la Asociación General de Directores Autores Cinematográficos y Audiovisuales (DAC).en el que participó con Gabriela González Fuentes, la productora ejecutiva de la película. En ese espacio escuchó una y otra vez la pregunta “Y vos, ¿dónde estás? ¿Por qué vas a hacer esta película?”. Como si le faltara encarnadura. “Y le faltaba, es cierto”, reconoce Lubarsky.

La película, que es otra hija de la pandemia, estaba por ser filmada y se aplazó casi un año. Y en ese tiempo de digerirla, Lubarsky se sumergió en textos que había escrito sobre los hombres de su familia, escribió otros, vio fotos y videos de la infancia y empezó a pensar que el hueso de la película, el punto de partida era al revés, estaba muy cerca de ella. “Era observar lo que le pasaba a los hombres de mi familia y de ahí ir hacia afuera. Porque hay un punto en que la problemática de las masculinidades nos toca a todxs. Todxs tenemos familia, padres, hermanos, compañeros de laburo, jefes, amigos, hijos, novios, amantes. Estamos “rodeadas” de hombres y de lo que les pasa, por acción u omisión. Pero además, la masculinidad va mucho más allá del género y ni hablar del sexo. Quiero decir, la masculinidad puede ser actuada por una mujer machirula pero también por una mujer masculina y feminista o por una masculinidad feminizada. Y ahí empezamos a indagar con Silvina Morvillo, productora periodística de la película, en esos intersticios donde el género empieza a tensionarse y agrietarse”, cuenta.

--¿Qué las sorprendió de lo que descubrieron?

--Cuando escuchaba hablar a los protagonistas se me venía muchas veces la imagen de una cancha de softball. Un jugador al que le llega la pelota, la batea y va de base en base corriendo para llegar a home. Lo desesperante es que sabe desde el principio que no va a llegar pero corre, se agita, se agota, se mide y se frustra por igual aunque sabe desde el comienzo que no va a ganar, no va a llegar a la meta. La masculinidad tiene muchos privilegios, no hay cómo negarlo y a los varones no los victimizo para nada, pero veo cómo muchísimos corren esa carrera sin parar y no pueden abandonarla, porque eso implica sentir limitaciones, pensar, detenerse, frustrarse, abrirse y compartir sus miedos, decir que no pueden, que no quieren eso que debería gustarles o que les interesan más otras cosas, como disfrutar de hacerle trenzas a su hija o esperarla con una comida rica después del colegio. También me llamó la atención la cantidad de respuestas sobre la ausencia de registro de sus sensaciones corporales, el contacto con el baile y el movimiento, en fin, la intimidad consigo mismos. Y algo que no me asombró pero si se repetía mucho, era la competencia como un denominador común y la homologación de la masculinidad garantizada y verificada por el afuera. Esa Masculinidad en mayúscula y en singular, que por definición siempre pende de un hilo y por eso hay que demostrarla constantemente donde sea.

Con “El silencio de los hombres”, Lubasky buscó –dice—construir una mirada atenta pero no ingenua, “una observación crítica que abra la escucha suspendiendo juicios punitivos para entrar en estado de pregunta y retomar el ejercicio documental como oportunidad de entrar en conversación, como decía Eduardo Coutinho. Diría que la película es sobre todo la sensación que quede remanente una vez que se apague, son las preguntas que puedan llevarse para hacerse junto con otros y otras. Espero que esa huella abra nuevos espacios de pensamiento aún desde la incomodidad”, concluye.

--Es muy curioso verte de niña en esos diálogos con tu madre que ella filmaba, diciendo entre tus deseos a futuro que te gustaría que tu familia no sea machista....

--Yo tenía 10 años y sabía que no quería una familia machista. Si me preguntás de dónde lo saqué no tengo idea y mi familia tampoco. Imaginate que hablamos del ´95 en el sur de Córdoba en un contexto de campo, pero puedo entender que mucho de lo que veía, quizás desde un plano intuitivo, no quería replicarlo en mi vida adulta. Siempre quise estudiar, viajar, laburar y nunca fantaseé con ser madre ni tener un marido o una pareja para toda la vida. Nada de eso me entusiasmó desde chica e imagino que lo que sentía no tenía nada que ver con mi entorno.