Katja Alemann vuelve a la pantalla grande después de muchos años, una loba esteparia que a sus 65 confiesa que es una liberación que las hormonas no estén al palo, protagonista indiscutible de los ratones de una época, su vuelta al cine con la película “La Sudestada” causa revuelo y reanuda el mito de la que fue tapa de Playboy, referente del under porteño de los 80´ y, a quien la seguimos desde Cemento, lugar en el que asegura haber construido familia y pedagogía post dictadura.

“La Sudestada” se estrenó en el BAFICI y fue dirigida por Daniel Casabé y Edgardo Dieleke. En el film, basado en un cómic del artista gráfico Juan Sáenz Valient, la actriz encarna a una coreógrafa que es perseguida por un detective privado contratado por el marido que sospecha una infidelidad.

“El hilo conductor de mi vida es ese mito en el cual una puede ser heroína” dice y apunta a una cruzada meticulosamente planificada desde su casa en el Tigre, escenario también presente en la película y que oficia de búnker para los temas que la ocupan: ambientalismo, pensamiento crítico, arte, vínculos y feminismo.

Cree en la fascinación como condición para el hacer y confía en la imaginación para inspirar las transformaciones en el mundo. Esa es su apuesta y lo que se esconde detrás de su propio mito, un tema que por cierto, también le fascina.

No le huye a las preguntas sobre el erotismo y la vejez, el poliamor le parece una opción viable y la familia un pacto de lealtad. Se jacta de su fascinación por la mitología y recorre uno de los vínculos primarios y pilares de su vida: “Mi mamá me enseñó a bailar cuando era chiquita, bailábamos griego con un montón de nenas en el barrio”. Su madre es Marie Louise Alemann, una cineasta pionera del cine experimental en Argentina que también tiene huellas en la película.

¿Cómo fue que llegó tu mamá a la película?

--Como los directores son documentalistas, querían incluir parte de mi archivo personal para mi personaje de la coreógrafa, entonces necesitaban contar la historia de Elvira y buscar archivos que no fueran de Cemento porque eso era muy identificable con Katja. Por eso recurrimos a los archivos de mi mamá.

¿Qué relación tenías con ella?

--Lo primero que hice fue trabajar con mi mamá, primero de chiquita con las fotos y después de más grande con las películas. Mi vieja hizo mucho cine experimental en los 70´ y yo la acompañaba. Ella hacía intervenciones urbanas en la Galería del Este con Narcisa Hirsch y Walter Mejía. Una de esas intervenciones fue la de tres manos enormes, yo iba caminando dentro de la mano.

¿Es una suerte de reivindicación que tu madre esté tan presente en la película?

--Yo estoy feliz, el año pasado le hicieron una retrospectiva en la galería Rolf Art y en ArteBA con todas sus fotos, sus películas y también sus performances, porque mi vieja fue una artista grosa. En la época tal vez no la reconocían del todo, primero porque era muy linda, medio concheta y el apellido tampoco ayudaba. No le dieron mucha bola en su momento y ahora hay como una suerte de reivindicación de todo el trabajo que hizo.

Con tu madre también hacías nudismo en Uruguay, en la playa Chihuahua. En la película hay una apuesta a la presencia de cuerpos no hegemónicos desnudos, tanto la coreógrafa como el detective que son los personajes principales...

--Totalmente, es una apuesta, además estos cuerpos aparecen desnudos bailando. A mí me parece que eso es una propuesta interesante que responde a la época de desestructurar un poco toda esta imagen tan predecible y tan exigente que tenemos sobre el cuerpo. Mi vieja y yo andábamos en bolas en la playa, nos encantaba. A mi me gustó mucho eso que dijo Emma Thompson sobre que las mujeres estamos programadas para odiar nuestro cuerpo.

¿Crees que tanto el mandato de la competencia entre mujeres como el mandato de belleza en relación a los cuerpos está en crisis?

--Totalmente, la competencia entre las mujeres por ver quién es la más linda, es una tontera que antes era la regla, era mucho más normal y ahora eso no está tan presente. Es un alivio despegarnos de esos mandatos, que nos dejemos de joder con eso. Menos mal que vivo esta época siendo más grande, porque tampoco es que me sienta vieja. El alivio es que a eso no es una exigencia, si hubiese tenido esta edad hace 20 años hubiese sido otra la historia. Tendría que estar ahí impecable siempre divina, si yo hoy publico una foto sin nada de maquillaje y medio arrugada es un éxito: 30.000 likes. Y para mí mejor, porque yo soy medio yuyo de la jungla. Por fin me toca estar en sintonía con una época.

Tuviste una relación muy fuerte con el erotismo en los 80´ ¿Cómo estás hoy en relación a la erotización?

--Es un tema complejo escapar del narcisismo de la imagen hedonista para provocar deseo a una misma. Porque una se calienta o se erotiza con una misma, con el deseo que una cree que provoca en el otro que ni siquiera sabe. Y eso también está determinado por el mismo modelo de belleza.

¿Crees que con la edad eso se complejiza más?

--Sí, creo que con la edad es bastante complicado correr el erotismo hacia otra franja que ya no tiene que ver tanto con el cuerpo, ni con que tengas unas tetas o un culo bárbaro, sino tal vez empieza a existir un contacto o un encuentro con el otro de una manera distinta. Y creo que es una transición, porque obviamente una no tiene más el cuerpo que tenía, el cuerpo cambia con la edad y entonces una tiene que cambiar los parámetros del erotismo. Es muy jodido eso.

¿Por qué cuesta sentirse deseada?

--Hay una cuestión con la edad que es inexorable, hormonalmente y en muchos aspectos. No tenés más la misma pulsión ni el mismo deseo. Creo que a cada uno le cuesta más sentirse deseado con la imagen que tiene de sí mismo. Si yo me siento divina y estoy bárbara, eso me provoca cierto erotismo, esa relación que yo establezco imaginariamente con el deseo del otro que no tiene nada que ver con la realidad tampoco. Igual para mí fue una liberación.

¿Te referís a las hormonas, al amor, al sexo o a todo junto?

--Me refiero al enamoramiento, que creo que es hormonal. El amor en un sentido más trascendental es otra cosa. El enamoramiento tiene que ver con las proyecciones de uno hacia el otro, te encontrás con lo que deseás o proyectás en la otra persona. Después te das cuenta que no es eso que habías proyectado  y ahí empiezan los problemas, si podés trascender esa rompiente, sucede lo que para mí es lo interesante de las relaciones que sería el amor en un sentido más profundo.

O sea que lo que es un alivio es la pulsión hormonal

--¡Claro! no es un problema en mi vida, se terminó. Es buenísimo cuando eso ya no sucede porque yo he sido esclava del amor. Los construía y después llegaba un momento que esa construcción era como un castillo de naipes. Y cuando se cae, lo que queda a veces resiste y podés seguir y hay veces que no, no resiste.

¿Qué pensás del poliamor?

--Yo creo que cada uno tiene que ser fiel a sí mismo, no fiel al otro, sí creo que importa la lealtad hacia la otra persona y en ese sentido el poliamor me parece bastante viable. Me parece bien sobre todo a esta altura que una no tiene ganas de tener posesión ni ser poseída. Así que sí, me parece que funciona ahora. Creo que cuando una está en el plan familia, hijos y demás no funciona.

¿Qué rol juega la familia en tu vida?

--Hay un sentido más estricto de padres, madres, hijos, hijas y después está la familia de amigos, de artistas y de muchas otras cosas. Me parece que en el sentido más estricto, cuando decidís criar es importante la unión, no importa si seguís con la pareja, podés no seguir la pareja, pero el vínculo debería poder permanecer salvado, quiero decir honrado con la persona que tuviste hijos. Para mí no hay un fin del amor si tal vez una transformación de los vínculos.

Katja Alemann en la película "La Sudestada" actualmente en cartelera


El colapso

La reclusión en la pandemia no le supuso un problema, sin embargo afirma que hay algo de lo que dejaron los años del covid de lo que aún no se habla: “Hubo un aspecto trágico que fue la muerte de la gente vieja en soledad y sin asistencia espiritual. Yo creo que es una conciencia que todavía emergió. Lo más cruel, lo más despiadado y lo más tremendo de la pandemia fue la muerte de toda la gente vieja que murió en esa soledad absoluta.

¿Cómo es tu relación con la vejez?

--Lo que más me importa es la salud. Me cuido bastante, trato de tener una buena alimentación, de dormir bien, de bailar y de hacer cosas que me gustan y de mantener un estilo de vida que me revitalice.

Hay una relación directa entre la pandemia, el estilo de vida y el ambientalismo que es un tema que seguís muy de cerca. Hace unos años leíste el libro “El colapso ecológico ya llegó” de la socióloga Maristela Svampa ¿Qué te pareció?

--Este libro es bárbaro porque es como un manual y tenés toda la data. Yo pienso que estaría bueno regalárselo a algunos políticos. El tema del extractivismo es muy importante y a su vez creo que el ecofeminismo tiene un discurso muy acertado que tiene que ver con extraer de la tierra como se extrae del cuerpo femenino. Hay como una violación constante a la tierra de la misma manera que se viola a las mujeres.

¿Cuándo empezaron a preocuparse estos temas?

--No tenía registrado que el ambientalismo fuera algo tan urgente. Esa conciencia empezó en el 2000 cuando me fui a Costa Rica, empecé a hacer un trabajo muy introspectivo y leí muchísimo sobre mitos, arquetipos, símbolos, cosmovisiones y se me planteó esta idea de un nuevo mundo que además tiene que ver con mi propio mito: la lucha por un mundo más justo, un mundo más feliz, un mundo mejor para todos. Es una lucha que yo siempre he llevado adelante, por eso me fui a Alemania a estudiar Música y Ciencias de la Educación porque yo pensaba que el mundo solamente se podía mejorar a través de la educación artística.

¿Es un mito cambiar el mundo?

--Es en un sentido casi irónico porque obviamente no podemos cambiar ningún mundo, no existe un mundo que cambiar, sino que lo único que podemos hacer es inspirar a mejorar. Me gusta la palabra inspirar porque tiene que ver con inspirar el aire de los demás, porque el aire, en definitiva, lo compartimos.

¿Te parece que con el ambientalismo o con el feminismo es posible esa inspiración?

--Apoyo el feminismo en todas sus expresiones porque me parece que es un proceso que tenemos que hacer las mujeres. Pero yo tengo un problema con el discurso único. Siempre me cuestiono a mí misma todo lo que pienso a ver si lo puedo sostener, me pasa también con el ambientalismo, no me puedo inscribir en una sola cosa. Creo que uno tiene que ser crítico con respecto a las propias ideas, esa es una cosa que yo practico muchísimo desde hace tiempo. Hay gente que ni siquiera sabe que eso es una posibilidad, o sea, están tan identificados con lo que piensan que creen que son lo que piensan y eso es un problema grave.

La actriz fue un pilar en la construcción de Cemento como espacio artístico y de resistencia. Foto: Sebastián Freire

¿Crees que es una época en donde es muy difícil bancar la diferencia entre las personas?

--Yo creo que siempre hay que encontrar la diferencia con el otro, una tiene que hacer el encuentro con esa diferencia, está bien que pensamos distinto si no se hace todo muy endogámico. Como todo el mundo está de acuerdo entonces no hay pensamiento crítico.

Te fuiste a estudiar a Alemania pero a los tres años volviste a Argentina, de visita y en plena dictadura, y elegiste quedarte ¿Por qué tomaste esa decisión?

--Yo en esa época quería hacer algo más físico, la academia no me resultaba, estaba estudiando en Alemania música, psicología y pedagogía. Eran insoportables los libracos y me di cuenta que lo que necesitaba era la fascinación, la importancia de fascinarse con lo que hacés. Yo era muy loca, entonces también necesitaba disciplina y lo único que me hacía ser disciplinada era la fascinación. Y ahí elegí el teatro que incluía muchos aspectos del arte que me fascinaban. Entonces un amigo mío me dijo que estaban haciendo una obra de teatro y ahí decidí quedarme. La primera obra de teatro en la que trabajé fue "La velada de teatro mágico, solo para locos!", que es una versión libre del Lobo estepario de Hermann Hesse.

Volvió el mito de cambiar el mundo...

--Sí, es el hilo conductor de mi vida, ese mito heroico en el cual una puede ser heroína.

Otro modo de inspiración fue el under de los 80 del que formaste parte

--Era la alternativa de un nuevo mundo, también fue el mismo hilo conductor. Porque cuando nosotros hicimos Cemento estábamos experimentando diferentes lenguajes artísticos. Cuando abrimos Cemento fue una casa para mi familia de artistas, ese fue el motivo por el cual yo quise hacerlo.

Alguna vez dijiste que Cemento era un espacio pedagógico…

--¡Sí! Recién empezaba la democracia y no había redes. La gente venía de la dictadura, no tenía ni idea de nada, entonces era como una revelación para la gente ir a Cemento y todas las cosas que pasaban ahí. Era un otro mundo posible, no creo que sea eso en realidad, lo que siempre creo es que hay que abrir el horizonte y la imaginación porque es el primer paso a la acción y a transformar algo en realidad.