Esqueletos de dinosaurios, animales disecados, sarcófagos egipcios, una momia encontrada en el lago Titicaca y los huesos de una mujer de 11500 años llamada Luzia ardieron junto a otras diez mil piezas arqueológicas y geológicas el 2 de septiembre de 2018 en los tres pisos del Museo Nacional de Brasil. Mientras desaparecía uno de los acervos naturalistas más grandes del continente y el predio de la Quinta da Boa Vista en Rio de Janeiro se llenaba de cámaras, políticos y ciudadanos que miraban fijo la destrucción, David López, bombero en funciones y luthier aficionado, tuvo una idea. Intentaría recuperar la mayor cantidad de madera de ese edificio imperial para hacer guitarras. Esas guitarras se subastarían y el dinero recaudado serviría para la reconstrucción del museo. Un poco de justicia poética entre el caos, una forma de crearle un sentido a la destrucción y de hacer girar la rueda. Luego de laberintos burocráticos y gracias al apoyo de parte de la cultura local, David pudo hacerse de esas maderas históricas para fabricar instrumentos minutos antes de que asumiera Bolsonaro y todo se terminara de ensombrecer. Pero esas guitarras nunca llegaron a las vitrinas de millonarios. El responsable del cambio de planes fue, entre otros cómplices, el músico, compositor, artista integral y amante de las gestas imposibles Paulinho Moska. Moska conocía López y a su historial rescatista desde hacía unos años –le había encargado una guitarra, hoy su mejor guitarra– y fue una de las personas en ponerse al hombro un proyecto que sumó a otros músicos enormes –Gilberto Gil, Paulinho da Viola, Hamilton de Holanda, Nilze Carvalho y Felipe Prazeres– a un productor cultural, dos periodistas y un cámara y que denominaron grupo Fénix. “Siempre que cuento la historia de David se me eriza la piel. Fue como una película y de hecho fuimos filmando todo el proceso. Empezamos con las guitarras, guitarras que vienen de maderas carbonizadas, que a su vez crecieron en bosques durante ochenta años, es metáfora pura”, dice Moska desde el otro lado de la pantalla y acerca el brazo a la cámara para mostrar la piel de gallina.

El grupo Fénix le dio otra vuelta al destino de esos instrumentos: en lugar de quedar en silencio tras pujas millonarias, se convirtieron en música gracias a seis padrinos. Así, las dos guitarras, el mandolín, el cavaquinho, el violín y la viola de diez cuerdas le pertenecen al museo pero desde que la pandemia dio tregua han girado por distintas salas de conciertos. Esta semana las dos guitarras llegan con Moska a Bariloche y Buenos Aires, las dos fechas del show Las guitarras Fénix del Museo Nacional, un concierto donde también se proyecta parte del documental que cuenta la odisea. La canción elegida para la película fue “Todo novo de novo”, el tema de Moska que tituló su disco de 2003, ese que lo hizo famoso fuera de Brasil gracias a su hit “Pensando em voce” (una canción pegadiza y redonda, que escribió a pedido de la discográfica) y lo hermanó para siempre con el público y músicos del Río de la Plata como Fito Páez, Kevin Johansen y Jorge Drexler. Veinte años después, el sentido de eso nuevo, de nuevo, se recicla, como en los juegos circulares de muchas de sus canciones.

Paulinho Moska (Foto: Jorge Bispo)

METAMORFOSIS AMBULANTE

“El mundo rojo siempre está en mis sueños, yo sueño en rojo. Es mi color favorito porque significa sangre, corazón, amor”, dice Moska en un espiral asociativo al hablar de una escena fundante de su infancia. Su padre periodista y jefe de fotografía del Jornal do Brasil adentro de un cuarto oscuro donde se refugiaba con su timidez e iba sacando como conejos de una galera imágenes de su esposa, del perro de la familia, de partidos de fútbol de los primos. Una familia carioca de clase privilegiada con cuatro hermanos –él es el menor–, con una madre psicóloga. Vivían cerca de la playa en una casa llena de gente: “un universo solar, de frutas dulces y poca ropa”, describe. La vida transcurría entre paseos en barco y mucha música: Caetano, Led Zeppelin, Queen y The Rolling Stones se alternaban con música clásica, Fabio Junior, Roberto Carlos y la música popular que sonaba en la radio AM. “Empecé a tocar la guitarra a los 13 años, creo que tanta diversidad de gente en mi infancia hizo que me convirtiera en un artista curioso. Porque todo me interesa, hasta lo que no me gusta. Esa estabilidad familiar de la primera época me dio una base muy sólida para las pérdidas y dolores que vendrían después”.

Pero antes de los dolores estuvo el teatro, los estudios de cine, la experiencia en un coro llamado Garganta Profunda donde aprendió armonía, las primeras canciones como forma de traficar mensajes y un éxito arrollador con Os Inimigos do Rei, la banda de pop ochentoso que lo hizo girar por todos los estudios de radio y televisión mientras miles de chicas cantaban “Una cucaracha llamada Kafka”, uno de los megahits de la banda. Pero cuando estaba en la cresta de la ola, se bajó. “Me fui para empezar una carrera solista pero antes necesitaba descubrir qué tipo de artista quería ser. Con 25 años me puse a estudiar filosofía con Claudio Piano. Leí a Deleuze, Derrida, Foucault y de ahí a Nietzsche, luego Platón, etcétera. También estudié mucho de artes plásticas. Fue una especie de enamoramiento mutuo con mi maestro. Me dio libertad para empezar de nuevo y me enseñó una nueva red de significados. Aprendí muchísimo, en realidad fue como un padre, un padre intelectual, un tercer padre”.

Primer padre: el hombre tímido y grandote del cuarto oscuro todo rojo. Tercer padre: el profesor de filosofía que le desordenó las ideas. Segundo padre: el biológico. Lo conoció pocos meses antes de que muriera, cuando Moska tenía cuarenta y dos años, un hijo, y una carrera solista consolidada: desde principios de los ‘90 había editado casi ininterrumpidamente una decena de discos y y además del éxito en Brasil, había entrado en el mercado latino. Y su mundo se resquebrajó. “Descubrir que no era hijo de mi padre fue la peor cosa de mi vida y al mismo tiempo lo mejor que me pasó. Porque es muy linda la verdad", explica. "Todos esos espacios vacíos que existían en mí y por donde había entrado la poesía de pronto cobraban un sentido. Yo pensaba que eran vacíos existenciales. Porque yo tenía esa enfermedad de los artistas: miedo a que me descubrieran, a que se dieran cuenta que en realidad yo no era artista. Y de alguna manera conocer mi origen fue como encontrar un sentido a ese agujero. Estoy muy agradecido con eso, porque fue entender que todo lo que hago venía de esa verdad oculta. Dicen que el pasado no cambia, pero ahí sí cambió todo”. Y agrega que, aunque hace un tiempo empezó a escribir un libro sobre ese rayo en medio del campo, todavía le cuesta hablar.

Moska presentando su espectáculo Las guitarras Fénix del Museo Nacional (Foto: Rodrigo Simas)

YO ES OTRO

Moska vuelve a acercar el brazo izquierdo a la cámara. Esta vez es para mostrar doce tatuajes todos juntos. Cada dibujo es resultado de un capítulo de la serie Tu casa es mi casa, creada junto al artista uruguayo –y gran amigo– Pablo Casacuberta, uno de los últimos proyectos audiovisuales de la dupla. La serie se estrenó en 2021 en HBO y tenía un concepto casi programático: 12 ciudades, 12 artistas y personas de ciencia. A partir de ahí se arma una trama que corre en torno al fluir de las ideas y de las colaboraciones entre músicos, una práctica que Moska ya venía cultivando de forma intensiva con Zoombido, otro programa que lo tuvo yendo al encuentro de músicos de América latina el mundo durante 11 años. Zoombido fue mucho más que un documental musical, fue un experimento que dio como resultado varios discos de duetos ordenados por distintos géneros (MPB, pop/rock, samba, etc) con los entrevistados.

Para mí la mejor fuente de originalidad es otra gente. Mi mantra es: el otro me mejora. Porque podemos ver sólo una imagen invertida de nosotros mismos, nunca podemos vernos del todo. Entonces ver al otro pasa a ser también un espejo. Por eso me gusta tanto lo colectivo. Siempre coleccioné de todo, desde sellos hasta piedras y cómics y aprendí a detectar la diversidad en los detalles.Tengo la cabeza plural y el corazón plural”, cuenta quien además de hacer discos y espectáculos en colaboración con otros artistas es un gran intérprete de canciones de músicos legendarios como Raul Seixas o Cássia Eller.

En Argentina colaboró con Kevin Johansen y con Fito Páez grabó el disco Locura total (2015), con quien se sintió hermanado apenas conocerse. “Teníamos muchas cosas en común, nos hicimos confidentes, conozco mucho su historia”, dice de Páez, otro artista que se la ha pasado renaciendo. Todavía no vio la serie El amor después del amor pero concuerda sobre los desafíos de mantenerse creativo durante tantos años. “Yo hago canciones esporádicamente, sí, pero no sé si es lo más importante. Para mí lo más importante es encontrar algo que me apasione. Necesito enamorarme de algo que sea más grande que yo. Ahí es cuando me pongo más creativo y logro que la metáfora se realice en mí. Con Pablo fue un poco así, porque él es un artista multifacético y de alguna manera me desafió a meterme en universos ajenos. Para mí cuánto más desconocido mejor, porque siento que aprendiendo mejoro como persona y consecuentemente mejoro como artista. El arte es como un encantamiento por la vida, una idea de que la vida es una aventura y que tenemos que salir ahí un poco como Robison Crusoe”.

De ahí su fascinación con el bombero-luthier y Las guitarras Fénix del Museo Nacional. Para Moska este tipo de proyecto es una suerte de antídoto a la desesperanza, y al miedo. “Siempre pasaron cosas terribles. Guerras, otras pestes, fascismos. Creo que la manera de sobrevivir es creando y luchando por la belleza. Porque aunque exista en la naturaleza, la belleza no está en la naturaleza sino en nuestra percepción de ella. De hecho, hay gente que no percibe belleza. Para mí la creación es lo contrario del miedo. Y el poder nos quiere con miedo. La principal enfermedad de esta era es la información exagerada, las narrativas falsas. Eso es terrible, pero siempre ha habido cosas terribles porque las tragedias nos sorprenden por ser cosas nuevas, por no estar preparados. Y creo que la manera de salir de ahí es con esperanza activa, creativa. Cuando estamos creando la muerte no nos domina. Hay algo de la eternidad que se hace posible”, dice y sus palabras riman con ese fuego que lo destruyó casi todo en 2018 y hoy retorna en forma de canciones. 

Paulinho Moska se presenta el viernes 26 en el Auditorio Belgrano, Cabildo y Virrey Loreto. A las 21.