¡Qué poco originales los distribuidores locales deTrain to Busan! Podría pensarse que “Tren a Busán” no es un título muy llamativo, al menos para quien no conoce, siquiera de oídas, el nombre de una de las ciudades más grandes de Corea del Sur, sede además del festival de cine más importante de ese país. En Chile, al menos, le encontraron la vuelta: Estación zombie introduce ingeniosamente el esencial elemento ferroviario del film. Por estas pampas se la conocerá como Invasión zombie, el nombre menos inspirado, más genérico, más otra-vez-sopa imaginable. Pero contra cualquier prejuicio, no se trata de ningún caldo a repetición industrial: el film-fenómeno del realizador surcoreano Yeon Sang-ho debutó en la Croisette en el pasado mes de mayo y tendrá una proyección en calidad de preestreno este jueves 1° a las 20 horas en la Semana del Festival de Cannes, que arranca mañana en el cine Gaumont (su estreno comercial será a comienzos del año próximo). Lo cierto es que en Train to Busan no se ven ni las playas de esa ciudad, ni su enorme y atestado puerto, ni las casas construidas en las laderas de las colinas que la rodean, ni los lujosos hoteles de la zona turística: la formación que sale de la capital, Seúl, cargada con un contingente de seres humanos sanos y un único reservorio viral nunca llegará a la estación de destino. Podría también pensarse que el film en sí mismo no es demasiado original, con su ferrocarril súbitamente atestado de enloquecidos hombres y mujeres zombificados en busca de algún pedazo de carne que mordisquear y deglutir, los ojos blancos y perdidos, el rostro convertido en un rictus de horror. Al fin y al cabo, el género cinematográfico inventado por George Romero hace casi cinco décadas está en su etapa de mayor popularidad y no es la primera vez que el confinamiento –en este caso en movimiento, pero encierro al fin– se transforma en el punto de partida de la aventura. Pero la pasión y confianza del realizador en el material, el imparable ritmo de las escenas y esos detalles culturales que no pueden traducirse tan fácilmente hacen de Busanhaeng una endemoniadamente divertida versión de los muertos-vivos que, en este caso, no están nada muertos. Aunque sí de parranda: los zombis coreanos son los más insaciables y veloces de la historia del cine. Y los más taquilleros: la película alcanzó en aquel lado del mundo la aparentemente imposible suma de 10 millones de espectadores, una quinta parte de la población total del país asiático.
Papá Seok-wu es un exitoso empleado jerárquico de una típica empresa dedicada a la compra y venta de acciones, el producto de una cultura por demás demandante y exitista. Un workahólico de manual. No se afirma explícitamente, pero resulta claro como el agua que esa obsesión por el trabajo y el éxito económico ha hecho mella en su familia. La pequeña hija cumple años y hay que hacer dos cosas importantes: comprarle un regalo y llevarla donde su madre, en el sur, en Busán. El presente tiene que ser caro, como corresponde a un padre culposo. Una Wii, como el año pasado, aunque Seok-wu se ha olvidado y es la hija quien se lo hace notar, en una escena con un dejo cómico y bastante tristeza. En fin, ahora lo imperioso es salir en el primer tren de la mañana, recorrer los 400 kilómetros en el KTX de alta velocidad y regresar a tiempo para seguir con el trabajo, que nunca se detiene. Pero basta con que una sola persona infectada con un extraño y despiadado virus se suba a uno de los vagones justo antes del pitido del guarda para que, en cuestión de minutos y con las ruedas ya en movimiento, gran parte del pasaje esté contagiado, transformado en una masa de dementes hambrientos de carne humana. Y ahí comienza la lucha por la supervivencia, que, a diferencia de lo que ocurría en la reciente Snowpiercer, del compatriota Bong Joon-ho –otro film apocalíptico a bordo de un convoy ferroviario– no implica tanto una lucha de clases como una feroz pelea intestina entre el individualismo y la solidaridad. Seok-wu es, en ese sentido, un héroe atípico. O, mejor expresado, un héroe en construcción: su primer impulso, al menos durante la primera mitad del film, es salvarse a él mismo y a su hija, en desmedro de cualquier otro pasajero que pueda estar en peligro. Cero empatía. El film recorre ese derrotero junto a él y a otro grupo de sobrevivientes, contraponiendo actitudes y reacciones, al tiempo que un “villano” asoma diáfanamente entre todos ellos: un hombre de cierta edad y con actitud de jefe que parece encarnar la supervivencia del más egoísta. Los comentarios sociales no están escondidos sino bien a la vista, aunque la aparición de la acción obtura cualquier atisbo de bajada de línea.
Invasión zombie es el primer film con actores y actrices de carne y hueso de Yeon Sang-ho, realizador que proviene del mundo de la animación para adultos. Su notable The King of Pigs (2011), que tuvo un par de exhibiciones en el Festival de Cine Coreano de Buenos Aires, retrataba un mundo adolescente donde la diferencia de clases delimitaba un abismo infranqueable, en una película de estilizada hiperviolencia y marcado pesimismo respecto de la sociedad en su conjunto. Saibi (2013), en tanto, analizaba la interacción entre los habitantes de un pequeño pueblo, su fe religiosa y una organización corrupta, transformando a un violento alcohólico en el más inesperado de los héroes. El paso del trazo digital al registro en vivo y en directo es uno de los más interesantes en tiempos recientes, aunque una parte importante de la oscuridad reinante en sus largometrajes previos le haya cedido parte del espacio a una entrega total a las delicias genéricas, en este caso el horror y la acción. No ocurre lo mismo con Seoul Station, película animada que el director desarrolló en paralelo a Train to Busan y que, de una manera literal, conforma junto a ella un díptico: mientras en la segunda el tren abandona Seúl, dejando atrás la hecatombe urbana para concentrarse en un microcosmos en tránsito, la primera se afinca en la capital coreana y describe un mundo convulsionado con las armas de la metáfora. Pero quién podrá quitarle al espectador las estaciones recorridas, la embestida a oscuras –bate de béisbol en mano– en el angostísimo pasillo de un vagón de segunda clase, la esperanza ante un grupo de soldados que no resultan ser tan amigables, la posibilidad de un cambio de tren a último momento, a pocos kilómetros del ansiado oasis en medio de un desierto de destrucción y muerte. Invasión zombie (otra vez, ¡qué título horripilante!) demuestra nuevamente que el clasicismo bien temperado sigue siendo un animal imbatible en la carrera por transmitir emociones intensas.

La Semana de Cine de Festival de Cannes en el espacio INCAA-Gaumont (Rivadavia 1635) va del 28 de noviembre al 4 de diciembre. Invasión Zombie se verá el jueves 1º a las 20. Además, la programación incluye las últimas de Xavier Dolan, Paul Verhoeven y Ken Loach, una master class de Isabelle Huppert y una charla con Viggo Mortensen.