Producción: Mara Pedrazzoli

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La economía es política

Por Lisandro Mondino (*)

Las perspectivas económicas de nuestro país para lo que queda de 2023 y para 2024 dependen, más que en cualquier otro momento reciente, de su devenir político. Esto no refiere al resultado de las próximas elecciones de autoridades, sino a que, para poder hacer frente al alto nivel de fragilidad económica actual, el gobierno futuro (y también el actual) requerirá de una gran fortaleza política para la definición e implementación de un programa económico.

La inestabilidad que enfrenta nuestra economía en la actualidad responde a dos factores principales cuya resolución debe preceder, tanto temporalmente como en importancia, al resto de los temas de la agenda económica.

Primero, el alto nivel de inflación que no ha hecho más que crecer durante los últimos años. Resulta evidente que las políticas llevadas adelante hasta el momento para intentar contener la suba de precios han fracasado, amén del impacto de los fenómenos globales como la ruptura de las cadenas de suministro durante la pandemia, la guerra de Rusia con la OTAN o la sequía que sufrimos este año.

Para poder poner un freno a este fenómeno hará falta un esquema de estabilización de precios y salarios, renegociaciones de contratos y establecimiento de anclas nominales en aquellos precios regulados por el Estado (tipo de cambio, tarifas, naftas, etc.) que solo es posible con un amplio apoyo político, transversal a oficialismo y oposición, junto con el consenso de los diversos actores de la economía: cámaras empresariales, sindicatos, movimientos sociales, etc.

Segundo, la escasez de un flujo de ingreso de dólares suficiente para hacer frente a todas las necesidades de divisas de nuestra economía, situación que se ha agravado con la sequía experimentada este año y la consecuente caída de las exportaciones agrícolas. Los elevados niveles de deuda en moneda extranjera heredados por este gobierno, tanto a nivel del estado nacional, de los estados provinciales y especialmente de las empresas privadas, han implicado pagos de capital e intereses entre 2020 y 2022 que han significado que en el mismo periodo las reservas internacionales del Banco Centra prácticamente no han variado, a pesar de haber contado con un superávit de balanza comercial de bienes y servicios acumulado de más de 32 mil millones de dólares.

Las promesas futuras de grandes ingresos de divisas por las exportaciones de recursos naturales y sus productos derivados (gas y petróleo, litio, minería, etc.), además de tener que concretarse efectivamente, requieren contemplar que al entender a nuestra economía como bimonetaria se debe considerar que siempre habrá una demanda de dólares por parte de los agentes económicos que operan en nuestro país, tanto nacionales como internacionales, que dificulta la capacidad de su acumulación por parte del BCRA.

En consecuencia, debe comprenderse que una administración inteligente y planificada del frente externo, con el fin de priorizar los diversos usos posibles de las divisas que ingresan a nuestro país, es completamente inevitable. Como lo demuestra la historia reciente, esto es válido para cualquier fuerza política que esté en el gobierno. Tal administración requerirá de un Estado que no solo construya capacidades de regulación, sino que estas sean coordinadas continuamente entre las áreas involucradas y claramente conducidas por las máximas autoridades.

Finalmente, un factor insoslayable para la definición de como intentar resolver ambos problemas es la actual renegociación del ya caído acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. La necesidad de contar al menos con los desembolsos para hacer frente a los impagables vencimientos de deuda comprometidos en el acuerdo original de 2018 para lo que resta de este año y el próximo, hace necesaria la redefinición de las metas establecidas y la modificación de las condicionales de política económica que el organismo impone a nuestro país. La experiencia de estos últimos años da cuenta de que lo acordado hasta el momento no ha hecho más que profundizar la inestabilidad cambiaria y el crecimiento de la inflación.

(*) Docente UNLu, UNDAV. Investigador del CCC.

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Depende del modelo

Por Noelia Abbate (**)

El futuro de la actividad económica se encuentra signado por la incertidumbre generalizada que atraviesa la economía. Inmersa en un año donde el factor electoral impone su propio pulso, no hace más que añadir imprecisiones.

El contexto en que debe desempeñarse la actividad es considerablemente complejo: escasez de dólares, dificultades para importar insumos productivos, régimen de alta inflación con un componente inercial inusitado, una deuda de montos sin precedentes con el FMI, entre otros.

El estimador mensual de la actividad económica (EMAE) que publicó Indec por última vez en febrero del 2023, indica que esta creció un 0,2 por ciento respecto a febrero del 2022, al tiempo que en el primer bimestre de 2023 acumuló una suba del 1,6 por ciento con respecto a los dos primeros meses del 2022. En su forma desestacionalizada, se observa que en cinco de los últimos doce meses las variaciones intermensuales del indicador fueron negativas, mientras que en los meses restantes presentaron subas que estuvieron por debajo del 0,5 por ciento, exceptuando junio (1,1 por ciento).

En resumen, es posible discernir en la evolución de la actividad económica un comportamiento amesetado. De cualquier forma, su nivel actual supera tanto los valores del año 2019, como los de los últimos nueve meses del año 2018.

Frente a este escenario, ¿qué tipo de evolución podemos esperar en la actividad económica para el próximo año? ¿Continuidad en la tendencia o punto de quiebre y recuperación? La respuesta está vinculada al avance de las variables macroeconómicas, pero también a factores políticos.

Esta producción ralentizada pero estable y en niveles por encima de los que se visualizaban hace cinco años se combina con una tasa de empleo que sube. De cualquier manera, a pesar de que el empleo se incrementa, la pobreza también lo hace, como resultado de la pérdida de poder adquisitivo por la suba generalizada de precios y las disparadas del dólar, junto con una mayor captación de ingresos desde la informalidad. Esto afecta las decisiones de consumo, tornándolas más cortoplacistas, lo que se suma a los crecientes costos industriales por el efecto inflacionario, promoviendo que la inversión continúe recuperándose, pero a niveles desacelerados (en el cuarto trimestre de 2022 creció un 0,1 por ciento interanual), algo contraproducente en tanto es uno de los principales componentes que tracciona el crecimiento económico.

Esto no le resulta ajeno a ningún partido político en la recta final de la contienda electoral. Tal es así que, por un lado, surgen propuestas “milagrosas” desde los espacios que pretenden desplazar a la fuerza oficialista. Desempolvan viejas ideas disfrazadas de nuevas, como la dolarización, al tiempo que apelan a las bondades del libre mercado como una suerte de mantra inapelable. Por el otro, desde el Gobierno se aceleran las medidas pretendidas a modificar la tendencia de la actividad económica.

En este sentido, se destacan: el avance con el gasoducto que permitirá explotar Vaca Muerta, ahorrar millones de dólares en importaciones de energía y facilitar la provisión de gas a hogares y fábricas; suba de tasas para plazos fijos; suspensión de derechos antidumping para las importaciones de insumos difundidos; reducción del costo de financiamiento del Ahora 12; el Mercado Central importando alimentos directamente para promover la merma de sus precios; la oportunidad con la industria minera para generar divisas y empleos de alta remuneración, etc.

En fin, múltiples son los frentes abiertos y los sectores que podrían dinamizar la economía. Para la materialización de un punto de inflexión, será determinante el patrón de acumulación del capital que proponga la fuerza vencedora, definiendo así el rol que ocupará el Estado a partir del próximo año y el ordenamiento macroeconómico al que se arribe. Queda aguardar que el país pueda abordar este desafío con una propuesta que alcance un mayor crecimiento sin perder de vista la arista distributiva. En definitiva, el futuro depende del modelo.

(**) Economista (UBA). Maestranda en Economía Política (FLACSO).