Ralf Hütter mira a Falk Grieffenhagen desconcertado. Cada uno de los aparatos parece haber tomado vida propia y los BPM se descontrolaron, hasta crear una suerte de remix delirante que pondría rojo de envidia a Aphex Twin. ¿La rebelión de las máquinas un martes y en el Movistar Arena? ¿Y justo con los precursores de la música electrónica? La paradoja es que Kraftwerk, que acaba de volver al escenario para su primer bis, está tocando “The Robots”, una oda a un futuro que en 1978 parecía lejano y hoy puede describir perfecto el Chat GPT. Sí, esta vez el cuarteto alemán decidió tocar la canción en vivo, en lugar de ser reemplazado por los primitivos cyborgs que se hicieron cargo de la escena en visitas anteriores. Pero Hütter toma el control en pocos segundos y llega a cantar “Estamos cargando nuestras baterías / y ahora estamos llenos de energía / Somos los robots”. 

¿Fue acaso la primera demostración de que Skynet maneja la realidad humana y en cualquier momento manda un Terminator a asesinar a John Connor? Hmmm, no, ya hay varias de esas por todos lados. Más bien fueron los fantasmas en las máquinas de Kraftwerk, que ya se habían manifestado en ciertos finales fuera de sincro, y algunas visuales congeladas o que terminaban antes de tiempo. Nueva paradoja: esos “errores” le dieron a la quinta visita de la banda alemana una “humanidad” inesperada, más acorde con un público decidido a corear las melodías de los himnos electrónicos y hasta hacer ¡un mini pogo! con una música que en su momento cierta ortodoxia rockera tomó como si hubiera salido del freezer.

Esta vez no hubo artilugios 3-D para convocar al show –como en la visita anterior- ni nada “nuevo” que presentar. Pero tampoco fue simplemente una recreación de lo que el cuarteto viene haciendo desde que cambió los instrumentos electrónicos con los que diseñó su música en los ’70 por laptops (aunque Hütter no largue su sintetizador, afortunadamente). Fue la manifestación en vivo de varias profecías que se cumplieron: un mundo de computadoras, seres humanos “mejorados” por la tecnología, la amenaza de la radioactividad siempre latente (hola, Vladimir), los números dominando las vidas de todos.

Fue también el reencuentro con una música política, que mostró un futuro posible con un truco notable: esa aparente descripción aséptica estaba cargada de opinión. La mera elección de narrar sonoramente un viaje por la “Autobahn” hablaba de la recuperación alemana tras la Segunda Guerra, atravesar latitudes en el “Trans Europe Express” mostraba una nueva (y ferroviaria) manera de concebir a Europa, pensar en un “Computer World” era también poner en primer plano las distopías que podía acarrear. Y todo eso con una forma renovada, en la que las melodías perfectas no pierden centralidad, pero en las que las bases (las autopistas, las frenadas, las bocinas, el chirriar de los rieles, el "sonido" de los bits) encontraron algoritmos del presente para evitar el retrofuturismo.

Tarea imposible, por otro lado: ¿cómo concebir el aquí y ahora sin imaginarlo moldeado por Kraftwerk? La influencia de la banda que Hütter creó con el fallecido Florian Schneider se ha convertido en una suerte de metaverso que abarca no sólo la música sino la cultura occidental en su conjunto. Todos somos hijos de Kraftwerk, de uno u otro modo. Incluso quienes nunca oyeron siquiera hablar de esta usina alemana lo son. Por eso, una vez más, hasta las fallas del espectáculo lo hicieron más grande.

El comienzo fue demoledor: cuatro señores mayores (¡Hütter tiene 76 años!) vestidos como ciclistas espaciales frente a sendos "escritorios", y una pantalla enorme detrás que empezó a tirar números en diversos formatos e imágenes de computadoras ancestrales mientras sonaban sendos medleys de "Numbers" / "Computer World" / "Computer World 2" e "It's More Fun to Compute" / "Home Computer". Mientras el pensamiento discurría en lo increíble de que estas canciones publicadas en 1981 hayan sido concebidas de manera analógica, llegó la primera falla en la Matrix: "Spacelab" arrancó antes de tiempo y hubo que volver a comenzar. Pero cuando en la pantalla un ovni sorteó un satélite artificial, pasó por el Más Monumental (hmmm, la foto era de hacía décadas) y aterrizó en pleno Movistar Arena todo pareció encaminado.

Kraftwerk no tocó "Muchachos", pero sí hizo un "Tango". El tema inédito -que ya había hecho aquí en 1998- se pegó a "Airwaves", mientras la pantalla mutaba en osciladores y ondas sonoras. Un pequeño lujo para un público a esa altura deslumbrado. Y enseguida a corear la melodía, porque vino "The Man-Machine", esa fabulosa oda al "ser semi humano" que también es un "ser súper humano". "Electric Café", "Autobahn" y "Computer Love" mantuvieron el clima de azoramiento y otra vez los cánticos con "The Model", un hit-canción tan redondito como en 1977. ¿Sería mucho pedir "Neon Lights" a continuación? No lo fue. Y resultó maravilloso: las máquinas humanas también pueden transpirar melancolía.

Enseguida "Radioactivity" recordó nombres como Chernobyl, Harrisburg, Sellafield y Fukushima, que no habían sido un problema para la humanidad cuando Kraftwerk lanzó el disco epónimo en 1975. Sí Hiroshima, claro. Al lado de semejantes temáticas, costó subirse a la bicicleta virtual para el medley de "Tour de France 1983" / "Prologue" / "Tour de France Étape 1" / "Chrono" / "Tour de France Étape 2". El final antes de los bises fue otro viaje, pero a bordo del "Trans Europe Express" (completado con "Metal on Metal" y "Abzug"). Y reapareció aquella tercera estrofa que había quedado perdida en el túnel del tiempo: "From station to station, back to Dusseldorf City / Meet Iggy Pop and David Bowie". Pudimos ser héroes por una vez.

Después de la rebelión de las máquinas en "The Robots", otra rareza: "Planet of Visions", un tema hecho para la Expo 2000 que Kraftwerk grabó en vivo en Minimum-Maximum. Casi sin respiro, "Boing Boom Tschak" llenó el ambiente de onomatopeyas, reproducidas en las pantallas como en un comic o en el Batman de Adam West. Preludio para "Music Non Stop", en el que cada operario de la usina se despidió después de hacer un "solo". "Good night. Aufwiedersehen. Adiós", fueron las únicas palabras que Hütter pronunció en toda la noche fuera de las canciones. No hacía falta mucho más. La música que Kraftwerk generó no paró y no va a parar. Y este presente que el grupo alemán vio antes que nadie todavía tiene arreglo.