-¿Cómo empezó tu amor por el arte?

-La formación en pintura que había para los chicos en aquella época, era pésima. Directamente no se pintaba, no había la menor idea de cómo trabajar en pintura con los chicos. Se dibujaba, se hacían caricaturas, pero no se pintaba. Lo que a mí me atraía mucho era ver libros de arte, y después, ver cuadros. Me atraían las figuras. Eso me gustaba más que ponerme a leer. Tenía fascinación por la pintura. Desde chico me gustaba ir al Salón Nacional: era todo un acontecimiento, que sucedía en septiembre en el Palais de Glace. Y así como otros chicos recordaban marcas y modelos de autos, yo iba con mis padres al Salón Nacional y les iba diciendo al pasar de quién era cada cuadro. Reconocía a todos los pintores. Mi amor hacia la pintura fue por vía de la contemplación más que por el hacer.

-¿Qué artistas te marcaron de chico?

-Por esos años no era como ahora, que uno tiene acceso inmediato a cualquier información y a ver cualquier cosa. Había que recibir libros, que tardaban mucho en llegar. Y era difícil conseguir libros con buenas reproducciones en color. Así que en el terreno de la pintura, y de los libros de pintura, yo tenía un gran amor por Rembrandt y por Goya. Mi padre había comprado un busto de Goya que estaba en casa, y yo me sacaba fotos. En el catálogo de la Serie Federal estoy en una foto abrazando el busto de Goya. Y también me encantaba Picasso. No entendía por qué a la gente no le gustaba. Yo había hecho unos libritos a mano, con dibujos y pinturas, y uno se titulaba: “Yo defiendo a Picasso”.

-¿Cómo era tu juventud en comparación con el período de juventud de las generaciones que te siguieron?

-Para responder eso tengo que empezar por la juventud de mi padre que se remonta a comienzos del siglo pasado. Podría decir que mi propia juventud fue más parecida a la de él -que tenía cuarenta años más que yo-, que la de la los jóvenes de ahora en relación con mi propia juventud. Creo que en ese sentido, entre los jóvenes de mi generación y los de ahora, hay una diferencia enorme. Especialmente en la audacia para enfrentar distintos aspectos de la vida: ahora son más audaces.

-¿Y en cuanto al aspecto artístico?

-En el sentido propiamente artístico, mi generación significó una primera ruptura. Ante todo, con la normativa escolástica y de la academia. De la formación académica yo me salvé. En cambio sí pasé por un taller: el de Horacio Butler.

-¿Por qué elegiste ir a su taller?

-Lo había elegido porque me gustaba mucho su color. Me parecía que era un moderno. Pero estuve solamente un año y medio en su taller, porque yo estaba en permanente polémica. Quizás hay una constante a lo largo de las generaciones, en la manera de preguntar por parte de los adolescentes, que para los adultos suena casi como una falta de respeto o como un deseo de cuestionar todo. Como Butler había sido alumno de André Lhote y tenía formación cubista, yo no entendía aquello de que nos pusiera una naturaleza muerta adelante y luego interpretar eso haciendo rayas. Yo lo redondo lo veía redondo (risas).

-Lo cuestionabas.

-Le hacía preguntas todo el tiempo y parecía estar permanentemente polemizando. Entonces un día él me dijo: “No tengo nada más que enseñarle”. Con esa frase no me estaba dando un título, sino que me estaba señalando dónde estaba la puerta (risas). Simultáneamente yo cursaba Derecho en la facultad, pero también abandoné y entré en el periodismo, en el diario El Mundo, a los veintitrés años. Como vi que no había crítica de arte, tuve la audacia de pedir esa sección. E hice incluso el comentario de alguna exposición de Butler.

-¿Te lo volviste a encontrar?

-Cuando llegó el momento de la inauguración de mi primera exposición individual, el 5 de octubre de 1959, iba con un miedo bárbaro a la galería y me sorprendí al encontrármelo en la puerta. Me dice: “Vine más temprano por si no me gustaba, y entonces podía irme sin encontrarme con usted. Pero me quedé para poder decirle que me ha dado una lección, porque haciendo exactamente lo contrario de lo que yo le enseñé, ha hecho una serie de pinturas que le dieron buen resultado”. Lo que me dijo me impresionó mucho, me puso muy contento, para mí fue como recibir el premio Nobel. Eso demuestra lo honesto que era Butler, porque no era fácil decir algo así: tenía grandeza de espíritu. A partir de entonces sentí que yo ya era pintor.

-¿Y cómo siguió la cosa?

-Cuando entro a la sala de mi exposición me encuentro a Alberto Greco, Rómulo Maccio -sobre quien yo ya había hecho un comentario en el diario- y De la Vega, a quienes apenas conocía. De la Vega, por ejemplo, había sido compañero de mi hermana en la facultad. Por entonces coincidió que mi padre me dijo si quería tener como espacio de taller la fábrica de sombreros de mi abuelo, porque la estaban liquidando. Ahí había espacio de sobra. Y allí empezó la cosa.

- Retomo esta idea del Noé cuestionador. A lo largo de las décadas, con tu obra siempre has ido discutiendo y buscando superar ciertas cuestiones que parecían más o menos fijas. Por eso tu producción puede verse como una síntesis o superación entre la figuración y la abstracción; entre la pintura y el dibujo; entre el plano y el volumen; entre lo estático y lo dinámico.

- A partir de ese razonamiento surge una pregunta que nunca me he hecho a mí mismo. Diría que hay en mí un afán por la polémica que no sé de dónde viene. Porque si tengo que pensarlo en términos familiares, mi padre era un hombre muy medido, discreto. Es decir que lo mío no venía por contagio de una actitud paterna. Tampoco era que yo hiciera algo en contra de mi padre. Aunque años después llegué a polemizar con mi padre, sobre todo en lo político. Y eso me dolió porque yo lo adoraba. Hay una cantidad de cosas que no entiendo de mí mismo. Tal vez como yo era enormemente tímido, necesitaba ser lo contrario.

-Para mí tus mejores obras son las de los últimos veinte años. Y en la historia del arte hay pintores longevos que pintaron sus obras más interesantes en la vejez.

-Se ha escrito que en la pintura sucede algo que no sucede, por ejemplo, en la música. Suele pasar que los compositores no hacen su mejor obra en la vejez, sino en la juventud. En la pintura, en cambio, están, por ejemplo, los casos de Tiziano, Monet, Matisse o Hokusai. No me comparo con ellos, pero son un ejemplo de haber realizado su mejor pintura en la vejez.

-¿Qué desafíos colectivos y personales te tocan en este momento?

-Respecto de lo colectivo y lo social, veo muy mal el mundo, muy loco. No hablo de la Argentina, sino del mundo entero. Y Europa, que siempre ha tenido experiencia y memoria de la guerra, lamentablemente es el escenario de otra guerra. Esto en parte es una gran canallada de Estados Unidos: porque resulta que lo peligroso está fuera de su propio territorio.

En cuanto a lo personal, no le tengo miedo a la muerte, pero le tengo pánico a la muerte en vida. Por eso me pone contento saber que estoy lúcido. En el caso de la escritura, creo que el libro que acabo de terminar es un ejemplo de lucidez. Y pienso que lo mismo me pasa respecto de la pintura. Me gustó que dijeras que mi mejor obra es la que hago ahora. En este sentido deseo poder continuar. Lo que más me alienta es tener proyectos. Si no los tuviera, como me siento un poco cansado, diría que la experiencia de haber vivido ya la tuve.


Festejos

La Fundación Luis Felipe Noé inicia los festejos por los noventa años del artista, co con actividades que van desde mayo de 2023 a mayo de 2024.

El día viernes 26 de mayo se hizo un homenaje en la vía pública, en la fachada del Centro Cultural Kirchner y en las pantallas de los teatros de la avenida Corrientes.

Por su parte, el Museo Nacional de Bellas Artes realizó un festejo con el artista la noche del 26 y puso en valor las obras de Noé en su colección.

Al mismo tiempo, la Colección Fortabat también se unió a la propuesta exhibiendo las obras del artista.

Se preparan agendas con distintas instituciones culturales del país, que se irán anunciando oportunamente.