Mirar a nuestro alrededor y ver con atención tierna, con curiosidad, tal como Borges admiró del poeta de los balcones, es lo que necesitamos hacer, lo que es necesario volver a hacer. Ya fue posible en otras horas, cuando era inimaginable dejar de mirar a quienes nos rodean, a quienes están ahí, lejos o cerca.

Si hubo alguien a quien le resultaron atendibles unas decenas de balcones sin colores, ni aromas, ni formas ¿por qué no lanzar alguna voz por tantas flores que hay sin un lugar donde realizar su ciclo?

Las flores son humanas y verbales, las de las bellas necesidades y las de la necesaria belleza. ¿Por qué, entonces, no tienen su balcón? Crecen aquí y allá, entre rocas y cementos, entre baldosas y adoquines, exhiben lo que pueden, lo poco que tienen, no pretenden tanto. ¿Por qué sobran faltas, aun cuando no falta un ruidoso excedente?

No fue un capricho traducir a palabras, a esas palabras imperiosas que nos empeñamos en llamar derechos, las exigencias de nuestras necesidades que, de nuevo, no son tantas. Allí, decimos, donde hay unas, deben estar los otros. Pero repito, no es un capricho, una ocurrencia cual si fuera una preferencia coyuntural, accidental.

Hay un nudo que debemos comprender indisoluble entre necesidades y derechos, en que las primeras son la razón esencial de los segundos. A tal punto es así, y esto debemos grabarlo en mármol, que si borramos los derechos, las necesidades se alteran, se trastornan. No se legislan deseos, solo su condición de posibilidad. Si no, Eros muere bajo el imperio de la cifra y de las cosas.

Resulta ignominioso que el concepto de sacrificio no sea, a esta altura, solo el nombre de una experiencia del pasado. Todavía hoy, cuando un ser sufre las adversidades de cualquier carencia, no falta quien le diga “vas a salir fortalecido de esto”. ¿Y si renunciamos, eternamente y de una vez, al instantáneo impulso de honrar las fracturas?

Hemos comprobado que el poderoso rechaza el amor, lo hemos observado y se deduce de cualquier silogismo que intentemos. Y tamaña aversión tiene un motivo profundo que podemos entender pero no admitir: la ternura amenaza la indiferencia necesaria para que reinen el dinero y los objetos.

Anular derechos, que son la expresión de las necesidades, no es sino legalizar en silencio aquella indiferencia. Proscribir el balcón, además, arroja a las flores al aislamiento. Se las priva de un espacio donde habitar con vida. Decimos balcones, entiéndase, para adherir al poema sugerido al inicio, aunque caben también jardines cuidados, parterres o canteros propicios.

Así resuenan las palabras del jueves 25 en la Plaza. No se trata de lo que puede una sola y única flor, sino de la voluntad de miles y miles de ellas. ¿Es tan difícil salir, rescatarnos, de la indiferencia? ¿Por qué nos cuesta tanto sentir que el otro es diferente y significativo? ¿O acaso, cada uno de nosotros no somos, también, diferentes y significativos?

Ser frágiles y disímiles, en cada una de nuestras singularidades, es el punto de partida, al que le sigue la impredecible unión, como pronunció Freud, de esos muchos débiles y de potencia desigual. Allí está la comunidad, su poder y su derecho.

Ese derecho, que a diario vemos cómo es pervertido y que solo se lo grita para prohibir, pero no, tal como es su esencia, para proteger.

¿Cuál es el destino, entonces, de la intensidad que vivimos la tarde del 25 de Mayo en la Plaza? ¿Qué haremos después de una jornada tan vital? ¿Cuál es el conjunto de acciones que deberían seguir y corresponder al acto del 25? ¿Tamaño movimiento popular, conjugado en la Plaza, resultará luego en voluntad popular sostenida?

El daño existente es mayúsculo y los riesgos son aún más ingentes. Alrededor de todo lo que padecemos y denunciamos, parece sobrevenir una triste y sombría escena: subvertir el aforismo gramsciano. Así, percibimos que hoy nos rigen más el optimismo de la razón y el pesimismo de la voluntad. Sabemos y entendemos qué sucede y por qué, somos portadores de una lucidez precisa, propia u oída, al tiempo que el riesgo es que todo eso no conduzca a acciones sino que, más bien, sea correlativo de una voluntad adormecida, escéptica, apenas despabilada en una manifestación masiva.

Intuyo que bajo esa misma comprensión, en su discurso del 25 de Mayo, Cristina Fernández de Kirchner exhortó a militar en las fábricas y universidades, en la calle y en los “bondis”. Que una persona sola no puede es una verdad de Perogrullo, pese a lo cual fue necesario expresarla. El deseo de que se presente como candidata, el operativo clamor, entonces, no solo choca con la proscripción que le impide postularse, sino también con la ausencia en el pueblo de una voluntad y una acción concretas que combatan la mentada proscripción.

Sebastián Plut es doctor en Psicología. Psicoanalista.