La única vez que Mercedes no respondió fue cuando sobre el final de la charla le pregunté “¿en qué crees?” Ahí los caballos se le fueron por erguir las banderas de un ateísmo prematuro, alimentado desde la infancia por Juan, su tío comunista y metalúrgico, y de allí a la historia de su madre y su padre, ambos migrantes, y una casilla de madera donde vivió parte de su infancia en Quilmes “en San Juan y Urquiza, que en realidad era un lugar donde no había nada, apenas a unas cuatro cuadras de la casa de mi tío Juan. Nuestra casilla estaba en un casi desierto donde solo había una planta grande de Jazmín”. Y vuelve a recordar que esa zona de Quilmes era, en aquellos años, un polvaderal en verano y un barrial en las lluvias heladas del invierno.

A pesar de haber tenido una madre con una enfermedad tan dramática como crónica, no hubo un momento que le disparara la decisión de ser médica. No hubo una epifanía, sino más bien un destello infantil al que nunca renunció “porque yo decía que quería ser médica, o jocketa o cantante. Y bueno, soy médica, anduve en moto muchos años, cosa que me tomé como que finalmente fui una amazona urbana, y todavía estudio canto. Casi que cumplí con todo,” dice entre risas esta mujer de mirada penetrante, intensidad sin medida y voz de cuchillo a la hora de opinar.

De su existencia supieron primero los habitantes de las redes, y el público en general después; la conocieron cuando el 14 de abril del 2021, apareció en Twitter, desgarrada de angustia, tragando lágrimas y mocos ante la incomprensión de alguna gente, diciendo en gritos que ahogaba el barbijo: “No puedo creer el carancheo político de una sociedad que no entiende que se la está protegiendo. Quilmes está colapsado, igual que CABA. Mis colegas y yo no damos más, se nos escapa la gente entre las manos. Este bicho deja muy pocas herramientas para el tratamiento. Dejamos la vida en las guardias ¡pero así y todo se van! ¡Hay familias desechas! ¡Estamos a borde del colapso! ¡Y hay quien sale a cacerolear porque no puede salir a tomar una cerveza a la noche! ¡Hace un año que no tenemos descanso! ¡No puedo creerlo, no tienen camas en CABA! ¿No les queda claro? ¿Quieren ver los muertos apilarse!? ¡Politizar la muerte es lo más bajo que puede hacer un ser humano! ¡Ya lo han hecho en dictadura y lo vuelven a hacer ahora! ¡Déjense de joder!”

Aun hoy ese video es un testimonio vivo del drama que se vivía en los hospitales.

Desde ese momento y sin quererlo, Mercedes Suarez, médica general, hija de gallegos, habitante de Quilmes, pasó a ser -en internet- “La Doctora Libertad”, que es esta que va y vuelve sobre los temas sin mas orden que unos hilos conductores que arma sin poner los títulos y a velocidad de vértigo porque “lo que pasaba en esos años de la dictadura es que en la casilla se escuchaban los tiros de noche y yo recordaba a mi tío diciendo que me escondiera bajo el jazmín. Pero cuando el susto era mucho caminaba las cuatro cuadras por el descampado con mis hermanos hasta lo de mi tío, en plena noche”, dice, aun sonriendo y recordando que entre la enfermedad de su madre y el trabajo de su padre, se tuvo que hacer cargo de los hermanos, a los cinco años de su edad, porque “éramos de verdad muy pobres, tanto que el almacenero, Don Pepe, cerraba el almacén y llegaba a golpear la puerta a decirle a mi papá: Mire José, yo que usted tiene carácter, pero el pan y la leche no le pueden faltar a los pibes. Acá tiene”. Cosas de épocas amorosamente humanas.

Un buen día se casó y se separó un año y medio después. Tenía un trabajo estable y bien pago y seguía estudiando medicina “intercalando materias y laburo. Tardé en recibirme, porque estudiar y mantenerme era la formula común”.  Pero acababa de idear un plan: con sus ahorros podía renunciar a su oficina y dedicarse a buscar trabajo de médica. Solo falló que no pudo escapar a la experiencia financiera de casi toda su generación cuando el “corralito” se quedó con su dinero justo “cuando había renunciado a un buen trabajo. Y ahí vino todo junto”. Todo junto fue que con la renuncia anunciada y sin plata y ya sin ese trabajo, se enteró de que aquella noche de pasión breve había dado frutos: estaba embarazada de tres meses “y ahora si estábamos en problemas, recién recibida, sin trabajo, sin plata y con panza, solo había que enfrentarlo”. El cuento termina con ella trabajando ya de médica y viviendo en una casa prestada, hasta que nació Lola, su hija, al filo de cumplir treinta y dos años y afrontando durante los diez años siguientes una rutina de noventa horas semanales de atención. Seguramente recordaba a su padre diciéndole que la medicina no era para ella porque era profesión de hijos de ricos, que iba a sufrir y a llorar mucho. Frase que hoy recuerda con una sonrisa de lejana ternura.

Mercedes recuerda un primer muerto en una guardia, que no fue suyo, pero aun la convoca y se le ve en los ojo. "Era una chica jovencita en una noche de infierno en la guardia. Aquello era Camboya, había entrado de todo y todo junto: heridos de bala, apuñalados, gente atropellada, un caos de sangre y gente y gritos por todos lados y esta chica llega con una crisis asmática. La ingresaron y yo la miré de lejos mientras atendía a un herido y cuando volví a mirar le estaban haciendo masaje cardiaco. Y murió. Ella tenía 20 años. No era mía, pero la llevo conmigo”.

De los diez o quince tatuajes que tiene, “depende de cómo se cuenten” el mas visible es el del pañuelo de Las Madres: “nunca tuve militancia orgánica y jamás falté a ninguna marcha” asegura, mirando a los ojos y poniendo fuerte el dedo índice sobre la mesa. “Hasta que apareció Kirchner, el peronismo me quedaba lejos, pero todas las causas verdaderamente humanas, las asumí como propias” dice, sin permitirme dudar. “Por eso fue ese video que acabó siendo viral. No podía entender que hubiera gente tan mala y otra tan estúpida que caceroleaban para salir de noche mientras con mis colegas reventábamos para salvar vidas. No quiero hacer un caso de la lucha de clases, pero de verdad que a la mayoría de la gente que tuvo y tiene la vida fácil, no les importa el resto, tanto, que jodieron para que la gente no se diera la vacuna Sputnik y cuando los muertos llegaron a cien mil armaron eso de las piedras. Gente miserable a la que no le importa la vida de nadie”.

Desde aquel video de urgencia desesperada hasta hoy, pasaron infinidad de cosas, y Mercedes, La Doctora Libertad, sigue atendiendo pacientes en su trabajo y peleando desde las redes “¡porque la mala leche y la estupidez no dan respiro!” dice con una carcajada que le iría más a un cubiletero de pulpería que a cualquier otra cosa en el mundo.

“Yo sigo atendiendo pacientes y en las redes aconsejo, aviso días y campañas de vacunación, y defiendo el proyecto nacional y popular. Esa soy y de ahí vengo y para ahí voy”.

Pero las redes no perdonan: a veces le mandan abrazos y otras veces chicanas y puteadas “¿pero sabes qué? Yo siento los abrazos”.