Los bordes del corazón se dibujan así como se borran; a la vez, mimos son mimos; sobornan. La traición tiene un color que yo supe conocer en el rostro de un ser muy querido, como tantas otras cosas que supe callar, supe mentir, supe fingir. (►)

En sus recitales en Buenos Aires, Babasónicos suele subirse a las 21.30 y tocar por una hora y media, más los bises. A las 21.32 de este viernes, entonces, Adrián Dárgelos ya había hablado sobre la ficción, la mentira, la traición de un ser querido, el recuerdo, la moral borrosa, el soborno, el repentismo, los secretos, los cuerpos y la noche (siempre la noche). Todas estas formas de la confusión (siempre la confusión), que es su métier desde 1992, se pegotean en la segunda estrofa de Mimos son mimos, la canción que abre su último disco, Trinchera y también su show en el Movistar Arena.

Quiero que me llames de repente a un teléfono y que no sea mío, que suene en el medio de la noche; que nadie le responda, nadie le responda. (►)

Mimos son mimos señala el pulso de un álbum que conecta con la galería de lugares sobre los que hablan hace 30 años. Sitios indefinidos, habitados accidentalmente por personajes random que en casi todos los casos contribuyen a una confusión, toman provecho de ella o pretenden desenmascararla. Donde lo confuso puede partir desde un poder fantástico, de un relato, del romance, del delirio, del vaho mismo o de las ganas de aventura de la voz líder de la mejor banda activa de todo el rock en español. 

► Con una canción en los labios

Tanto en el disco como en el show de este viernes y en los previos, Mimos son mimos va en tándem con Paradoja, algo así como unos nuevos Carismático/Yegua, conectados por un motivo de guitarra, pero con una lógica y una animosidad completamente distintas.

¿Quién pudiera sonreír sin tregua todo el tiempo, sabiendo que la muerte opera con una canción en los labios, haciendo acercarte a escuchar un suspiro, un estertor, si tu nombre está en la lista o te queda un día más? (►)

Luego Y que, y al toque Microdancing. Después Deléctrico, y en otro bloque posterior Sin mi diablo, Desfachatados y Pendejo. Y Los calientes. Y La lanza. Y, sobre el final, Putita e Irresponsables. Entre los 29 temas hubo un tercio de hits perfectos, indudables y horizontales, del tapado y las bucaneras a las alpargatas y los lentes de farmacia de turno. Hubo otro tercio de canciones pivot, que les habilitan momentos variados en un set que busca dinámica y narrativa, como Vampi, Como eran las cosas o El colmo.

Y de Trinchera hicieron casi todos, nueve, obviando Madera ideológica y Lujo, y sumando Trinchera, que aunque le da título al disco de abril de 2022 recién apareció en Trinchera avanzada en octubre.

Cada cual a su casa, a trincheras. Será la última chance de estar en silencio y a solas. Cada vez que nos metíamos dentro, nos caíamos en el fondo más, como curtidores de perlas profanas en un mar de lodo, que bajo del agua no aguantan más y una bocanada podría matarlos. (►)

Dárgelos viene cajeteándole a la muerte desde siempre, con el funeral de amor de Indios en Pasto ('92), la cripta convocante de Poder ñandú, el coma que le sopló la libertad a Karen en Posesión del tercer tipo o las exaltaciones de Coralcaraza y Ascendiendo, todos temas de Trance Zomba ('94). Le ofreció dos discos al lado oscuro, Dopádromo y Babasónica, en el '96 y el '97. Y después de la muerte de Gabo Manelli, bajista original del grupo, cerró los dos siguientes, Mucho ('08) y Romantisísmico ('11), de forma explícita con El ídolo y Chisme de zorro, que justamente versan sobre irse, no estar más, retiro, desaparición. Para Trinchera y para el Arena, además, estuvo Anubis.

No va a empezar la muerte hoy a llevarse mis amigos; no la voy a dejar, yo la voy a apalabrar, tiene que peleármelo. (►)

Foto: Cecilia Salas

► Se dibujan así como se borran

Sin importar las épocas, las canciones de Babasónicos son, en general, entornos donde las certezas se diluyen. O por lo oscuro, o por lo viciado, o porque se puso en marcha un engaño, o porque somos muchos y se nos confunden caras y cuerpos. También, a veces, porque no entendemos qué palabras usa Adrián ni qué significan. Parafraseando al tipo que todo el mundo se siente audaz parafraseando: los bordes de sus canciones se dibujan así como se borran.

Y el ejercicio no se agota en él: el delivery de confusión es una misión cumplida como banda, con música cooperativa que trasciende los lugares comunes, muta, se desarma, sangra y se vuelve a formar; un kraken musical que se alimenta de fantasías. Dárgelos, Panza, Roger, Tuñón, Diego Uma, Carca y Tuta rompen filas y se reagrupan a cada rato en una trinchera que no tiene nada de lo frío y lo oscuro de los pichiciegos de Fogwill.

Prestame unos minutos para que te muestre con palabras lo que me sucede a mí; la noche es un país imaginario donde lo insignificante luce como joya envuelta en humo. (►)

En el Movistar Arena, su ámbito es todo luz y fuego, reflector y humo. Mientras los hermanos Rodríguez se sueltan para cantar y arquearse, los demás se quedan en el centro del escenario, vocales de ese club que hoy es La izquierda de la noche, y que antes fueron conocidos como agitadores en un medio conservador o como forajidos de siempre. Mientras el rock, la cultura y la fe se volvieron espacios liminales, la noche sigue manteniendo su halo y su ecosistema, donde todo tipo de confusiones ocurren.

El tema de Trinchera, con su video fabular y elocuente del superstar hinchado las pelotas, es la antesala de 10 minutos frenéticos donde conectan Sin mi diablo, Desfachatados y Pendejo. Pero, más sutilmente, es otro ejemplo de la cruzada de Dárgelos ante el sobreprecio como símbolo de todo, como después hará en Mentira nórdica, al mencionar el flash narcótico de "salir a comprar sin mirar los precios", y en La pregunta, su tema definitivo, con ese trago que quizás habrá que pagar de más. El sobreprecio como marca de autor, y como indicador de una confusión generalizada.

La noche es un portal imaginario donde habitan los permisos que de día ni en pedo se dan, donde más es más y todo se paga de más. (►)

► El cubo mágico

En medio de todo ese caos, la banda mantiene una formación estoica en el espacio iluminado, bajo el cubo de pantallas y tachos de luz diseñado por Sergio Lacroix, artista indispensable en la propuesta babasónica como escenógrafo y diseñador de puestas de luces, visuales y mobiliario. Si los shows de Babasónicos son así de mutantes, es entre otras cosas porque para cada presentación grande se diseñan una nueva lista y un nuevo entorno de espectáculo.

Desde andamios y escalinatas en el Luna Park hasta norias de luces y bolas de espejos technicolor en el tablado del C Complejo Art Media, o bailarinas desnudas en el íntimo en el Maipo, o la cortina delante de BBS Tecno. Son diseños nuevos que además de resetear el orden visual obligan nuevas dinámicas para la banda, como lo había sido también esa medialuna con Adrián al centro, para Impuesto de fe y su gira de teatros.

Todo bien podría construirse de madera y arder para ti como parte del show. (►)

El viernes fue el turno de una pantalla cúbica que coronaba a la banda y que actuaba de osciloscopio, de visualizer, que contribuía a la confusión ampliando paleta cuando las pantallas laterales perdían el color, o falseando cortes de transmisión. De a ratos, la pantalla se volvía traslúcida y le nacían haces de luz. En otros momentos acercaba un Dárgelos gigante y próximo, para instantes íntimos de algunas canciones. O proyectaba en sincro aquel clip hoy nostálgico, siempre dusty, mientras hacían Montañas de agua.

Babasónicos, su música, su performance y su puesta en escena son calentura y son un jugueteo excepcionalmente necesario en una era donde tener expectativas y certezas sobre las cosas es un mandato: de los chats con inteligencias artificiales al yoga facial, de la videovigilancia a los relojes cuentapasos, de los analytics al etiquetado frontal. Es una nave surcando la noche como en otro track del disco, Contra viento y marea, para ir a buscar ese Capital afectivo que designa a otro tema también tocado en Villa Crespo.

Se acabó la expectativa y también hay una vida, además de esa que siguen todos, donde todo parece perfecto como droga de diseño que no surte culpa. (►)

► La gran mentira babasónica

En todo caso, lo que opera Babasónicos es una "desinteligencia artificial", una modestia que no es falsa porque está bien impostada. Interpretan un papel aunque improvisen su guión. En su acción y trabajo permanente sobre la confusión, vistiéndose con "ropa que ni los putos se pondrían" o evitando durante tres décadas los feats, personifican la idea memética de fingir demencia a propósito. Son unos locos ganándose la vida como pocos, en disconformidad con la doctrina de la productividad y con los algoritmos que la sustentan. Algo sobre eso cuela también en Vacío, cuando Adrián habla de "segmentos de vacío que amenazan crecer" o asegura que "la identidad no se negocia nunca".

Si luchamos, esta vez que sea a favor. Si perdemos, esta vez que sea otra cosa. Si volvemos a luchar, no me lo digas. Dejemos de pelear entre nosotros. (►)

La experiencia catártica de sus shows, pero también sus paraísos imaginarios en clips, los dioramas que despliegan en sus canciones y los panoramas macro de sus discos: como la mayoría de la noche, todos los mundos que propone Babasónicos funcionan como espacios fuera del tiempo, como zonas de exclusión convocadas por ellos, con reglas claras y excepciones acordadas. Si algo así era "el lugar metalizado" del que hablaban en Trance zomba, en 1994, entonces no les llevó ni 10 años establecer su tráiler gitano en el medio de la cultura y el sistema, para no irse nunca más de ahí.

Foto: Cecilia Salas

Si hace 30 años ese lugar metalizado cabía en el puño cerrado de una pandilla juvenil, como si fuera el bolón de acero ganador de un juego de bolitas, durante décadas esta banda sintetizó, farmeó y mejoró ese material para levantar una mole de acero, un monolito dedicado a su mito de banda en estado de rock, infranqueable excepto para los poderes ancestrales indiscutibles, como el amor, la locura o la muerte. A los cuales, a diferencia de la gran Mentira nórdica de la canción, no se los puede negar.

Voy a leerte la mano y traducir qué conviene y qué no. Me estoy contando a mí mismo fases de la gran mentira nórdica. (►)

El cantante no lo dice siempre, pero escribe seguido en reverberación con el amor, con la locura y con la muerte apareciendo a destiempo, a veces vendiendo algo, a veces como testigos, a veces cómplices y a veces antagonistas por decantación en el camino del ídolo, como popups de preguntas existenciales. En un punto, hay una "gran mentira babasónica" que es ese juego de confusión, esa secuencia de engaños en la que, en el descuido, mientras la gente se enamora, encuentra sosiego a su locura o se recompone de funerales ajenos usando sus canciones, ellos le roban un disco más a un mundo gil.

Bye bye, con el que hace un año empezaron y terminaron un show en el mismo lugar, es el último tema de Trinchera en la noche del viernes, llegando a las 23. El video la lleva para el lado de un sugar daddy sórdido, pero la canción se revuelca en algo mucho más sutil: la posibilidad de una compañía moldeada al deseo propio, una gamificación de la vida que nos están inculcando mediante la personalización de los vínculos, la preselección del romance, la optimización de las experiencias y el márketing de los logros insignificantes.

En campo minado, Babasónicos sigue peleando, ahora desde la trinchera, de la forma que mejor sabe hacer: arrojando sus bombas de humo.

No sé cómo soy, ni quién quiero ser. Ayúdame a ser como quieras. (►)