Desde Barcelona

UNO Definiciones: adelantado es "persona que se anticipa a su tiempo en alguna cosa" y órdago "en el juego del mus, envite en el que se apuesta todo". El presidente del gobierno de España y secretario general del Partido Socialista Obrero Español Pedro Sánchez, se sabe, gusta de ir por delante y apuesta fuerte (y la jugada le salió bien bastantes veces, remontando pérdidas y derrotas que se creían insalvables con maniobras dignas de estudio en Ciencias Políticas). Y así le va, así le está yendo, así le irá a ir, quién sabe.

En resumen: Sánchez es adelantador consumado quien, para poder serlo, suele consumir buena parte de lo que y de quienes lo rodean pero nunca consiguen acorralarlo del todo.

DOS Y Rodríguez venía sustrayéndose a la dura realidad externa dedicándose a suaves interioridades: Avedon, McCartney, Dyer, Reed, Moshfegh, Pink Floyd, Salter, Amis, Sinatra, Banville, Lovecraft, Mailer y (mientras todos hablan del final de esa lograda pero más-de-lo-mismo Succession) la maravillosa despedida de Mrs. Maisel... Pero dos domingos atrás pasó algo y sigue pasando desde hace una semana modelo vaya semanita. Primero, elecciones autonómicas y municipales en las que el PSOE y la fragmentada Izquierda volaron por los aires por "elementos intangibles" como el avance del Partido Popular y sus coleguitas de la extrema de Vox (Cataluña, como siempre, fue verso libre). Segundo, a la mañana del día siguiente, anuncio de Sánchez de anticipar las elecciones generales de diciembre a finales de julio. ¡Sorpresa! ¡Adelanto y órdago! "Sánchez ejerció de sí mismo", según editorial de El País. Y las tertulias televisivas --en los últimos días en piloto automático con eso de si España toda es racista a partir de lo que se le aúlla a futbolistas de color desde las gradas-- se activaron en arrebatado éxtasis. Y a Rodríguez toda la situación le recordó un poco a esa escena de Pulp Fiction en la que John Travolta apuñaba a la agonizante Uma Thurman en el corazón con una jeringa con adrenalina para traerla de vuelta al mundo de los vivos. Travolta es Sánchez y Thurman no es el PSOE sino su PSOE. Y, de pronto, todo vuelve a empezar. La táctica tiene algo de maestra si sale bien: cambiar el paso de los ganadores y ni darles tiempo para regocijarse en su victoria y entablar un desgastante asedio hasta fin de año, ralentizar sus pactos para gobernar juntos y, se supone, movilizar al votante de izquierdas con un "más vale que me reelijan porque si no vienen los ultra-malos malísimos trumpistas" (con el riesgo de que los cada vez más indecisos se lo crean y que entonces no voten a Vox ni a PSOE y le den al Partido Popular una mayoría absoluta) en el contexto de una Europa cada vez más diestra en el arte de doblar y retorcer en dirección a la derecha más populista. "Voto útil para que no nos usen", etc. Y --bonus-track-- con España en la presidencia continental en Bruselas durante el semestre julio-diciembre '23. Pero también (a Rodríguez no lo engaña) esa adelantada y ordaguiana voluntad de Sánchez quien, queriéndose como se quiere, es producto del no soportar que le recuerden derrota brutal durante un semestre prefiriendo dos audaces/riesgosos meses de tal vez vuelva a salir ganando.

¿Quién da más?

TRES Y la reacción inicial (Sánchez tomó decisión de madrugada y sólo la confió a muy cercanos) fue de estupor y, enseguida, de un cierto fastidio: elecciones en verano, con mega-calor y muchos ya en vacaciones, terror por ser convocado como fiscal de mesa, advertencias de que se disparará el voto por correo (sistema que ha probado ser "fácilmente manipulable"), previsible poca participación ("Millones de abstencionistas se quejan de tener que volver a no votar en julio", se reía y titulaba El Mundo Today), mitines asfixiantes ya más de lo que lo eran por altas temperaturas y aglomeraciones a primera y última hora de la "fiesta de la democracia" con el resto de la jornada en modo páramo y, claro, todas esas leyes en trámite y a punto de salir que con la disolución de las Cortes y el cierre del Congreso, se han quedado en las carpetas.

Así, Sánchez --quien alguna vez dijo que no dormiría si pactase con los cada vez más impotentes Podemos y que ahora no duerme tranquilo porque pactó con Podemos-- obliga a sus rivales a rearmarse (para lo que ellos entienden como el asalto final al "sanchismo") al igual que a sus aliados bastante rivales pero también rivales entre ellos de las múltiples facciones de esa Izquierda cada vez más de estudiantina y patio de recreo y a la que ya se le agotó hace rato la festiva novedad de aquel 15-M a unirse a su lado (en algo que ha dado en llamarse Movimiento Sumar y que más que un cajón de sastre parece más un cajón desastre) y el 23 de julio sumarle sus apoyos si quieren seguir cobrando. Y Sánchez ahora no la va a tener fácil porque, se sabe, las elecciones no se ganan sino que alguien las pierde. Y nada excita más al público general y pan-cirquero que la contemplación de un gladiador de rodillas rodeado por leones con hambre o un César acuchillado por coleguitas (o de un ex presidente con fina estampa de vendedor de Ermenegildo Zegna o de Emidio Tucci capaz, según rumores políglotas, de dar anguloso esquinazo y buscar cargo top en la OTAN). Pero a no confiarse: Sánchez es el hombre que volvió de la muerte política cuando muchos de sus correligionarios (quienes ahora lo acusan entre bambalinas de "volver a secuestrar al partido como si fuese algo suyo") lo dieron por acabado y publicó un libro al que tituló Manual de resistencia. Y ya saben cómo siguió, cómo sigue y vaya a saber uno cómo seguirá y si seguirá. Por lo pronto, Sánchez continúa no jugando al mus sino a una mezcla de póker con ajedrez cuyas reglas sólo él entiende del todo. Aunque Rodríguez cree comprender que a lo que se niega Sánchez es a que lo eche el PP (el Partido Popular) o el PP (el Propio Partido con una cifra de vértigo de nuevos "desempleados" pidiendo venganza). Si alguien me tiene que echar, parece pensar Sánchez, entonces que me eche el PP (el Puto Pueblo que, se supone, es el amo).

O algo así.

CUATRO O así están las cosas mientras un mega temporal meteorológico azota el Reino y ese maestro del cantar bien-mal Alejandro Sanz twitea y se lamenta por su salud mental (el nuevo malestar cool/chic, porque aquello de las drogas ya no es muy woke), pero asegura que seguirá en gira porque lo alivia a él y a sus fans. Pronto, manadas de otros desafinados como Sanz saldrán a hacer promesas incumplibles para seducir a votantes de corazones partíos. Y las verbenas de verano en la campiña se confundirán con las desconcentrantes concentraciones en campaña. Y la cuestión será ser o no ser votante: cambiar festiva cañita refrescante por obligada urnita al rojo vivo y, posiblemente, funeraria. Y por lo que Rodríguez escucha en oficinas y bares y almacenes y autobuses, toda las personas están muy cansada de que todos estos personajes cansen tanto.

Mientras tanto y hasta entonces, claro, el problema tanto de un bando como de otro de adelantarse tanto --por temerario o por atemorizado-- es que se pierde perspectiva con lo que quedó atrás y, de pronto, uno se encuentra al borde del abismo.

 

Es entonces, se sabe, cuando los acontecimientos --las elecciones-- se precipitan.