Fernando levanta un libro y se lo muestra a la Meca y Mili, que están detrás del mostrador. "¿Este es el que vino el año pasado?", pregunta. "No, pa", responde una de ellas. "Es el chico amoroso que vive en Bahía Blanca, ¿te acordas?". "Ah si, siempre nos escribe cosas muy sentidas en Instagram", afirma Fernando. En ese gesto que imita a todos los padres del mundo, que recuerda a tus viejos amigos por la calle donde viven, se cifra Notanpuan, la icónica librería del barrio de San Isidro, creada en 1983 por Fernando Perez Morales y que hoy en día es atendida por sus hijas mellizas Carmela y Milagros (Meca y Mili para quienes son habitué). 

Festejando el mismo aniversario que la democracia, el negocio familiar de la calle Chacabuco continúa renovando el amor por el acto de la lectura sin pompas, además de ser un espacio donde los escritores parecen viejos amigos, el ser librero es un oficio y la literatura es cosa para compartir, festejar y nunca, pero nunca, solemnizar.

Sobrevivir

"Nosotros nacimos con la democracia. Me llena de orgullo poder decir eso. Creo que eso también tiene que ver con haber durado 40 años. Esta librería no hubiera sobrevivido en dictadura. El libre pensamiento tiene un costo", afirma Fernando, que a los 23 boyaba por carreras sin encontrar ninguna que le genere tanto placer como le generaba la lectura. A esa edad (menos que la edad que tienen sus hijas ahora) fue que comenzó con una franquicia de La Boutique del Libro, donde fue encargado y socio hasta que logró independizarse. En 2015 llegó el nombre, y con eso un sello editorial y una identidad propia.

"Siempre defendí la literatura más allá de la academia. Yo ya tenía un concepto previo que era que la literatura viene de todos lados. Antes de ver el sentido, cuando apareció el nombre en mi cabeza me pareció que tenía música. Pero todo el mundo le encuentra sentidos distintos", afirma Fernando. 

"Pasaron muchos países en el medio en cuarenta años. No hay crisis que no hayamos agarrado: hiper, 2001, 2008. Pero sobrevivimos a eso. Ya es un leimotiv "sobrevivimos a eso". Hay algo de resistencia en ese sentido", afirma. 

Probablemente la resiliencia se deba a la responsabilidad y el afecto con el que testimonian su relación con el oficio. "Ser librero es una mitad no hablar de más y la otra mentir", afirma Fernando, condicionando quizás todas sus declaraciones de esa nota y a su vez, las de sus hijas Meca y Mili, con las que hoy comparte ocupación. 

Desde que pudieron pararse, Meca y Mili dieron vueltas por la librería sin límites ni direcciones. Cuando se cambiaron de colegio de uno doble turno a uno de jornada simple, a partir del mediodía se las podía encontrar en la librería. En la adolescencia comenzaron a trabajar en el verano, dando una mano en los momentos de más ventas. Lo que siempre hicieron fue leer. 

Lo que nos inculcó papá

"Para mi la formación más espiritual nos la dió papá, y hay una formación más práctica de eso que aprendimos de los primeros libreros que nos enseñaron, acá en la librería", afirma Meca. Aquellos primeros libreros hoy trabajan en editoriales o tienen las suyas propias. "Eso sí me da mucha satisfacción, hacer escuela de libreros. Fue un placer silencioso, porque es algo que lo vas viendo con el tiempo pero de repente me cayó la ficha de que fuimos escuela", afirma Fernando.

La repregunta por la formación espiritual es obligatoria, y tiene un concepto detrás: libertad. Más allá de la figura de padre y jefe, que incluye al resto del equipo de Notanpuan, completado por Coco, Pablo y Emilia, o "los chiquitos". Todos afirman que ven en Fernando una figura de la que no paran de aprender, pero que también permite funcionar de manera horizontal, cada uno trayendo de lo que más sabe. Pablo, de filosofía y teoría más dura, Coco se encarga de infanto-juvenil, Mili de poesía, y más.

"Quizás la formación paterna tiene que ver con darnos ese espacio. Hay permiso, hay confianza, no solo en nosotras como hijas sino en el equipo en general. Podemos permitirnos explorar esos intereses", afirma Meca. A su vez, Fernando agradece ese intercambio. "Yo aprendo mucho de ustedes también. Todos los que están acá tienen una formación académica que yo no tuve, yo bajo el copete y escucho. Todos nos comentamos lecturas, solapas", afirma. 

"Hay algo de nuestra formación como libreras y de nuestro contacto con la literatura que siempre fue gozoso. Las dos somos ávidas lectoras, las dos escribimos. Ahí si va nuestra experiencia como hijas, porque nunca nos forzaron a la lectura, pero nos tiraban acá dentro. Vivíamos acá. Hay algo del contacto con ese espacio que nos fue llevando muy gozosamente hacia los libros", afirma Mili. 

Lo gozoso no solamente fue un camino de dedicarse a la lectura, sino también migró al tratamiento para con los escritores. Eso tuvo que ver con un proceso que Fernando define como "mimarlos". 

Adiós a lo solemne

"Cuando yo arranqué, la solemnidad en la literatura era abrumadora. Al escritor se lo ponía en un especie de pedestal intocable, incapaz de generar preguntas, a una distancia infinita. Y los escritores lo único que querían era que los cuiden, que los mimes, que conectaran con los lectores de forma mas asidua, más real. Eso estuvo bueno para nosotros y para ellos", afirma Fernando. 

Si hay una costumbre que mantiene Notanpuan desde sus inicios es hacer de todo, un festejo. Su patio al fondo recibió a los grandes nombres de nuestra literatura, y de las de afuera también, pero siempre como pares y no como dioses: con asado. 

Al principio, conseguir a los escritores para presentar un libro o realizar una lectura era imposible ("San Isidro parecía La Quiaca, no llegaba nadie. Nos decían "hasta allá no van"). A pesar de la poca confianza de aquellos que manejan las otras partes de la literatura y su marketing necesario, la gente comenzó a ir. Todos los muebles corridos y en su lugar setenta o cien sillas se llenaban al instante. Así, los eventos comenzaron a crecer, llegando a la instancia de tener que poner pantallas para que quienes estaban afuera esperando pudieran formar parte de la tertulia. 

El barrio 

"Creo que logramos que mucha gente deje de ir solamente a capital para pasarla bien. Generamos un espacio diurno y nocturno y la gente se apropió de eso, la librería dejó de ser nuestra. Creo que eso es lo que nos define", afirma Fernando acerca de su relación con San Isidro y su estatus de librería barrial. 

"Tratamos de que el espacio sea nuestro pero también receptivo para todo el mundo, plural. Obvio que te ves enfrentado a que te pidan libros que son barbaridades, pero el barrio es lo que a nosotros nos da la identidad, el público que amamos es de acá, afirma Meca. "La gente sabe que somos una especie de contracultura barrial, y se cagan de risa un poco de eso", completa Mili. 

Fernando las segundea con un chiste: "a mi las viejas conservadoras del barrio me dicen zurdito. Amorosamente", y reímos. "Después de 40 años nos conocemos mucho, y están todos perdonados. Es una relación de tantos años que está todo blanqueado. Ya saben quienes son, cómo pensamos, y siguen aceptando la librería", concluye. 

El oficio del librero

Los tres coinciden de que parte importante de ser librero es poder diferenciar un oficio de una profesión. Pero sobre todo, el trabajo con la romantización sobre ese oficio. "Ah, seguro ustedes se sientan todo el día a leer acá. Creo que nunca leí más de cuatro páginas seguidas acá adentro", bromea Mili. 

"A veces es ingrato", afirma Fernando. "Hay margen fijo de ganancias que ponen las editoriales, que no podemos tocar. Hay una diferencia enorme entre la administración de la librería y la vidriera de esa librería". Su hija agrega: "Y el mundo físico también. Hay cajas, hay libro, hay polvo, hay mugre, hay que hacer stock. Hay un movimiento y cosas materiales que cansan". 

Además de la romantización, que es un hecho, el oficio también es sustento y negocio, un sustento de vida, a pesar de la afectuosidad para con los productos.

"Pensamos mucho en eso del negocio. Siempre estamos buscando alguna manera de que esa relación sea más aurática, más afectiva, más humana de acercarnos a la lógica de la compra y venta. Al fin y al cabo somos un comercio, y tenemos que vivir de la venta de libros, pero siempre intentamos sublimar un poco eso, establecer un contacto real con el que compra el libro", afirma Mili. 

Pero rápidamente, se reafirman. "Todo el tiempo se compensa. Todo el tiempo elegimos trabajar acá", afirma convencida Mili. "Venimos a trabajar contentos y eso hoy, es un montón", concluye Fernando, en ese plural que incluye la gran familia que hoy abraza Notanpuan, ya sea libreros, escritores y lectores.