Siete años de guerra civil, entre 2032 y 2039, dejan al país en ruinas. Diez millones de muertos, otro tanto de exiliados, campos de refugiados en Puerto Madero y las afueras de La Plata, la Casa Rosada reducida a escombros, el trazado de la General Paz borrado, los cascos azules garantizando la paz en algunos territorios. Un argentino vuelve tras años fuera del país, ahora como reportero de CNN a reencontrarse con su familia, sus recuerdos, sus fantasmas. Una locura… absolutamente verosímil.

La Argentina, que pasó buena parte del siglo XIX en guerra civil, que sufrió en el siglo pasado terrorismo de estado, ¿podría volver a ese escenario de destrucción y matanza en un futuro no tan lejano? Gerardo Adrogué, sociólogo y también novelista, no sólo se hizo esas preguntas, sino que fue un paso más allá: construyó ese escenario y nos lo trajo al presente, como texto literario y, en términos políticos, como advertencia.

“Nos quedamos sin invierno” (Paraiso Ediciones), traza un futuro posible para nuestro país. Si pudo ocurrir en Siria o en Ucrania, la pregunta se impone, ¿por qué no en Argentina? En nuestro país existen, al menos desde la Revolución de Mayo, dos proyectos antagónicos, uno de carácter nacional y popular y otro liberal. Ninguno de los dos logra una victoria definitiva sobre el otro. Es el famoso “empate catastrófico” de la ciencia política. Lo que hace el autor es tomar las líneas de fuerza existentes en la realidad actual y estirarlas un poco. El resultado es escalofriante.

Un gobierno popular, democráticamente elegido, toma medidas de redistribución. Una elite acostumbrada a mandar se niega a aceptarlo y empieza a destruirlo todo. Los ricos dirigen las operaciones del CARE, acrónimo de Comando Argentino Revolucionario en el Exterior, desde sus casas de playa de Miami, hacia donde huyeron como los gusanos cubanos o los escuálidos venezolanos. El campo nacional, en cambio, tiende a la fragmentación. El mapa queda dividido en tres zonas: los republicanos dominan el centro, los nacionalistas el sur y el norte. Si, como la camiseta de Boca que dejan a veces los resultados electorales.

El texto nos narra la guerra desde una perspectiva personal, familiar. Entre campos bonaerenses incinerados o abandonados, Facundo se pregunta si no debió quedarse a pelear, como hizo su hermana, o si a la inversa, no debió insistir para llevársela con él a Nueva York. Y el lector no puede evitar imaginarse en esa situación. ¿Qué le diremos a nuestros hijos? ¿Qué valor tendrán nuestras palabras a la hora de definir un destino o torcer una decisión?

Algunas guerras comienzan con un magnicidio. El del archiduque Fernando de Austria en Sarajevo detonó la primera guerra mundial, el crimen de Jorge Eliécer Gaitán inició en Colombia un baño de sangre que duró décadas.

La bala que no salió de la pistola de Fernando Sabag Montiel, el primero de septiembre del año pasado, en Juncal y Uruguay, a centímetros de la cabeza de la vicepresidenta, pudo ser el inicio de otra prolongada pesadilla para nuestro país. Algunos creímos, ingenuamente, que ese podía ser un punto de inflexión, a partir del cual comenzar a desescalar la violencia política, hasta entonces creciente, pero -casi- siempre verbal y simbólica. En pocas horas descubrimos nuestro error. En la novela, una vez más, es un magnicidio el que desencadena la guerra. Es probable que el intento fallido haya funcionado como disparador de la creatividad del autor.

“¿Cómo llegamos hasta acá”, se pregunta y le pregunta a sus interlocutores ocasionales el protagonista, Facundo Dopet. La respuesta es simple, “como se cocinan las ranas” o las langostas. Primero en agua tibia, luego subiendo muy de a poco la temperatura. En nuestro caso. adentrándonos en la locura un paso por día. A fuego lento.

Cuando uno busca los orígenes de la violencia política en nuestro país, puede remontarse al asesinato de Dorrego a manos de Lavalle o a los crímenes de la conquista. Pero, cada tanto, la historia parece resetearse, volver a cero, o intentarlo al menos. En 1983 se iniciaron procesos de memoria, verdad y justicia que el mundo considera modelo. Pero, a la vez, son muchas las reparaciones y desagravios pendientes. Basta con preguntarles a los hijos de los fusilados en los basurales de José León Suárez el 9 de junio de 1956 o a los de los caídos en el bombardeo a Plaza de Mayo del 16 de junio del año anterior. Un crimen impune es un incentivo para los criminales de hoy, mañana o el futuro lejano.

Facundo, el personaje, ensaya por momentos una proto teoría de los dos demonios. Sus amigos lo cortan de plano. Le explican. No se puede comparar la violencia premeditada del que cree que todo le pertenece y le niega al otro hasta el derecho de existir, con la violencia desesperada del que sólo quiere vivir dignamente. El pacto democrático que suscribió nuestra sociedad en 1983 cruje. Adrogué nos advierte qué puede pasar si no se lo repara. Después de todo, ya ocurrió antes.