La relación entre Lucy Patané y Paula Maffía está atravesada por idas y vueltas. No sólo en lo personal, sino también en lo artístico. Luego de juntar fuerzas en La Cosa Mostra, Las Taradas y algunos laboratorios sonoros más, dos de las mejores cantautoras argentinas post 2001 volvieron a encarnar en un nuevo proyecto: Lesbiandrama. “Las Taradas fue un chiste, al igual que La Cosa Mostra”, afirma Patané. “Pasaron 10 años de aquellos ensayos y de idear esta palabra. Pusimos por delante el deseo de lo que a nosotras nos genera esa gracia”. 

El flamante emprendimiento, que plantó bandera el pasado 16 de marzo tras la salida de un EP titulado igual que la dupla, es justamente una consecuencia de su vínculo itinerante. Al mismo tiempo que llevaban adelante La Cosa Mostra, a mediados de los 2000, el tándem creó un modelo alternativo al cuarteto: Lesbiset. No era otra cosa que ellas dos reversionando esos temas de sonido jazzy y espíritu punk de manera acústica.

En 2019, ambas dejaron constancia audiovisual de Lesbiset a través de una performance registrada en Casa Brandon. Y cuatro años más tarde, ya consolidadas como solistas y con una pandemia de por medio, las dos músicas reflotaron la idea de ese formato. Aunque esta vez con canciones concebidas o redirigidas para el proyecto. 

Para terminar de darle forma y sostenerlo conceptualmente, encontraron el nombre de su bautismo en la novela Carol, de Patricia Highsmith. “Nos pareció gracioso que un libro tan bueno y tan antológico fuera encasillado con tanta liviandad”, opina Maffía. “Hay algo de revertir ciertas etiquetas, como hicimos con Las Taradas. Apropiarse de lo que podría ser entendido como un insulto. De alguna manera, ‘performeamos’ sobre una categoría. No son canciones de militancia activista. Pero armamos drama, lloramos, tenemos gatos y nos separamos”. Y Patané remata: “Es parte del hecho artístico”.

-¿No es también un hecho militante?

P. M.: -Nuestra militancia es día a día. La batalla la doy yendo a un jardín o a un hospital, subiéndome al transporte público. Esto no se dirime en un disco nada más. Sería iluso pensar que un disco va a cambiar la militancia.

L. P.: -No componemos canciones desde una bandera. Nuestra posición con respecto a eso tiene que ver más con en dónde tocamos, en cuál evento participamos o a quién apoyamos.

El volumen uno de Lesbiandrama es un culebrón lésbico en tiempos de la Inteligencia Artificial. Si bien arranca en clave de rock aletargado, en “Trago sin tiempo”; “El dedo en el renglón” pone a dialogar a los Beach Boys del disco Pet Sound con el country. A continuación, la escucha de 15 minutos se sumerge en un tema de intención tropical (pero de final explosivo) del calibre de “Muchacha desquiciada”. Y si ese título se ajusta a la evolución de la canción, “Bolero”, track que cierra el EP, es algo similar a un oxímoron. Antes que ahondar en el bucolismo propio del género, cambia el dolor o las venas cortadas por la pista de baile. Sin recalar en la obviedad. 

Este novel repertorio (donde participa la baterista Roki Fernández, del grupo Amor Elefante), así como algunas composiciones que dan cuenta de su sociedad desde hace casi 20 años, moldearán el estreno del disco, este sábado a las 20 hs, en el Teatro Xirgu Espacio Untref (Chacabuco 875).

-¿Estas canciones fueron escritas a cuatro manos?

L. P.: -Dos son de ella, y el resto son mías. Claramente, Paula canta las suyas y yo canto las mías.

P. M.: -Estas no, pero las otras que vienen sí. Hace mucho tiempo que venimos trabajando en el material que aparecerá en el segundo volumen de Lesbiandrama. Estas son canciones más recientes. Eran las más trabajadas, justamente porque cada una lo hizo en su intimidad.

-¿Por qué eligieron éstas y no desarrollaron las otras?

-P.M.: -Intuición, validada por la mirada de la otra.

-¿Y qué aportó esta vez esa situación cómplice?

L. P.: -En el caso de Paula, sólo había que revestirlas. Las mías ya tenían sus paisajes, pero faltaban pedazos de letra. Las grabamos en mi estudio.

-¿Dónde radicó el límite?

L. P.: -Nunca nos va a salir el ridículo. Hay que saber tocar Azúcar Moreno, y nosotras no sabemos hacerlo. Sólo tomamos elementos. Ahí se arma un poco el delirio. Llegamos a un punto de equilibrio que estuvo bueno. Tampoco son canciones solemnes.

P. M.: -Nos podemos reír un poco del personaje que adoptamos para escribir, pero sin perder el norte de que con esas canciones queremos emocionar o inspirar a la gente. El dispositivo puede ser el humor, aunque no termina en una risa. No es anecdótico.

-¿Son inclusivas o abarcativas al momento de componer?

P. M.: -Si es para todos, no es para nadie. Estas canciones pueden salir del humor, pero no son despectivas. El texto se entiende por sí sólo. Eso nos diferencia del personaje. ¿Por qué a los traperos se les critica por hablar de dinero y drogas? Porque hay que entender el contexto. En ese sentido, hay letras que son universales. No hay que ser lesbianas para entenderlas.

-Hicieron énfasis en el humor. ¿Cómo lo volcaron?

P. M.: -Tal como esperábamos: bailando y llorando. Nuestro público no necesitó que explicáramos nada.

L. P.: -Hay público al que le copa que éste sea un espacio para hacer ciertas músicas que en nuestras carreras no hacemos. Es como un Lado B. Hay gente sorprendida y contenta de que esto esté dando vueltas.

Aparte de amiga, colega, camarada y secuaz, Patané hace de babysitter en varios pasajes de la nota para que Maffía pueda contestar. El tête à tête fluye en el hogar de la última, en el barrio de Barracas. Aunque su calle aún da muestras de un pasado proletario porteño, a la vuelta de la esquina la gentrificación se devora a la historia. Una vez más. Mientras eso sucede afuera, adentro, en el living de esa casona, la artista que sacó en febrero el álbum en vivo Salir de acá le devuelve su hijo a la reciente autora de los singles “Tatuaje”, “Volcán” y “Vengas conmigo”. Entonces se pone cómoda sobre el sofá, y explica cómo llevan el “lesbiandrama” entre ambas. “En La Cosa Nostra, éramos muy jóvenes y estábamos como muy crudas. O brutas”, cavila la artista. “Sabíamos que podíamos ser un equipo, pero teníamos que limar muchas cosas con esto de los roles. Me hizo muy bien, por ejemplo, hacer mi disco y mi cuestión solista”.

-¿Cómo te diste cuenta?

L. P.: -En un café medio filoso que hicimos para limar asperezas, ella me dijo que tenía que encarar un proyecto sola para que sienta lo que es estar al frente. Y lo hice, aunque muchos años después. Pero se me acomodaron otros patos. Luego de 20 años, seguimos haciendo cosas.

P. M.: -Hoy lo pienso con más amor y pedagogía. Me parece que cualquier vínculo puede enorgullecerse de elegirse, tras pasar por una instancia de posible separación. En esa juntada de la que ella habla, en vez de ofendernos, esas palabras nos ayudaron a mejorar.

-¿Desde hace cuánto se conocen?

L. P.: -Desde 2004. Yo estaba tocando en un sucucho con una banda que tenía de hardcore punk. Y entre el público estaba Paula, porque era amiga de otra música. Cuando terminé de tocar, me dijo que lo que hacía era muy The Runaways. Vivía en Bernal, y no tenía amistades que escucharan esa música. Fue un flechazo. Y la seguimos por Fotolog.

P. M.: -Al poco tiempo, hicimos unos ensayos, y después empezamos a tocar juntas con La Cosa Mostra.

-¿Y qué las llevó a armar un proyecto juntas en ese momento?

P. M.: -Yo tenía canciones… Luego de haber visto a la Joan Jett argentina, ¿cómo no iba a querer armar algo con ella?

-Si vos, Lucy, sos la Joan Jett argentina, ¿cuál sería la analogía de Paula?

L. P.: -Se me parece a Steven Tyler, Joe Perry, Mick Jagger, Keith Richards… Siempre tipos, ahora que lo pienso. Con respecto a las personalidades, Paula va al frente, tiene un carácter fuerte. Ella no dejó de hacer sus cosas solas, mientras armaba bandas. Tengo la sensación de que soy un poco nueva. Mi disco salió hace 4 años, pero en realidad soy un personaje bueno para trabajar en equipo. Eso nos hizo funcionar mucho tiempo. En cuanto a las dinámicas, yo me puedo enroscar más, y ella es más resolutiva. Ponemos lo artístico por encima de todo. Eso no es fácil de encontrar hoy en día, cuando vos querés hacer música con otra persona.

-¿Suelen revisar su pasado?

L. P.: -A mí me da alegría ver esas cosas que eran propias de un momento. Me hace sentir más tolerante para con otras personas. Hablamos cada tanto de los proyectos que tuvimos, y hacemos ciertas reflexiones.

-¿Cómo renuevan el vínculo?

L. P.: -El vínculo es mucho más veloz. Este EP lo grabamos en tiempo récord. Lo hicimos en dos semanas.

P. M.: -Yo estaba embarazada de 8 meses… Desde lo artístico y desde lo lúdico, nos manejamos con referencias. Pero no son exactas.

L. P.: -Las Taradas era una bomba que se nos fue de las manos. Ninguna pensó que eso iba a suceder. Era un proyecto secundario a La Cosa Mostra. Pero tuvo tanta relevancia que terminó eclipsando a nuestro grupo de cabecera.

-A partir de este revisionismo, ¿resucitarían a La Cosa Mostra y Las Taradas?

L. P.: -Medio que nuestro modus operandi es crear y destruir. A La Cosa Mostra no la destruimos, sino que la mandamos a la cueva. Y Las Taradas es un proyecto complejo que involucra a más gente. Ahora está Lesbiandrama…

P. M.: -El aura de resucitar es un poco jugar a Frankenstein.

-¿Reciclan canciones o padecen el Complejo de Diógenes?

L. P.: -Reviso a full, me divierte. Pero trato de no pecar en el reciclaje.

P. M.: -En mi caso, estoy constantemente acopiando. Sí sufro de una especie de Complejo de Diógenes. Por suerte, la pandemia me golpeó bastante porque me hizo preguntarme qué vale la pena conservar. Convivir con el espacio es una manera más elevada de emancipación. Un tema me lleva a hojas de textos. Terminé sacando un libro en 2021, que es un montón de esquirlas de material podía ser para una canción. Todo toma formas impensadas.

-¿En qué contrasta su forma de componer?

L. P.: -Yo compongo si realmente me pasó algo. Soy un poco más enroscada con el método.

P. M.: -Mi canción tiene que servir para que, si se corta la luz, pueda seguir tocándola.

-¿Qué sentido tiene la canción cuando el ChatGPT te la puede hacer?

P. M.: -Me parece que quien se identifica como autor o autora tiene la obligación permanente de hacer una lectura de sí mismo o de sí misma. Es interesante ese conflicto entre el deber ser. Por otro lado, está la necesidad de expresar la emocionalidad. En la tensión es donde se pone en juego la realidad de una época. En la medida que se genera un discurso, me obliga a decir las cosas de una manera más correcta. Dentro de 10 años, esta charla quizá será descartable.