“Cuando fusilaron a mi papá, fusilaron también mi infancia y mi adolescencia”, dice Alicia Rodríguez, y aún se le humedecen los ojos, a pesar de que pasaron casi setenta años. A partir de allí, Alicia tuvo que crecer y madurar de golpe, entender quién había sido su padre, cuál era su legado, y ayudar a criar a sus hermanitos menores.

No le resulta fácil hablar de esa noche del 9 de junio de 1956, la que modificó para siempre el curso de su vida, aunque lo ha hecho ya mil veces. Ahora es distinto, porque es testigo en el juicio 41041/22, que se desarrolla en el juzgado nro. 2 de San Martín, a cargo de la jueza Alicia Vence, con Paul Starc como fiscal, que por ahora está en la etapa de inicial, la de instrucción.

Alicia es la hija mayor de Vicente Rodríguez, uno de los cinco fusilados que murieron instantáneamente, asesinados por la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu, aquella noche de invierno. Tenía 10 años. Cumpliría 11 pocos días más tarde, el 22 de junio. Dice que nunca olvidará ese cumpleaños. Afirma con orgullo que es la mayor entre todos los hijos de las víctimas, y que por eso tiene más recuerdos y más precisos para compartir.

Cuenta que su padre medía casi dos metros, que por eso le era muy difícil pasar desapercibido, que trabajaba en el puerto, donde se valía de su gran fuerza física, donde había sido militante y delegado del sindicato de portuarios, el SUPA. Tiene una foto de él, sonriente, posando con Evita, en la CGT. Había asistido allí, precisamente, en representación de los portuarios. Tiene otra foto que extrajo de una Libreta de Enrolamiento y no mucho más.

“Nosotros vivíamos en esa misma cuadra, casa de por medio con Di Giano y Giunta (N de la R: otros dos fusilados). Recuerdo que dormía y me desperté de madrugada por unos ruidos muy fuertes. Me desperté y fui corriendo hasta la cama de mi madre. Ella estaba embarazada de cinco meses, casi no podía moverse. Entonces salí al pasillo pero no vi nada. A la mañana siguiente supe que algunos, los que habían logrado escapar, habían tumbado una parte del tapial, para esconderse en la fábrica de caños”.

La fábrica de caños, que mucho después se convirtió en un depósito judicial de vehículos secuestrados, estaba donde hoy se encuentra la plaza La Paz, entre las la avenida Yrigoyen y las calles Posadas, Italia y French y era la única propiedad de la zona cuyo perímetro estaba delimitado por un muro. El resto de los fondos, apenas estaba separado por alambrados. Alicia recuerda todavía el silencio y la incomodidad de Don Blas, el sereno de la fábrica, que sabía lo que había ocurrido y no podía ni quería comunicárselo a una niña. Recuerda también la ironía de los policías que quedaron de guardia al día siguiente, cuando les preguntaron qué buscaban la noche anterior: “un sapito”, le respondieron.

Aunque hace algunos años se mudó a Pilar, Alicia pasó casi toda su vida en el barrio, en Florida Oeste. donde conocía a todos y todos la conocían. A su padre y a Livraga, como a muchos otros muchachos de la zona, los unía el fútbol. Ambos jugaban en el club Libertador de Florida. Rodolfo Walsh cuenta, en “Operación Masacre”, que los dos se dirigían al domicilio de Rodríguez, que tenía que devolverle unas camisetas, cuando vieron movimientos en el departamento de Torres -el domicilio “cantado”- y decidieron hacer un alto allí. "Es más que un barrio para mi, son mis raíces."

La memoria de Alicia está totalmente condicionada por lo ocurrido en esos días. “Nos llamaron de la regional y allí fuimos, mi mamá, un hermanito y yo. Recuerdo que mi mamá llevó una frazada para que mi viejo no pasara frío. El que la atendió le preguntó si era analfabeta, si no había leído los diarios, y ella dijo que no porque el diario a casa lo traía papá. Cuando entendió lo que le decían, entró en shock”.

De ahí, partieron al policlínico de San Martín, a reconocer el cuerpo. Por el embarazo, a la mamá de Alicia no le permitieron hacerlo y tuvo que ocuparse ella. “Quedamos tan shockeadas que nos olvidamos ahí a mi hermanito. Tardamos un rato en darnos cuenta y volver a buscarlo”.

También recuerda que, contradiciendo a su madre, que le había ordenado olvidar lo sucedido y no comentarlo nunca con nadie, iba cada 9 de junio a José León Suárez -”entonces era una quema”-, a dejar una flor y hacer un pequeño homenaje. “Nos sacaba la policía”, dice.

Alicia nunca militó orgánicamente en una agrupación política, aunque tiene simpatías por el peronismo. "Me casé joven, fui mamá a los veinte años", cuenta esta señora, madre de tres hijos y abuela de varios nietos, y no agrega más, como si su destino fuera evidente, maternar y maternar, hermanos, hijos, ahora nietos. Más de una vez estuvo en la "Casa de la Memoria Nono Lizaso", ubicada en Malaver y Mitre, también en Florida Oeste, en homenajes a su padre y en cualuier actividad a la que la inviten, con el objetivo de mantener viva la llama de la memoria. 

Su padre estuvo enterrado más de quince años en el cementerio de San Martín. “Hasta que uno de los hijos de Lizaso me contó que liberaba un nicho en el cementerio de Olivos, porque lo pasaban a su papá a tierra y me ofreció ocuparlo. Mi mamá seguía sin poder reaccionar, entonces yo dije que sí y lo trajimos más cerca”. 

Relata que su padre fue asesinado cuando tenía 35 años, pero lo compara con la madurez de sus hijos a esa misma edad y le parece que era más bien un "nene grande", porque "en esa época la gente era más inocente". Su madre, que siempre había sido una persona temerosa, después de los fusilamientos quedó directamente anulada. La responsabilidad familiar que debió asumir Alicia fue directamente proporconal a la dimensión del trauma que su madre nunca pudo procesar. ¿Hasta dónde llegan las heridas provocadas esa noche? Más allá de lo visible y tangible, sin duda.

Alicia tiene más de un recuerdo con Lizaso. “Me había pedido una foto de mi papá. Yo se la presté pero le insistí en que me la devolviera porque tenía muy pocas. Quedamos en encontrarnos para que me la devolviera en la confitería de Maipú y San Martín, Muky, que todavía existe. Pero el colectivo tardó mucho y cuando llegué a la cita, Lizaso ya no estaba. Le pregunté al mozo y me dijo por señas que me rajara, que no preguntara más, como que lo venían buscando. Era la dictadura de Onganía”.

¿Qué espera Alicia de este juicio? “Que se sepa la verdad de una vez por todas. Todo esto fue tapado durante años. Y duele, duele mucho. Que se sepa para que no se repita la historia, por el bien de nuestros hijos y nietos. Ojalá logremos lo que lograron las Madres de Plaza de Mayo. Mientras no se sepa, la historia está incompleta”.

Homenaje

La Comisión Permanente de Homenaje de Quilmes, Florencio Varela y Berazategui convoca a un homenaje que se realizará el próximo domingo 11 de junio a las 10 horas, en el cementerio de Ezpeleta, ubicado en Avenida Mitre y La Guarda, bajo las consignas "Honor y gloria a los mátires del peronismo" y "Ellos murieron para que el peronismo viva".