Voluntad y casualidad. Esos son los condimentos que Walter Jakob y Agustín Mendilaharzu identifican en el vínculo creativo y la amistad que los une desde la panza de sus madres. Compartieron varios tramos de su recorrido profesional pero también llevan adelante proyectos autónomos: estudiaron cine en distintas instituciones y, en algún momento, un amigo les recomendó un taller de actuación que impartían Javier Daulte y Alejandro Maci. A partir de ese momento el teatro se volvió algo central. Después se inscribieron en un taller de dramaturgia y empezó a cocinarse Los talentos (2010), obra con la que se inició oficialmente esta dupla. Ahora acaban de estrenar en el Teatro Cervantes Las tres edades, protagonizada por Santiago Gobernori, Valeria Lois, Vanesa Maja y Patricio Aramburu, que puede verse de jueves a domingos a las 21. Los directores cuentan con preocupación que la temporada se vio interrumpida por un conflicto que lxs trabajadorxs del teatro arrastran hace varias gestiones: sería una buena noticia su resolución y la posibilidad de agregar más funciones.

“Estamos acostumbrados a trabajar juntos, hicimos muchas obras y realmente nos cuesta recordar qué se le ocurrió a cada uno. Las ideas surgen de una dialéctica. Estamos tan acostumbrados a esa colaboración que cuando vemos cómo trabajan los demás, nos resulta llamativo”, explica Jakob sobre esta creación en la que registran “una afirmación brutal de la actuación y de la dramaturgia”: las dos coexisten sin necesidad de menoscabar alguna para que la otra brille. Mientras escriben, actúan; la dirección ya está inscripta en el texto. Esas dinámicas tienen mucho que ver con el tema que problematiza esta pieza escrita y dirigida a cuatro manos: la cuestión de la autoría.

Las tres edades retoma la estructura narrativa de la película homónima dirigida por Buster Keaton y Edward Cline, pero en lugar de ir y venir en el tiempo presenta sus partes de manera consecutiva: la primera transcurre en la Buenos Aires de 2019 y está protagonizada por un grupo de cineastas independientes que discute de quiénes son las películas; la segunda tiene lugar en la París de 1908 y el foco está puesto en una troupe de creadores de cintas de acción amenazados por el incipiente cine arte; la tercera se desarrolla en la Mumbai de 2109 y está encabezada por una célula de falsificadores cuya principal misión es mantener vigente la historia del cine. Cuando se les pregunta por Keaton aseguran que tienen “admiración absoluta” y agregan: “No creo que sea nuestra película favorita de él, pero era la que nos brindaba una estructura”.

Casi todas las obras de la dupla están ligadas al mundo del arte: en Los talentos estaba presente la literatura; en La edad de oro, el rock; en Capitán, el teatro. “El cine, una de las cosas a las que con más pasión nos dedicamos, no había entrado en ninguna. Siempre nos preocupamos por generar una comedia: si el espectador tiene una competencia sobre el tema que se aborda puede tener un plus, pero si no igual puede transitar la obra porque no exige un saber para decodificarla”, apunta Mendilaharzu. Y cuenta que fueron convocados por el cuarteto de actrices y actores para un proyecto que inicialmente iba a involucrar a otros directores, pero que no pudo concretarse. Ellos se habían entusiasmado mucho con el material, entonces pensaron en completarlo. La convocatoria de Sebastián Blutrach llegó cuando ya tenían escrito el primer acto, pero aún no sabían que se organizaría en tres partes.

-¿Por qué decidieron problematizar la cuestión de la autoría?

Walter Jakob: -Primero nos dimos cuenta de que había un buen material para la comedia. Muchas cuestiones que se tematizan acá son cosas que quizás sufrimos nosotros mismos, con las que nos identificamos parcialmente y eso nos divertía. Nos gusta mucho el personaje que hace Gobernori en la primera parte, nos podemos identificar con él, entenderlo y, a la vez, comprender su punto ciego porque es una mirada parcial que no permite hacer una lectura completa del asunto. Eso nos permitía plantear escénicamente una cuestión dilemática, algo que no tiene solución para este grupo que se quiebra.

Agustín Mendilaharzu: -Y ese quiebre no tiene que ver con una posición ideológica planteada en un momento inocente: hay una circunstancia puntual y eso nos parecía teatral. Esa noche pasa algo y las cosas cambian, los personajes hacen reflexiones que no habían hecho antes, se sacan y empiezan a cobrarse deudas viejas. Ese sistema se rompe por un detalle tonto que es una forma de nombrar algo en un cartel. Esto hiere al personaje que hace Gobernori y a partir de ahí empieza una reflexión: primero la hace él, después trata de convencer a todo el grupo y ellos le demuestran que no se puede pensar solo.

Mendilaharzu y Jakob no tienen un sistema fijo de escritura. En este caso, hubo mixtura entre lo presencial y lo virtual por la pandemia. “Nos juntábamos, entre comillas, de noche. Armábamos un plan de investigación, nos poníamos a mirar cortos en YouTube; era como estar juntos sin estar juntos, como ir al cine pero cada uno en su casa”, recuerda Mendilaharzu. Jakob dice que la segunda parte es la que más investigación tuvo y, con el mismo nivel de entusiasmo, enumeran algunos descubrimientos. La película que la troupe parisina está a punto de filmar existió, se titula La carrera por la salchicha y la dirigió Alice Guy, quien inspiró el personaje que interpreta Valeria Lois y es considerada la primera directora mujer y de un film de ficción en la historia. Su gusto por los actores secundarios los llevó a incluir nombres como “Big” Joe Roberts, Margaret Leahy (ambos trabajaron en Las tres edades) o un tal Harrison Ford del cine mudo. “Eso habilitó el chiste con Gérard Depardieu. Si existen dos Harrison Ford, ¿por qué no imaginar que alguno de esos actores anónimos se llamaba Gérard Depardieu? Hoy luchamos tanto por la estrella o el autor, pero después los nombres van a ser sólo eso: nombres”, desliza Jakob.

La obra alude a la política de los autores, a Cahiers du cinéma; desfilan varios nombres propios, pero ellos sienten fascinación por esos primeros años de anonimato. “La idea de autor estaba completamente pulverizada; había un repertorio sobre el cual se movían, pero ningún intento por generar algo original, la idea del genio creador está ausente”, dice Mendilaharzu, y compara esos años con las artes escénicas o la pintura del Medioevo. Jakob señala que el denominado Film d’art terminó haciendo un cine mucho más estático: “Hay grandes puestas teatrales, pero le quitan al cine lo que hacían aquellos saltimbanquis, que era filmar el movimiento. Es cierto que las cintas de persecuciones eran muy elementales, pero Alice Guy estaba mucho más cerca del arte cinematográfico con sus cintas que El asesinato del duque de Guisa”.

La idea de elevar al director a la categoría de autor fue en algún momento una herramienta de emancipación contra la propiedad de los productores. “Ese movimiento fue muy luminoso, pero ahora uno ve que en los grandes festivales esa figura se convirtió en una mercancía –arguye Mendilaharzu–. Nos merecemos volver a reflexionar sobre esta categoría, habría que incurrir en una complejidad un poco incómoda para nombrar bien algo. El cine es un arte colectivo, yo trabajo en un grupo del cual Walter es miembro honorario –El Pampero– y para mí es una especie de traición cuando alguien dice que una película es de tal, porque en realidad se hizo a partir de un funcionamiento cooperativo. Son reflexiones que hacemos, pero no tenemos una batalla con el mundo como la que tiene este personaje”. Jakob, por su parte, asegura que existe una zona compartida con el espectador: “No estamos haciendo una bajada de línea de un saber. Quizás no tenemos respuestas para las preguntas que la obra nos plantea, pero sí podemos tratar de profundizar en ellas”.

  • Las tres edades puede verse de jueves a domingos a las 21 en la sala Orestes Caviglia del Teatro Cervantes (Libertad 815) y las entradas se pueden adquirir por Alternativa Teatral