La empanada de carne frita y dulce con pasas de uvas y, supongo, azúcar en la masa, es una tentación, irresistible. Podría seguir con varias más, pero el mozo avisa que ya viene el matambrito, muy bien hecho en "La Costa de Reyes" de San Antonio de Areco. Un amigo, Juan, me avisa que está con algo de tiempo libre Ha-Joon Chang, el gran economista coreano. Hace años viene planteando que los actuales países centrales eran en sus orígenes países no centrales. Pasaron de un estado a otro desarrollando agresivas políticas industriales, incluyendo proteccionismo, subsidios y asociación público-privada. Y está claro que hoy recomiendan lo contrario. Chang escribió que "los países centrales patean la escalera que usaron para subir".  

Expresó su desconfianza por las recetas del FMI. Con insistencia, volvió a plantear que Argentina debe desarrollar una política que articule medidas proteccionistas, con otras de libre mercado, todo bajo una política industrial que se plantee diversificar su matriz productiva. Puso como ejemplo la fabricante de autos surcoreana Hyundai, empresa que arrancó como constructora y luego apoyada, en subsidios y restricciones a las importaciones, se transformó en el tercer productor global de automóviles.

Cuando repetí estas frases en voz alta se acercó otro comensal.

--Soy Friedrich List (1789-1846), alemán, y vengo trabajando en el tema hace tiempo. Le regalo mi “Sistema Nacional de la Economía”. Acompáñeme mientras terminó este delicioso pacú. 

--Lástima, no sabía que aquí tenían pacú a la parrilla. Y veo que con salsa de verdeo. 

--Porque no miró la carta, estimado Pablo. Le pido que no haga lo mismo con mi libro. En las primeras páginas va a encontrar un repaso histórico del comercio, las políticas industriales de Inglaterra, España, Portugal, Francia, Alemania y los Estados Unidos. Inglaterra promocionó lo que llamaba "industrias nacientes". Para ello, aparte de armonizar manufacturas, con agricultura y comercio, debían impedir la libre competencia con otras industrias más aventajadas”.

--Entonces, ¿hay que “proteger” hasta llegar a determinado nivel de competitividad?

--Claro, y sobre todo construir un pensamiento autónomo que respete su lugar en el mundo y su idiosincrasia. Imagínese los amigos de EEUU. Tuvieron que disputar con un gigante del pensamiento económico como fue Adam Smith, que los criticaba por frenar importaciones británicas.

Mi amigo Juan, que había llamado para avisarme sobre la presencia de Chang, me gritó enojado por el celu. Pero aún faltaban presencias. Se apareció Alexander Hamilton (1757-1804)  y pidió solo un mate cocido. 

--Siempre con bizcochitos de grasa  --me dijo--. Ya estoy acostumbrado. Le cuento que nosotros supimos lo de Smith. Inglaterra no quería industrializar sus colonias. Nos obligaba a ser proveedor de materias primas para ellos. Nos prohibía fabricar manufacturas. En 1791 presente un Informe sobre el Asunto de las Manufacturas al Congreso. Allí recomendé, que una Nación atrasada como EUU debía proteger su industria de la competencia extranjera y mimarla hasta que pudiera sostenerse por sus propios pies.

--¿Y cómo?

--Las medidas centrales eran: aranceles protectores, prohibición de importaciones, prohibición de exportaciones de materias primas claves, desarrollo de infraestructura financiera y de transporte. Tengo que contarles, que recibí la fuerte oposición de los dueños de la tierra del sur de EEUU. Ya sin mi presencia física, esta orientación dio la línea estratégica para la política industrial hasta finales de la Segunda Guerra Mundial. Debo reconocer que Abraham Lincoln fue de una inestimable ayuda, con las recomendaciones de su asesor económico clave Henry Carey. Se imaginarán que no soy marxista pero Carey fue destacado por Marx y Engels, como el único economista americano de importancia. Y ahora, con permiso de ustedes, me voy a dormir la siesta. Bien Chang, ¿eh? Asciendan como se debe y después pateen la escalera.

Friedrich también se despide, no sin antes recomendarme que recuerde lo que decía Cicerón: “No saber lo que se ha negociado en tiempos pasados es ser siempre un niño. Si no se hace ningún uso de los esfuerzos de épocas pasadas, el mundo debe permanecer siempre en la infancia del conocimiento”.

Aprovecho, que estoy solo, y llamo a mi amigo Juan. Le comento sobre Friedrich y Alexander, y me pregunta si no me saqué una selfie. Lo decepcioné. Entonces le pregunté por el coreano. 

--Pablo, bajar impuestos y eliminar regulaciones no siempre es la respuesta, nos dijo Chang. Los inversores buscan infraestructura y mano de obra calificada, si se bajan las leyes laborales, se destruye la calidad de la fuerza de trabajo. Si se permite, que los trabajadores trabajen 15 horas por día van a estar cansados y no van a producir bien.

--Sé que una de las conferencias estuvo Daniel Funes de Rioja, el de la UIA. Lo imagino  preguntándose quién trajo a este coreano. 

--Y eso que no sabe lo que pidió después: conocer al economista Pedro Saborido.

--¿Y vos le aclaraste que no es economista?

--Sí, pero Chang leyó que Pedro inventó una máquina. Vos te metés ahí y tus ideas cambian. 

--Pero eso era para que los uruguayos que quisieran se hicieran peronistas.

--Exacto. Chang quiere poner globalistas fanáticos del libre comercio y que de la máquina salgan personas prácticas y no dogmáticas.

Así fue que por medio de mi amigo Esteban, de Avellaneda, armamos la cumbre Chang – Saborido. La cita fue en la Pizzería “Los Tres Ases” de Sarandí. Los de Arsenal dicen que es la mejor pizza del mundo. 

Ha-Joon Chang llega puntual. Como a Pedro hubo que esperarlo un rato, el coreano se adelantó con una porción de muzzarellla. Después, ya con Pedro ahí, intercambiaron libros como si fueran banderines. .

El coreano le comenta que anda cansado con tanto viaje, explicando y educando, como derribando mitos del libre comercio. Por eso quiere saber si puede ganar tiempo usando la Máquina Saborido. 

--Con todo gusto, después de unos retoques  --dice Pedro. 

--Me hago cargo  --dice Chang, ya en la etapa de la fugazetta.

--Eso sí, la tenemos que retocar acá mismo, en la Argentina  --dice Pedro--. Seamos coherentes. 

Chang saludó y caminó por Avenida Mitre para tomarse el Roca en la estación Sarandí. Al día siguiente me llamó y me contó que mientras viajaba hasta Constitución lo asaltó una duda: los argentinos, ¿podrían fabricar la nueva máquina?

Lo llamo a Pedro y se lo comento.

--Seguro que podemos, Pablo. Ya me imagino el logo: “Hecho en Avellaneda, Capital Nacional del Fútbol y desde ahora fabricante de máquinas para la Justicia Social”.