En la Argentina, una mujer es asesinada cada 31 horas. Según un informe de los colectivos Ahora que sí nos ven y Feminacida, ocho años después del primer Ni una menos, entre junio de 2015 y mayo de 2023, la cifra de femicidios asciende a 2257. ¿Pero cómo se llega a ese extremo sin retorno? ¿Dónde comienza esa larga cadena de opresiones que culmina en un último eslabón fatal? El teatro independiente, una vez más, da cuenta de eso.

Yo me quería morir antes que vos, pieza escrita por Magalí Meliá y dirigida por Lorena Romanin, retrata a través de la ficción una historia inspirada en hechos y testimonios reales. Leia es asesinada por su marido Javier, y su hermana Irina intenta desandar el camino que desató ese horror. Interpretada por Debora Longobardi, Sebastián Blanco Leis y la misma Meliá, y con música en vivo de Pina González, la obra enlaza el presente con el pasado y echa luz sobre aquellas violencias subterráneas que de a poco atraviesan la rutina conyugal. La puesta se presenta en el Teatro El Extranjero (Valentín Gómez 3378), los sábados a las 18.

Reconocida por su labor como actriz, Meliá decidió incursionar en la dramaturgia a partir de un caso de violencia de género que la golpeó de cerca. “Este proyecto surgió en 2020, durante la pandemia”, cuenta. “Quería trabajar sobre este tema como actriz, y empecé a buscar material. Y a raíz de un caso cercano, sentí una mayor necesidad de hablar de esto. Por eso, a fines de ese año, empecé un curso de dramaturgia con Lorena con la intención de escribir esta obra. Primero apareció la posibilidad de hacerlo a través de un formato de biodrama, pero después opté por ficcionar la historia a partir de ese hecho puntal y también de situaciones vividas por mí y distintas mujeres que conozco”.

Visibilizar el proceso. Y no sólo el resultado. Esa es la premisa de este material que propone un ejercicio de reflexión acerca de las llamadas microviolencias instaladas en las relaciones sexoafectivas. A esta tarea se sumó Romanin, de extenso recorrido sobre tablas con una poética que también ahonda en lo vincular. “La violencia de género es un tema enorme y, por momentos, se corre el riesgo de caer en clichés. Por eso trabajamos para encontrar una mirada y una estructura de obra que fueran interesantes”, apunta la directora.

-A propósito, esta obra hace especial foco en los micromachismos. ¿Por qué tomaron esa decisión?

Magalí Meliá: -Me interesaba poder visibilizar esas pequeñas cosas que naturalizamos en las relaciones y que no está bien que sucedan. A veces, la pareja ejerce un control en cuestiones mínimas y cotidianas y eso lo dejamos pasar. El personaje que interpreto, Irina, se hace muchas preguntas, y entre ellas se cuestiona: ¿Cómo se llegó a esto? ¿Qué cosas pasaron que como hermana no pude ver? Y la reconstrucción de lo vivido es, precisamente, para hacer una revisión de lo que no estaba bien en esa pareja. Hay una situación que aparece en la obra, y que parece un detalle pero es algo grave, como el hecho de que Javier se ponga a revisar y ordenar la cartera de Leia. Parece algo insignificante, pero es una forma de meterse en la intimidad del otro.

Lorena Romanin: - En nuestros vínculos habituales, a veces hay límites que se pasan en relación a la posesividad y a los celos, cosas que no son de extrema violencia pero sí son igualmente violentas. A su vez, lo que le sucede al personaje de Javier de sentir que no puede vivir sin Leia también es un modo de distorsionar el amor. Y revelar eso hace que el público se sienta interpelado. Porque esto nos puede pasar a todes y es importante concientizar acerca de cómo modificar el tipo de amor romántico que nos inculcaron.

-La dramaturgia se construyó en base a vivencias reales. ¿Qué situaciones de violencia son las que aparecieron en esos relatos?

M. M.: -Al hablar con mujeres conocidas, surgió mucho el comentario de que algunos de sus ex les pedían las contraseñas de sus redes sociales. Y me encontré con que muchas hacían una cierta justificación de esas conductas, y está bueno hablar de eso para poder revertirlo. Es importante saber que por más que no haya violencia física existen otros tipos de violencia. Si se tira una silla, o se golpea la pared, también es un hecho violento. Es difícil pensar que exista alguna mujer que a lo largo de su vida no haya atravesado alguna situación de violencia de género. Y al compartir las experiencias vividas nos damos cuenta de que no estamos solas.

-Sin duda, esta problemática es compleja. ¿Cómo trabajaron esa dificultad?

L. R.: -En el caso de la dirección, busqué una estética de actuación en la que no hubiera víctimas ni victimarios. Me interesaba poder reflexionar acerca de que esto que les pasa a estos personajes tiene que ver con el tipo de cultura en la que estamos inmersos. Las relaciones de pareja están planteadas desde un lugar que posibilita que en muchos casos se llegue a situaciones súper tóxicas. Cuando ves la obra, te podés identificar con ciertos momentos. Y eso es lo más interesante, porque siempre es más fácil pensar que el problema está afuera y que el psicópata es el otro.

M. M.: -La idea no era escribir una obra panfletaria. Es una puesta que pone el foco en los detalles de la intimidad de una pareja. Y el objetivo, además, es mostrar que un femicidio cambia para siempre la vida del entorno de la víctima.

-¿Qué aporta el teatro frente a esta necesaria tarea de reflexión?

M. M.: -Creo que el gran valor del teatro es mostrar de forma directa distintas realidades y sensibilizar con ese material. Porque eso impacta más que leer una cifra. Después de las funciones, siempre hay personas que nos comentan que conocen a alguien que está atravesando la misma situación. O incluso, en algún caso, nos confesaron que viendo la obra recordaron algún episodio de violencia con una ex pareja que tenían bloqueado.

L. R.: -El teatro genera visibilidad. A veces, hay materiales honestos y en otras ocasiones se observa que hay un tratamiento forzado de ciertas temáticas. Pero cuando es un trabajo honesto se nota y llega de manera más sensible y sutil. Eso, en este caso, puede lograr que haya quienes puedan replantearse nuestros modos de vincularnos.