Que una gigantesca porción de los votantes de Milei sean varones sub 25 no debería sorprendernos. Mientras en los últimos cuatro años el Frente de Todos y Juntos Por el Cambio no hicieron más que dirimirse en roscas y rosquitas eternas (y solo para entendidos), tratando de definir posibles liderazgos políticos, Milei supo capitalizar esa confusión ofreciendo un mensaje claro y “alternativo”. Y sus promesas hechas a partir de espejitos de colores y frases trilladas no encontraron mejor terreno para florecer que TikTok: la red social favorita de los GenZ. Una (nueva) arena de disputa que puso en tensión a más de un personaje de nuestro ecosistema político vernáculo, que para atraer a un público joven, tuvo que adaptarse a las reglas del juego de esta plataforma. Muchas veces, en contra de su voluntad y adentrándose en el plano del grotesco.

TikTok es uno de los grandes motivos que hacen que los adolescentes no puedan parar de escrollear su celular. Según una investigación de PewResearch hecha el año pasado, esta red social es la favorita de los más jóvenes: en Estados Unidos, al menos 2/3 tiene un perfil y lo usa diariamente. Esta plataforma de videos cortos es un portal adictivo hacia la fantasía y el escapismo mental. Tiene el atractivo audiovisual de YouTube, pero mucho más sintético; busca lo visualmente cautivante, como Instagram y exige la espontaneidad y poder de síntesis de Twitter.

Si bien en un principio este gigante chino empezó como una red para compartir coreografías, en los últimos cuatro años se amplió a un repertorio infinito de temáticas. De hecho, lxs adolescentes muchas veces lo emplean como buscador en reemplazo de Google. Y si unx lo usa mucho, enseguida el algoritmo empieza a devolver contenido especialmente curado para sus gustos personales, con la misma precesión de un cohete de la NASA. El resultado: un precipicio de escrolleo eterno directo al vacío.

Como se autodefine esta red, “las tendencias empiezan aquí”. Y es evidente que ahora nadie quiere quedarse afuera de LA vidriera más codiciada de internet: hasta Trenes Argentinos tiene su propia cuenta en TikTok. Esto supone un desafío. Porque aunque todxs tienen el potencial de hacerse virales en este universo, para que los videos exploten generalmente lxs creadores tienen que conocer muy bien sus reglas de etiqueta, su “pacto de lectura”. Como decía Marshall McLuhan, (en la que tal vez es la frase más citada por estudiantes de periodismo): “El medio es el mensaje”. Y TikTok, como medio, privilegia el contenido breve, fresco, atractivo, impactante, que tenga un golpe de efecto, directo al hueso.

Hecha esta introducción, volvamos al principio: ¿por qué la ultraderecha encontró en este escenario infinito de coreografías, animalitos graciosos y memes un suelo fértil?

Hace diez años Black Mirror, la serie que está prediciendo como un relojito nuestras peores pesadillas distópicas, estrenó “The Waldo Moment”. Aunque en ese momento TikTok no existía, este episodio capturó en gran medida cómo gran parte del electorado se está alejando de los discursos políticos tradicionales, para acercarse a figuras “outsiders” que buscan atraer votos a partir de performances de entretenimiento, alto impacto y consumo rápido.

En este episodio Waldo, un dibujo animado de un oso azul con la voz de un humorista caído en desgracia, se posiciona como uno de los favoritos en las elecciones inglesas gracias a sus intervenciones televisivas disruptivas y vulgares. Gracias a esto, se mete en el debate electoral y gana miles de adeptos a fuerza de ser un monigote irreverente que dice tonterías políticamente incorrectas, volviéndose viral en cada una de sus apariciones. No importa qué tenía para decir, sino cómo se mostraba: rápido, divertido, colorido, irreverente, carismático, disruptivo. Este capítulo predijo (de forma perturbadora) cómo se (auto) construyeron personajes de la oleada de la ultraderecha contemporánea como Donald Trump, Boris Johnson, Bolsonaro y, obviamente, Milei.

En su cuenta de TikTok, MIlei gusta de golpear mesas e indignarse con mucha gestualidad iracunda

Milei en TikTok: Milei enojado

Si ponemos la lupa en TikTok, podemos ver que este candidato presidencial no tiene un perfil personal oficial. Su estrategia es otra. Hay varias cuentas satélites (gestionadas por militantes suyos) que se encargan de subir su contenido a esta red. En estos perfiles, los videos están caratulados bajo la retórica de la destrucción. La mayoría de ellos lo muestran a él “discutiendo” con un adversario político o una periodista y están titulados como “Milei /destroza/somete/ humilla/hace pedazos/le cierra la boca/se la mandó a guardar” a: periodista zurdx/ feminazi/ o (inserte nombre de cualquier ser humano que no acuerde con él). Al igual que como ocurre en YouTube, pero con cápsulas más breves, virales y descontextualizadas.

Sin embargo es muy fácil advertir que, realmente, no existe tal “destrucción”. Milei no discute a fondo posiciones políticas: elige el camino rápido y efectista de gritarle a su interlocutor, desacreditarlo con ataques personales y, eventualmente, mostrarse ofendido y golpear con los puños la superficie que encuentre a mano. Gestos que, obviamente, en una mujer serían inaceptables (como también lo sería pasearse por todos los canales de TV con el pelo duro), pero que viniendo del líder libertario, más de uno lo lee como una vehemencia “varonil” y rebelde.

Sus videos virales no ofrecen ninguna discusión ganada a través de la retórica, solo una performance de lo grotesco perfecta para consumir en menos de un minuto. No invitan a hacer reflexiones profundas, sino simplemente a estimular un momento de shock, una conmoción. El resultado es la emergencia de un discurso superficial que busca convulsionar a la audiencia a partir de la exacerbación de los sentimientos de rechazo, identificación o intriga. Este despliegue disruptivo, sumado a propuestas fantasiosas demagógicas y las cualidades clásicas de los discursos filofascistas (culto al líder/ estigmatización de un enemigo común y el aprovechamiento de las ansiedades colectivas para establecer un régimen de violencia y represión) lo transforman en una verdadera estrella de TikTok.

Sobre todo entre los más jóvenes, que encontraron en él un referente político con un mensaje “claro” y distinto, que supo capitalizar las frustraciones de miles de adolescentes que, durante gran parte de sus vidas, solo conocieron crisis económicas. Y que encima, tras el auge de la última oleada feminista, también quedaron corridos de eje con respecto a qué hacer con su propia masculinidad, que les fue puesta en tensión. Los videos de Milei en TikTok ofrecen una respuesta reconfortante a esa incertidumbre y operan instalando una subjetividad colectiva neoliberal adaptada a un consumo instantáneo.

Sin embargo, es válido preguntarnos: los adolescentes que lo votan ¿se volvieron un núcleo duro fascista o su voto es más volátil de lo que pensamos? ¿Quieren pagar por estudiar una carrera universitaria, que los despidan sin indemnización y/o vender un riñón para sobrevivir en un contexto cada vez más hostil? ¿O simplemente les gusta este candidato porque es gracioso de ver y “diferente” al resto?

Frente al boom de la venida de Taylor Swift a la Argentina, Larreta se declaró Swiftie


Larreta y Bullrich: menos enojados pero...

Pero la ultraderecha y sus fantasías tiktokeras no se detienen en Milei. Otros de los exponentes más interesantes para analizar de esta plataforma son Larreta y Bullrich. El tono que manejan ambos es, sin dudas, mucho menos confrontativo y más “soft” y naif que el de Milei. Pero no por eso menos ajustador y mano dura.

En sus cuentas de Twitter, los dos son explícitos con los proyectos de país que sueñan: uno aspiracional, de ajuste y desmantelamiento del Estado. Donde los agentes del caos (léase: docentes, movimientos sociales, cooperativas escolares, ambientalistas, pueblos originarios, trabajadores de la salud y de la economía popular, feministas, inquilinos agrupados, migrantes, estudiantes organizadxs, personas en situación de calle e integrantes “incómodos” del colectivo LGBTIQ) sean debidamente disciplinados y eventualmente (siempre que sea posible) reprimidxs. Todas estas intenciones, que se ven claramente en sus Twitters, aparecen en sus TikToks oficiales de forma diluida, infantilizada, edulcorada y matizada con memes y videos “de humor”. Cada uno a su forma.

La cuenta de Bullrich rodea lo border. En su TikTok conviven videos donde advierte mesiánicamente cómo los docentes K “adoctrinan” a los niños y enarbola los beneficios de las pistolas teaser, con otros de tinte bizarro, donde aparece subida a un caballo con una canción de La Joaqui de fondo, por ejemplo. Sin embargo, donde más hace hincapié es en mostrarse “cercana” a la juventud haciendo lo que ellos hacen: desde ir a ver un concierto de Tini Stoessel, hasta sumarse a los challenges virales que siguen los preadolescentes. ¿Es en chiste o es en serio?: esta ambigüedad y su contenido estrambótico, convierten a Patricia en el oxígeno que respiran los memes más explosivos.

Larreta en TikTok es otra historia. Si fuese un meme, sería el del Sr. Burns tratando de hacerse pasar por joven. Sus TikToks, que buscan mostrarse como “espontáneos”, son tan milimétricamente orquestados y su línea discursiva tan naif y complaciente, que solo revelan la falta de orgánico de su contenido. Y, en ese sentido, su desesperación por competirle a Milei el “voto joven” menos belicoso. Es fácil ver estos videos e imaginarnos por detrás al ejército de egresados de la UCA de márqueting y comunicación que los planea y ejecuta (con los impuestos de lxs contribuyentes, claro).

Sin dudas, ver a Larreta tratando de conquistar a las adolescentes ‘haciéndose el ‘swiftie’ eleva la barra de lo grotesco. Este ejemplo, como también los otros anteriores, dan cuenta de cómo estos espacios políticos neoliberales construyen a su interlocutor sub25 ideal: unx joven servicial, que no tiene la paciencia, el interés o la capacidad para discutir proyectos políticos de forma profunda y desafiante.

¿Están subestimando a los adolescentes? ¿Es necesario llegar a esta decadencia para atraerlos? ¿No hay otra forma de interpelar a los jóvenes que no sea haciendo el ridículo para viralizarse a cualquier costo? ¿Cómo se pasó de constituir a las juventudes como EL sujeto político impulsor de los cambios sociales más trascendentales de los últimos 20 años, hasta este tipo de interlocutorxs?

¿Qué está haciendo la oposición?

Myriam Bregman es irreverente desde mucho antes de haberle dicho a Martín Tetáz que “le falta rock”. Este espíritu lo traslada a TikTok, donde no sube contenido hecho especialmente para esta red, sino clips de intervenciones suyas en programas periodísticos, donde hace sus declaraciones más contundentes. Por el lado del Frente de Todos AKA (UP) también los candidatos están explorando las virtudes (y desgracias) de TikTok. Por una cuestión etaria y por su desacato intrínseco GenZ, Ofelia Fernández es una de las que mejor domina el arte TikTokeo. Y es que ella es una influencer en el sentido amplio de la palabra. Muchos políticos de alto perfil tienen miles de seguidores, pero no todos saben cómo hablarle a su audiencia de forma orgánica a través de una mirada genuina (sin despertar vergüenza ajena).

Axel Kicillof usa esta red para mostrar avances de su gestión de forma casual. Y aunque lo hace con cierta frescura, no deja de lado una impronta formal e institucional. Después de todo el es gobernador de Buenos Aires. Sin embargo, incluso en varios videos hasta él mismo admite que siente como algo desafiante estar en esa red, que no es su hábitat natural. Es evidente: que “haya que estar en TikTok” cómo máxima para mantenerse relevante dentro del debate político, no te convierte necesariamente en un TikToker. Pero al menos Axel conoce sus limitaciones.

A quien sí se lo nota cómodo buscando su estilo propio es a Wado de Pedro. Lejos de la retórica del odio/la humillación y el “destrozo”, el Ministro del Interior usa mayormente esta red para hablarle a los jóvenes estableciendo su mirada política desde lo propositivo y hasta lo cariñoso. En un contexto donde la mayoría de los discursos políticos tratan de hacerse virales a través del ridículo o la chicana cada vez más violenta, apostar por el lenguaje de la ternura es una jugada irreverente y arriesgada.

Volver a enamorar a los jóvenes con la política, el desafío

Es un lugar común creer que los jóvenes son “rebeldes por naturaleza” y muchas veces siguen modas y tendencias solo por su cualidad “disruptiva”. Eso no sería un problema en este caso, si no estuviese en disputa el término rebeldía. Con sus monerías y payasadas, (gran parte de ellas difundidas en TikTok y otras redes) la ultraderecha estableció que la rebeldía y la “libertad” es defender posturas conservadoras, represivas, retrógradas y rígidas; tratar de ganar discursiones ofuscándose y a los gritos; descalificar al adversario acusándolo de ser un “zurdo de mierda empobrecedor” de forma constante y, eventualmente, usar el pelo sucio para mostrarse “irreverente” y “anti stablishment”.

La palabra “rebeldía”, más que nunca, está en disputa. Y uno de los desafíos que enfrentan los sectores progresistas es volver a apropiarse de ese término. Como hizo Néstor Kirchner cuando bajó el cuadro de Videla o primerió a Bush en Mar del Plata: hechos de rebeldía que hicieron que miles de jóvenes quieran volcarse a la política. Lo complejo es lograr que ellos puedan escucharlxs entre el ruido. Pero para lograr eso, antes tienen que ofrecer un proyecto de país claro, que los conquiste. Y eso, sin dudas, es lo que está faltando.