En algunos pueblos españoles existe una vieja creencia popular: que ciertas mujeres están predestinadas a desaparecer con cada nueva inundación porque tienen "el agua adentro". Se trata de un relato que pasa de generación en generación de manera oral y que produce enormes temores en el universo femenino. La cineasta valenciana Elena López Riera se basó en este mito para construir su opera prima, El agua, que abre el ciclo Espanoramas el jueves 29 de junio a las 19.30 en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (repite el sábado 1 de julio a las 18). En la ficción de López Riera, es verano en un pequeño pueblo del sudeste de España. La amenaza de un fuerte temporal se cierne sobre el pueblo del Levante español. Ana (Luna Pamies) tiene 17 años y vive con su madre (Bárbara Lennie) y con su abuela (Nieves de Medina), en una casa a la que el resto del pueblo mira con suspicacia. En medio de la atmósfera eléctrica que precede a la lluvia, Ana conoce a José (Alberto Olmo) a la vez que lucha por aventar a los fantasmas, mientras las mujeres del pueblo repiten que allí el agua está siempre mezclada con la muerte.

López Riera -que vendrá a la Argentina a presentar la película en Espanoramas- creció con ese mito popular. "Es un relato local, pero sobre todo es un relato familiar ya que me lo transmitió principalmente mi abuela y las mujeres que me criaron, que eran, además de mi abuela, mi madre y mis tías", cuenta la directora española. "No recuerdo un día en que se me contó eso, sino que formaba parte de la mitología familiar y local", agrega López Riera, que con su película participó de la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes 2022. 

-¿Por qué en estas creencias solo hay personajes femeninos?

-Fue una cuestión de elección personal. No sólo lo cuentan las mujeres ni sólo las mujeres conocen esa historia, pero en mi caso han sido las mujeres quienes me han transmitido todas esas historias, todas esas creencias. Eso era a nivel teórico para lo que tenía pensado para la película. Otra razón más íntima, personal y política, si se quiere, es que a muchas de esas mujeres que hablan en la película yo las conocía. De hecho, mi madre cuenta un trocito de la historia en la película; las otras son vecinas, amigas, gente muy cercana a mí. Y otras acudieron a un casting que organizamos. Una cuestión que me dio vuelta todo fue que muchas de esas mujeres, cuando venían al casting -que era sencillo-, quedaban para ir a rodar y se les decía que vinieran tal día. Diría que el 99,99 por ciento decían: "Es que yo no sé hablar, no puedo". Y eso me dejó loca porque ¿cómo una persona que está hablando te puede decir que no puede hablar? Eso me hizo pensar en la sociedad de mierda en la que vivimos, en que determinadas mujeres crean que su palabra no es legítima hasta el punto de creer de que ni siquiera consideren que existe esa palabra. Esa fue una razón definitiva para incluir testimonios y esa literatura oral que para mí es muy importante.

-¿Uno de los motivos por los que mostrás estas tres generaciones de mujeres (abuela, madre, hija) es porque el amor intrafamiliar puede ser oscuro, violento?

-Sí, absolutamente. Pero para que no sea algo tan "ombliguista", hubo algo a lo largo del proceso de escritura y de la preparación de la película que me permitió plantearme cómo nos relacionamos las mujeres dentro de la familia, porque es lo que yo más puedo hablar. No digo que sólo seamos las mujeres, pero es de lo que yo mejor conozco: las relaciones violentas que hay en el amor familiar, que es un amor inconmensurable, que se supone que está fuera de toda duda, pero que también es muy violento porque es tu madre, en general, la que te transmite determinados discursos machistas. Es la madre la que te dice: "No salgas que te van a violar", "No te acuestes con chicos que van a decir que eres una puta". De alguna manera, a mí me han transmitido muchas de estas cuestiones que son profundamente machistas. Entonces, yo me he pasado la adolescencia enfadada con mi madre y no queriéndome parecerme a ella hasta que un día te miras al espejo y dices "Hostia, tengo 40 años y soy exactamente igual que mi madre". No sé si la palabra "reconciliación" es muy cristiana, pero te ayuda a intentar entender el lugar desde el que esas mujeres formulaban esas ideas o esos miedos.

-¿Qué rol juega el miedo en la transmisión de estas creencias?

-Muchísimo. El miedo es el aceite que le ha permitido funcionar a la maquinaria patriarcal. El miedo está ahí, pero es una cosa muy complicada de formular porque es intangible, y muy complicado de quitar. Que ese miedo haya sido transmitido por las mujeres de mi familia, a mí me revolvía mucho, pero intento entender que ese miedo es una respuesta a un peligro que existía, que era real. Que te puedan asesinar es algo que puede suceder todos los días. Que la respuesta sea el miedo, no. Y yo tengo esperanza en las generaciones del futuro que no tengan tanto miedo. Es algo ambivalente, complejo, retorcido. Y a mí me interesa explorar. Y dentro del marco de una familia es donde mejor se puede observar este amor-odio.

-¿Las entrevistas a mujeres locales permiten hablar de una combinación entre ficción con documental y dan sustento al mito?

-Yo tengo muchas teorías para algunas cosas, pero sinceramente esa elección fue algo bastante visceral. Estaba la parte teórica de querer rendir homenaje a esta literatura oral porque para mí este tipo de palabra es muy particular porque es una palabra que no está segura de sí misma, que tiene miedo, que tartamudea, que se equivoca. Para mí era importante incluir esa oralidad tal cual, pero no sabía por qué quería incluirla de esa manera tan frontal. No creo que sea por una cuestión de veracidad porque al tratarse de una mitología me imagino que es difícil que sea verosímil que un río se enamore de una muchacha. De hecho, para mí lo más importante de la película son esas mujeres y toda la parte de ficción vendría como a ilustrar esa palabra.

-¿O sea que un poco el trabajo fue combinar lo real con lo fantástico?

-Es que yo no entiendo dónde se acaba lo real y dónde lo fantástico porque convivo con los fantasmas todo el día, con todas esas historias que me han contado. Es por ende una educación. Lo que me ha parecido complejo es cuando he salido de ese entorno, donde mi abuela te está hablando de que mi abuelo fallecido estaba sentado en la mesa con nosotros hablando. Eso estaba muy presente, mientras hacía la comida, o te hablaba de cosas muy pragmáticas y cotidianas. No había esos niveles de diferencias. Tradicionalmente, de donde yo vengo, no había esa diferenciación entre lo real y lo fantástico. Como que esa dimensión fantástica estaba muy instaurada en el día a día y eso es lo que me interesa. Lo complejo ha sido salir de ahí y confrontarme a un mundo que me dice que es diferente. Tampoco quiero deshacerme de ese acervo cultural que es súper rico y que no pertenece solamente a mi cultura. Hay un montón de culturas en el mundo, donde esa dimensión de lo muerto con lo vivo, de lo fantástico con lo real no está diferenciada.

-¿Te interesa particularmente la fantasmagoría, el invocar presencias que no están aquí? ¿Es una manera de creer en lo sobrenatural?

-Sí, me interesa un montón. De hecho, mi próxima película va sobre médiums, espiritistas y voy a publicar un libro sobre la fantasmagoría. Es un tema que me obsesiona; no tanto lo paranormal, ni demostrar si los muertos vuelven o no. Eso es sólo una parte de la fantasmagoría. Lo que me interesa de la fantasmagoría es ese mecanismo de pensamiento que funciona en los seres humanos que hace que proyectemos constantemente cosas o que recuperemos cosas del pasado o del futuro que vienen a irrumpir en el presente. Hay una manera de construir un pensamiento y una forma de estar en el mundo que tiene que ver con la fantasmagoría. Y como estoy obsesionada con este tema, una de las definiciones de fantasmagoría que tiene el diccionario de la Real Academia no es nada relativo a los muertos: "Fantasmagoría" es lo relativo a las ilusiones ópticas. Hay algo de la idea de proyectar que me parece súper interesante, pero creo que estamos perdiendo el relato como parte de contar historias, lo más básico de la humanidad. La literatura oral te obliga a proyectarlo porque no hay imágenes.

-El ser humano es el único ser vivo que no acepta su límite biológico. La idea de la muerte y saber que se va a morir lo tortura. Por eso siempre van a existir las religiones y otras creencias, porque todo aquello que al ser humano le hable de un más allá siempre lo va a convencer. ¿Estás de acuerdo? ¿Algo de esto se puede decir que tiene esta historia?

 

-Sí, estoy muy de acuerdo con eso. Yo le he dado vueltas al tema de la mitología, pero no sólo en mi pueblo. En realidad, esa dimensión mágica, mitológica es una necesidad del ser humano. La gente en las capitales, Londres, Nueva York, apela al yoga y está todo el día con la astrología. No creo que sea algo tan local. Y, de hecho, si me lo llevo a lo local y le doy muchas vueltas a por qué hay esta necesidad de una mística, creo que, por ejemplo, en el caso de mi abuela, de mi familia o de esas mujeres que aparecen en la película, es que sus días son tan duros que necesitan ponerle un poco de épica. Como tú dices, es muy duro que el ser humano acepte su condición de microbio del universo, que tu vida se va a acabar, te vas a morir y punto. Necesitamos creer que somos más especiales y que nuestra vida tiene algo de épica, algo del otro lado para creernos que somos mejores. Es mi conclusión de por qué se necesita la mitología.