Durante los cinco primeros meses de este año, Argentina registró un déficit en la balanza comercial con Brasil de 2978 millones de dólares, 59 por ciento más elevada al contabilizado en igual período del año pasado, de acuerdo a la Cámara de Comercio Argentino Brasileña de la República Argentina. La situación luce más compleja si se advierte que, de acuerdo a esta misma entidad, en 2016 el déficit había aumentado un 37 por ciento en relación a 2015, al totalizar 4569 millones de dólares. Es una tendencia opuesta a la de años anteriores cuando se oscilo entre equilibrios o bien pequeños déficits con un comercio bilateral de casi 80.000 millones de dólares, frente a los menos de 60.000 millones desde 2015. 

El panorama es más complicado cuando se analiza la composición del intercambio bilateral. Mientras que en los primeros cinco meses del año el 91 por ciento de las exportaciones brasileñas a la Argentina fueron Manufacturas de Origen Industrial (MOI), fundamentalmente automóviles, autopartes y electrónica, a la que se agregaron en cantidades significativas manufacturas de baja complejidad como calzado y textiles, desde Argentina las MOI exportadas fueron el 61 por ciento del total. Resultados que sirven como evidencia de lo que sucede cuando se liberalizan las condiciones de comercio exterior entre países con diferentes grados de desarrollo y PIB.

La creciente brecha en el déficit de la balanza bilateral, y la negativa incidencia de las MOI para Argentina, podría haber tenido un espacio de planteo por parte del gobierno en la reciente cumbre del Mercosur, celebrada el mes pasado en Mendoza, pero su principal objetivo fue enfocarse en lograr la expulsión y sanciones comerciales contra el gobierno venezolano de Nicolás Maduro, aunque solo logró una tenue declaración, que ni siquiera fue refrendada por todos los mandatarios. En el aspecto económico, y en línea con la ideología neoliberal que prima en Argentina, Brasil y otros países de la región, las conversaciones giraron en torno a la supresión de barreras comerciales, bajo el compromiso de levantar cerca del 70 por ciento de las casi cien aplicadas durante los años recientes, así como en la negociación conjunta de acuerdos de libre comercio con China, la Alianza del Pacífico y el Tratado de Libre de Comercio (TLC) con la Unión Europea. Es decir, extender el desigual modelo de la relación bilateral con Brasil al mundo entero.

Camino sinuoso  

La hegemonía política y económica que supo detentar Brasil ante la Argentina fue siempre un motivo de dificultad para la relación bilateral. La tradicional elite paulista promovió los fracasos de las iniciativas ABC (Argentina-Brasil-Chile) llevadas adelante en 1915 y 1947, aunque finalmente, en el marco de la crisis de deuda de mediados de los ochenta, los presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney firmaron en 1985 un acuerdo para desarrollar un programa de integración bilateral con un espacio de complementación e integración económica, que implicaba además la supresión de ciertas barreras comerciales, para en una segunda instancia de desarrollo integrarse complementariamente al mundo. 

En 1991, en pleno Consenso de Washington, los mandatarios neoliberales Carlos Menem, Fernando Collor de Mello (Brasil), Andrés Rodríguez (Paraguay) y Luis Alberto Lacalle (Uruguay) retomaron fundamentalmente los aspectos de liberalización económica y fundaron el Mercosur. No resulta casual que durante la última Cumbre, el presidente brasileño Michel Temer haya sostenido que la misma “será recordada como el marco del esfuerzo del rescate de la vocación original de nuestro bloque” en referencia a los acuerdos de 1991.

Brasil, que no sufrió durante sus dictaduras el shock desindustrializador que supo imponer en Argentina el Golpe de 1976, estableció desde el comienzo del Mercosur su supremacía industrial, reduciendo a la Argentina como proveedor de materias primas y contabilizando además una balanza deficitaria salvo en el trienio 1996–1998. 

La profundización de este esquema y las dificultades para avanzar en una complementariedad productiva, incluso durante la década de gobiernos populares, mucho tuvo que ver con la presión de la burguesía paulista, que al igual que la argentina sostiene un credo liberal que limita al extremo todo tipo de regulación económica. 

En la actualidad, cuando este ideario empresario se alinea con el político, los balances de 2015 y 2016 dan cuenta de los resultados que puede obtener  Argentina en una relación que no contempla sus necesidades específicas. Cuatro años atrás, en un artículo publicado en este mismo suplemento Aldo Ferrer había planteado que en la relación con Brasil existían dos rumbos: el nacional, con una propuesta industrialista capaz de desplegar nuestros recursos y talentos y establecer relaciones simétricas, donde Brasil formaría parte de una alianza estratégica para impulsar el desarrollo complejo de ambas economías. O la neoliberal, en donde Argentina se subordinaba al orden del mercado mundial, como proveedor de materias primas y asociándose a un centro hegemónico externo que impulse su crecimiento, donde se “considera normal que, en la relación bilateral, estos hechos establezcan una división del trabajo del estilo centro (Brasil)–periferia (Argentina). Temer y Macri ya demostraron por cual camino optaron.