En 2021 se emitió por streaming un show de Bob Dylan. Aparecen con barbijos, enmascarados, los músicos de su banda, entre los cuales está T-Bone Burnett, quien acompaña a Dylan desde hace tiempo, en guitarras y se diría también como batuta principal, a juzgar por los arreglos y el clima que rodea a las canciones, sin batería y sin ninguna forma de percusión. La película, en blanco y negro, muestra a los músicos en un espacio reducido, a tres o cuatro metros de la ubicación de Dylan, sentado cerca del micrófono y del primer plano inmóvil durante buena parte de la película. En la tapa del vinilo hay un anuncio donde se informa que se trata de una concept movie, entonces, con alguna licencia, si tomamos esta definición como una manera de ver las cosas vemos una película basada en una idea que no se interesa demasiado por los personajes o actores que la representan. Hay un concepto en la disposición del set, en la elección del black & White, en reunir a los enmascarados en una especie de cabina y en liberar el espacio para escuchar los tonos de las conversaciones de Dylan consigo mismo, con la versión 2021 de sus viejas canciones, clásicas desde siempre. Para que esa idea se mueva y cree relaciones hay, debe haber, un mundo. Todavía en 2021, ese mundo de circulación bloqueada, era un territorio de aislamiento y las canciones, como un documento, exponen esa situación con pocos y refinados artificios. Al único lugar al que se podía ir, con cierta comodidad y sin desplazamientos, era al pasado, visto casi como un paraíso perdido en el que era posible, entre otras cosas, reunirse con viejas fotos y con otros congéneres, conocidos o no, sin amenazas de contraer una peste letal. El 24 de mayo Bob Dylan cumplió 82 años y una semana después apareció el disco y la versión Spotify, el soundtrack de aquella película, y su primera canción, su obertura es When I paint my masterpiece, grabada por The Band por primera vez en 1971, en la que recorre ruinas y capitales europeas y se imagina que algún día todo será diferente y hermoso, cuando pinte su obra maestra y provoque un contraste entre el pasado y el futuro. Como un autor inexistente, una variante nueva de Pierre Menard, el escritor imaginado por Borges que escribe otra vez, siglos después, el Quijote, palabra por palabra, Dylan canta a Dylan para evocar y, llegado el caso, invocar el sentido original de sus propios versos; no es la misma persona que canta entre los treinta y los cuarenta años. El sentido de esa canción, después de medio siglo, será traer en el equipaje caminos, huesos rotos y camas distintas, por su otro-el mismo a los 80 años. Por supuesto alguien puede preferir las versiones originales, atadas a otro siglo y a su origen más que a sus transformaciones, pero todavía persiste la emoción de quien dejó su mejor voz en otra era y se sostiene con elegancia, en un marco de acordeón y guitarras, eco del soundtrack-paisaje de frontera mejicana de Pat Garrett y Billy the Kid, la película de 1973 dirigida por Sam Peckinpah, en la que el bueno de Bob representa a un cuchillero, hábil, pleno de gracia ácida. El disco reciente se llama Shadow Kingdom, una traducción diría Reino de Sombras o Reino de las Sombras si se prefiere, para imaginar esas sombras como la consecuencia de una fuente luminosa o como una ilusión efímera. Otra de las canciones del álbum es Forever Young, título que parece remitir a un libro de autoayuda. Lejos de esa percepción, es una canción de cuna para su hijo Jesse, nacido en 1966, aunque también sea muy parecida a una plegaria, con los mejores deseos para el primogénito de un Zimmerman de Minessotta. El relato, la secuencia de las canciones que forma el relato, incluye temas de su gran álbum de 1965 Higway 61 revisited, hecho de historias caóticas en las que siempre es casi imposible encontrar una buena salida. También hay canciones de amor en tiempo de rockabilly relajado, como I ll be your baby tonight , o Pledging my time, un blues lento, de Blonde on Blonde, su disco doble de 1966. Hay en el álbum 14 temas, sólo uno de los cuales es nuevo, Sierra´s Theme, que funciona como epílogo y hace, aunque sea instrumental, que el tono de las canciones, guiado por la armónica, el acordeón y las guitarras, siga dando vueltas. Por su parte Dylan sigue dando vueltas, en estos días por Europa, porque no se debe bancar en su casa, si es que existe ese lugar en su viaje, del mismo modo que Alonso Quijano, convertido en Don Quijote, se vio, un buen día, exigido por la necesidad de recorrer los caminos para ver otros árboles, pelear contra los malos de toda clase y hacer justicia a sus sueños, aunque sea fuera de su tiempo.