Con la cara en el asfalto, son historias subidas por Argerich a su blog, compartidas en redes, que fueron recogidas por su familia y amigos. Estos relatos desbordados de creatividad, tienen el sello de lo mordaz, lo patético, de los cuales elegí tres.

El misterio y la intriga se abren con Asado criminal. En un grupo de amigos, Jonás comenta que había estado en una secta participando de rituales exóticos, y que lo obligaron a comer carne humana, que era la mejor carne que había probado en su vida, la más tierna, la más sabrosa. Por curiosidad y creyendo que era un mentiroso, comienzan a buscar gente para comer su carne. Es así que aparece un día “con un chaboncito muerto”. Nadie quiso ver cómo lo preparaban salvo dos de ellos, pero cuando comieron, se encontraron con la carne más sabrosa, las costillas estaban riquísimas y se animaron acercarse a la parrilla y meter la mano en el asado.

A partir de ahí se volvieron más particulares, los muchachos pedían más excentricidades, como las manos al disco, espalda a las llamas. Así fueron saboreando, prepararon una cabeza guateada, comieron los sesos con avidez. Las presas eran distintas. Se comieron un hippie, su carne era magra, pero después de comerlo sentían que estaban drogados. El próximo debía ser un filósofo y, buscaron en la Universidad un profe de Filosofía. Luego de comerlo, comenzaron hablar de Nietzche y el súper hombre, de Kan y la metafísica y otros, incluso uno del grupo -que no había terminado el primario-, hablaba de Schopenhauer como si hubiera sido compañero de habitación. Se comieron un cura y hablaban de la existencia de Dios, terminaron de confesarse unos a otros. Se comieron un empresario y hablaban de cómo invertir el dinero. Se comieron un arquitecto y remodelaron el quincho y, así continuaron hasta que se atrevieron a comer una mujer, escena por la cual se pierden la final de fútbol mundial, -como dice el escritor-; “por culpa de esa jodita del canibalismo”.

Asado Criminal, nos recuerda el film inolvidable El Cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, caracterizado por la mezcla de comedia, simbolismos, desnudos y por el canibalismo. Una película atrevida, dirigida por Peter Greenaway. El alegorismo y el grotesco como condimentos necesarios nutren la pantalla en escenas de colorido y plasticidad.

Estanislao, es la historia de un ventrílocuo que trabaja en burdeles con un muñeco de nombre Estanislao del que se burlaban todos los parroquianos, y a quien presentaban como “Mariano y su muñeco”. En ese sitio de marginales, conoce a una stripper de unos 40 años, con quien inicia una relación signada por alcohol y la borrachera. En uno de esos encuentros, la mujer le dice: “esta noche necesito a Estanislao”. Ante el sorpresivo pedido, Mariano le propone un trío. Ya en su departamento, saca al muñeco del maletín y, cuando están en plena orgía, Estanislao cobra vida. Ironía y desenfado se muestran en una escena cargada de erotismo. Ante el descaro del muñeco, Norma le propina un golpe y lo desarticula, ahí termina la fiesta, cuando Mariano junta las partes para armarlo, alejándose del lugar. Aparece aquí el grotesco y lo morboso con toda intensidad.

En la narración Eterno, el autor reflexiona sobre el paso de la muerte a la eternidad, el desafío a lo cotidiano y al dinero que terminó en tragedia y, en ese trance decide escapar a un flipper porque la eternidad también es solemne.

Un hombre se lamenta de lo aburrida que es la muerte, mientras espera la camioneta de la morgue que aún no llega y el gentío que saca fotos alrededor de él; “loco, tengo un balazo de treinta y ocho en mi marulo, el arma en la mano derecha…”Cuenta el trayecto después de su suicidio –ahora- supuestamente en la eternidad, recordando el cabezazo que dio en el piso y las cuatro horas tirado en el mármol.

Un destello de humor, eros y tánatos puestos al servicio de una tragedia, así se vinculan las historias de Mariano Argerich, en un espacio incandescente donde la incorrección e irreverencia encuentran sentido