“Paro general” grita en mayúsculas el graffiti pintado en uno de los murales del Centro de Córdoba, sobre la avenida Vélez Sársfield, cerca de la antigua casa donde se gestó el Cordobazo. Las palabras evocan la memoria del movimiento obrero y estudiantil que, en el siglo XX, emprendió luchas en defensa de sus derechos. Se trata de la Córdoba combativa que, lejos de los templos coloniales y del cordobesismo conservador, perdura en edificios, calles y espacios públicos. De distintas maneras, esos lugares de memoria recuerdan la Reforma Universitaria de 1918 –impulsada por Deodoro Roca, Arturo Capdevila, Arturo y Raúl Orgaz, entre otros– y las marchas encabezadas por Agustín Tosco, René Salamanca, Elpidio Torres y Atilio López, a fines de los 60. 

En pleno Centro, el olor a praliné recién hecho en un puesto ambulante detiene el paso en una típica mañana de invierno. A pocos metros, al lado del edifico de la Lotería de Córdoba, un gran sobrerrelieve de color ocre, realizado por el escultor Enrique López D’Franza, muestra a manifestantes durante el Cordobazo. El mural mide 6,5 metros de largo por cuatro de alto y fue inaugurado en el 40º aniversario de ese hecho histórico. A su izquierda, el exedificio de la Central General de los Trabajadores (CGT) invita a repasar la lucha de los obreros desde un espacio emblemático. Es que en ese lugar, en la noche del 26 de mayo de 1969, los trabajadores votaron la realización del paro que, tres días después, derivó en la movilización popular conocida como el Cordobazo.

Cristian Walter Celis
Casa de la Historia del Movimiento Obrero y la lucha de los que pelearon con las dictaduras.

CASA CON HISTORIA En el otoño de 1969, bajo la dictadura de Juan Carlos Onganía, el malestar de los obreros locales, especialmente de fábricas automotrices y metalmecánicas, venía incrementándose. Alarmada por la decisión del gobierno provincial de quitar el “sábado inglés” (media jornada de trabajo), la CGT dispuso un paro activo. Trabajadores y estudiantes comenzaron a concentrarse en el Centro y barrios de Córdoba. Ante la represión policial, las detenciones y la muerte de algunos manifestantes, la huelga derivó en una revuelta violenta, que se agudizó el 29 de mayo. En las calles quedaron autos quemados y destrozos. Algunos afirman que la magnitud del Cordobazo reflejó el malestar social que se vivía en todo el país, acelerando la renuncia de Onganía.

Desde 2013, esta revolución se recuerda en la Casa de la Historia del Movimiento Obrero de Córdoba. La casona fue cedida a la Agencia Córdoba Cultura y a la CGT regional para poner en valor la lucha de dirigentes sindicales y trabajadores que se atrevieron a enfrentar las dictaduras. El espacio resulta austero desde el punto de vista museográfico, pero sus salas están llenas de historia. Tras dejar el hall de ingreso –colmado de placas y frases en homenaje a líderes como Agustín Tosco– un busto dorado de Eva Perón ocupa el centro de la silenciosa sala central. En los alrededores, una veintena de paneles rojos albergan exposiciones temporales de fotografías que van desde las calles de la ciudad durante el Cordobazo hasta los rostros e historias de vida de desaparecidos en la última dictadura. Dentro de un mes, otra muestra recordará el 60º aniversario del Programa de La Falda, un conjunto de propuestas políticas, sociales y económicas impulsado en 1957 por trabajadores cordobeses, en el marco de la proscripción peronista y la persecución a los gremios.

“En esta casa se gestaron los acontecimientos que protagonizara el movimiento obrero de Córdoba desde 1957 hasta 1976, lo que incluye gestas como el Cordobazo y el Viborazo. En la parte superior está el salón donde se reunía la Comisión Directiva encabezada por Atilio López, tal como era en esa época; los históricos balcones desde donde López, Torres y Tosco se dirigían a los presentes en las movilizaciones y el salón de ingreso, que originalmente tenía dependencias donde funcionaban sindicatos que no contaban con sede propia”, explica Ilda Bustos de la CGT Córdoba, encargada de este museo.

La historia de las revueltas populares gestadas en esta ciudad mediterránea no terminan en el Centro. A varias cuadras, en el barrio del “Pirata cordobés”, otro espacio cultural pone en valor las luchas estudiantiles y obreras del siglo XX.

Cristian Walter Celis
Chimenea del Museo de la Reforma, donde había calderas del Hospital de Clínicas.

CUNA DE REVOLUCIONES La calle Santa Rosa, en Alberdi, nos conduce por esa Córdoba revolucionaria, de los años en que al barrio lo llamaban Clínicas y las veredas estaban colmadas de estudiantes de medicina de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). El Hospital de Clínicas (Monumento Histórico Nacional desde 1996) era un punto de encuentro. Por entonces, abundaban las pensiones. Hoy ese paisaje urbano ya no es el mismo. La mayoría de los universitarios residen en Nueva Córdoba, pero los habitantes de la zona aún recuerdan esa época. Nilda, una vecina del hospital, asegura: “Éste era un barrio de muchos estudiantes, todo esto estaba lleno. Ahora no se ven tantos, los chicos van a los edificios”.

La “Zamba de Alberdi”, un clásico del cancionero de estas tierras, también evoca esos tiempos. El folklore argentino deambula en las voces del Chango Rodríguez, cuya casa se encuentra en la calle Chubut de este barrio, o Los cuatro de Córdoba: Lunita de Alberdi esconde tu cara / con tu guardapolvo de fino doctor / si una noche alegre con mi serenata / se prenda y se apague la luz de un balcón. / Sueña con tus quince abriles / muñequita rubia tu pollera azul /como una glicina, ibas por el Clínica /perfumando el aire con tu juventud.

A la vuelta del célebre hospital de paredes amarillas, los empedrados del Paseo de la Reforma nos conducen hasta otro museo. En el camino, murales con coloridas imágenes de Agustín Tosco y el Che junto a consignas reformistas van llenando de sentido este recorrido por la historia. “Barrio cuna de revoluciones” dice un graffiti stencil en un mural en el que manifestantes le tiran bolitas a la policía montada para evitar que avance.

A los pocos metros, el enorme portón negro de la Casa de la Reforma Universitaria se abre para recibir a los visitantes que llegan, incluso, de otros países latinoamericanos donde repercutió la gesta estudiantil del 18. Los adoquines del patio contrastan con las paredes rosadas de la construcción de principios de siglo XX y el colorido de los murales internos. Al levantar la vista, una gran chimenea se lleva todas las miradas. En este sector del Clínicas funcionaron las calderas del hospital y la antigua carpintería. Desde 1999 esas construcciones fueron acondicionadas para recordar la Reforma Universitaria de 1918, que comenzó en este barrio y democratizó el acceso a la universidad.

Cristian Walter Celis
Museo de la Reforma. La “Mimi”, mimeógrafo con que los estudiantes imprimían sus panfletos.

EL MANIFIESTO, LA LLAVE Y LA “MIMI” A fines de 1917, el cierre del internado en el Hospital de Clínicas encendió la mecha del movimiento reformista. “La casa está dentro del predio del Clínicas, y hubo un evento que sucedió acá, al que nosotros denominamos como la gota que colmó el vaso debido a la situación en que estaba la universidad. Antes había un internado en el hospital. Los estudiantes no podían volver después de las ocho de la noche, y un día algunos regresaron a las dos de la mañana. Este hospital estaba dirigido por unas monjas francesas y un director laico docente. Entonces, se exoneró a quienes habían vuelto tarde. Esto llevó a decir ‘bueno, basta con el estado de situación en el que estamos’ no sólo por parte de los estudiantes sino también de los docentes”, cuenta Álvaro Ferrari, diseñador del Museo de la Reforma. 

Hacia 1918, los estudiantes de la UNC comenzaron a profundizar sus reclamos ante las autoridades universitarias. A diferencia de otras casas de estudio de Argentina, en Córdoba, el conservadurismo religioso de la institución fundada por los jesuitas en 1613 resultaba insoportable. A principios de ese año, las protestas se multiplicaron y derivaron en represiones e intervenciones. Los estudiantes no se rindieron. Necesitaban terminar con el elitismo y el poder excesivo del clero, que dificultaban el acceso a la universidad de quienes trabajaban o tenían pocos recursos.

El 15 de junio de 1918 hubo elecciones de rector. Tras el triunfo del conservador Antonio Nores –representante del clero– los estudiantes, sintiéndose traicionados, entraron violentamente al Salón de Grados para impedir su asunción. Las calles de Córdoba escucharon el reclamo. La huelga trascendió y sumó el apoyo obrero. Días después, el 21 de junio, el Manifiesto Liminar con los postulados redactados por Deodoro Roca apareció en el número 10 de La Gaceta Universitaria, revista de la Federación Universitaria de Córdoba. El documento anticlerical se convirtió en un emblema de la lucha estudiantil. 

La autonomía universitaria, la libertad de cátedra, la gratuidad de la enseñanza, el ingreso irrestricto y el cogobierno universitario (estudiantes, profesores y graduados) fueron algunas de sus principales premisas. Hoy, al ingresar al museo, un cartel las recuerda: “libertad, gratuidad, equidad, extensión, cogobierno”. 

La foto de los estudiantes junto al gallardete de la Casa de Trejo, en el techo del antiguo rectorado, recorrió el mundo como símbolo de victoria estudiantil. Con el paso de los días, el estatuto universitario de la UNC incorporó los cambios solicitados. Hacia 1921, la Reforma Universitaria se había instalado en el país y se extendía por América. Gran parte de lo sucedido en esos meses se conoce en la Casa de la Reforma.

Entre documentos, telegramas, diarios, fotografías, cuadros, libros y objetos, se destacan piezas como una copia del Manifiesto Liminar de 1918, la llave de la puerta del rectorado –que fue tomado por los estudiantes durante la revuelta– y la “Mimi”, un mimeógrafo de 1917 en el que los reformistas imprimían sus panfletos con reclamos. Un símbolo de la resistencia estudiantil cordobesa, usado durante décadas del siglo pasado. 

La otra sala está del otro lado del patio, junto a las dos antiguas calderas. Alrededor de esas moles de hierro hay paneles con fotografías de los reformistas, mujeres destacadas e historias del movimiento estudiantil local. Desde lo alto de la pared de ladrillos a la vista, Deodoro Roca parece observarlo todo en una gran imagen en blanco y negro. Una colección de fotos de Guillermo Galíndez recuerda otra revolución: el Cordobazo. Es que la unidad obrero estudiantil que asomó con la reforma tomó fuerza en esa revuelta del 69 y se cristalizó en las calles del barrio. En otros muros, imágenes de las antiguas casonas y pensiones estudiantiles de Alberdi dan pie para seguir recorriendo la zona.

Menú de la cantina La Casona, frente a la cancha de Belgrano.

TIERRA CELESTE Es mediodía en la fría mañana cordobesa, y no hace falta un reloj para darse cuenta porque el olor a comida se empieza a sentir en las veredas. El sol acompaña por Santa Rosa hasta la intersección con Arturo Orgaz. El nombre recuerda a otro de los protagonistas de la Reforma Universitaria. Al doblar, todo empieza a teñirse de celeste y las pintadas se confunden con el color del cielo. A pocos metros de la cancha del Club Belgrano, otro símbolo del barrio, las consignas revolucionarias se mezclan con la pasión “pirata”. En este sector de Córdoba, las paredes hablan a cada paso y resultan una excelente guía turística. 

Un tema de cuarteto se escapa por una ventana, mientras un vendedor de banderas, gorras, remeras y toallones “piratas” escucha la radio sobre la vereda del estadio, teñida del típico color celeste del club. En una de las paredes, un “Potro” Rodrigo con aspecto de ángel afirma: “Por lo que yo te quiero”.

Hace rato que un grupo de hinchas en fila espera para comprar entradas. Al frente, sobre Arturo Orgaz 501, una casona de ladrillos vistos invita a almorzar en el restaurante del club, a cargo del chef Sergio Blanco. El menú se destaca por su variedad de pastas y carnes de cerdo, pollo y cortes vacunos. La carta también incluye propuestas para vegetarianos. Hay desde platos novedosos como fajitas de cerdo y ternera con guacamole, porotos negros, pico de gallo y nachos hasta el clásico bife de chorizo a la parrilla, con salsa criolla y arroz cremoso con arvejas. La lasagna de carne –dicen– resulta    inolvidable. “Creo que es la única cantina de un equipo de fútbol del país donde los menús no son solo minutas. Siempre tratamos de proponer un menú ejecutivo más que bueno a un valor bajo para que el público coma bien y diferente al mediodía. La idea es ofrecer platos de restaurante pero a un precio accesible, saliendo de las frituras y del microondas”, asegura el chef. 

El bar es frecuentado por los socios del club, vecinos y turistas que andan por la zona. El ambiente es pequeño, por lo que sólo se puede ir a comer con reserva. Esa particularidad acentúa el clima acogedor de esta casona con típicos mosaicos de cemento. Al igual que en las calles, las huellas de la Reforma Universitaria y del Cordobazo se cuelan en las paredes con los ladrillos a la vista, pero esta vez las imágenes y las frases están sazonadas con otras que cuentan las glorias de Belgrano. La cantina es una oportunidad para seguir conociendo, desde la gastronomía, la identidad cordobesa.