Un blockbuster farmacéutico. El analgésico que nunca supiste que necesitabas. Lobotomía embotellada. Así denominan en el primer episodio de Medicina letal (estreno de la semana pasada por Netflix) al OxyContin. El producto que, como contrapartida, puso a Estados Unidos de cara a una crisis sanitaria similar a la escalada del crack en los ’80 y cuyos efectos se sienten hasta el día de hoy. Ahí están los durísimos disclaimers al comienzo de cada uno de los seis episodios en los que los parientes de las víctimas explican porqué la miniserie no es una simple recreación de hechos reales. “Esto no pasa porque a un villano que se le ocurre envenenar a la gente de manera unilateral. Es mucho más complicado que eso”, le dice Eric Newman, el productor ejecutivo, a Página/12.

No hay un único protagonista en Medicina letal. Los cuatro ejes narrativos exploran el antes, el durante y los estragos que causó el producto estrella de Purdue Pharma desde mediados de los ’90 hasta bien entrado el nuevo siglo. El dueño de un taller de Carolina del Norte que sufre una lesión en la espalda (Taylor Kitsch) y una chica (West Duchovny) que forma parte de la maquinaria de promoción y venta de la píldora milagrosa. “Andaban vendiendo heroína como si fuese la suscripción a una revista”, grafica Edie Flowers (Uzo Aduba), una abogada incisiva en su cruzada contra el fármaco. La última pata de la trama queda para Richard Sackler (Mathew Broderick), el magnate de la compañía y titán de la familia cuyo apellido se volvió sinónimo de muerte en los Estados Unidos. Así es como el fantasma su tío, fundador de la empresa en cuestión (Clark Gregg), cumple un rol trascendente y explícito dentro del relato.

Basado en el libro Pain Killer: An Empire of Deceit and the Origin of America’s Opioid Epidemic de Barry Meier, el melodrama forma un tríptico devastador junto al documental El crimen del siglo (HBO Max) y Dopesick (Star+) . Justamente el director de la primera –Alex Gibney- es uno de los responsables de Medicina letal. Y a diferencia de la sequedad de la miniserie protagonizada por Michael Keaton, aquí el tono va por lo bombástico. El director de Peter Berg conjuga una puesta en escena fervorosa, como si se estuviese bajo los efectos de un alucinógeno, para ilustrar las altas y bajas de todos los involucrados (habitantes de la América Profunda, la industria farmacéutica y la responsabilidad de distintas ramas del Estado). Esa factura explicativa de alto impacto y deudora de los docudramas firmados por Adam Mckay, tiene su correlación con “ese momento de locura y euforia por las ventas de un narcótico que potencialmente era el más poderoso y letal nunca producido por una farmacéutica”, describe Meier. 

-¿Cómo y por qué tuvieron la decisión de narrar e intercalar cuatro historias en Medicina letal?

Eric Newman: -El libro de Barry tiene una mirada de 360° sobre cómo pasó esto y eso fue lo que quisimos replicar en el programa. Nuestro foco narrativo está puesto en los perpetradores, los que propagaron el mensaje, las víctimas y los investigadores que representan a la Justicia. Cada ángulo permite entender mejor el cuadro. No es que hubo un villano específico, fue la confluencia de muchos intereses, o de la ausencia de un interés, y eso nos permitió que la historia tuviera una estructura igualitaria. Algunos alertaron sobre el tema cuando nadie se daba cuenta de ello, uno de ellos fue Barry con su investigación. Aunque ficcional, el personaje de Edie refiere a todos aquellos que alertaron y entendieron lo que estaba sucediendo.

-¿Qué aspectos de su investigación debían mantenerse sí o sí en esta recreación?

Barry Meier: -La compañía creó una sistema muy exitoso y demencial a partir de OxyContin. Reflejar eso era entral. Me pareció fascinante lo de incorporar a Arthur Sackler, el fundador de Purdue Pharma y suerte de creador de la publicidad farmacéutica, dentro del relato. Cuáles fueron sus técnicas para seducir a los médicos y llenarles los bolsillos con dinero. Es un personaje central, o su espíritu mejor dicho, que interactúa con Richard Sackler. Es quien nos permite entender la mente de este individuo tan autoconvencido de que hace es algo bueno cuando estaba creando miseria y desesperación.

-Es como el fantasma del padre de Hamlet…

E.N.: -Totalmente. El concepto inicial del proyecto era el de contar la vida de este pionero en el marketing farmacéutico. Fue el gran arquitecto de este modelo. Pero después decidimos que sería mejor trabajar “la era del OxyContin” aunque él ya estuviera muerto para entonces. Peter Berg fue el gran impulsor de incluirlo como un fantasma y se mantuvo bien firme en llevarla a cabo. Podría haber resultado muy mal, no había garantías de que funcionara, era de esas propuestas que daba miedo. Pero funciona. Y además sirve para entender que la explotación a los pobres, verdaderas víctimas insospechadas del sistema de salud, viene de hace mucho tiempo.

B.M.: -Es un personaje increíble, me atrajo cuando escribí el libro, y que lo incluyeran en la serie me pareció muy perspicaz.

-La temática no es tan nueva para usted que produjo Narcos y Griselda. ¿Hay tantas diferencias entre unos capos de la droga y los que pululan por Medicina letal?

E.N.: -En Narcos me di cuenta de que nunca hay "malos". Hay villanos y hay otros realmente muy malos. Los de esta última clase son los que rompen la confianza pública. Los vendedores de droga no son tan deshonestos, no pretenden ser altruistas ni buscan muchas justificaciones. El marketing del “primero es gratis”, clave para el narcotráfico, no es muy diferente al de la primera prescripción. Estos tipos eran médicos, farmacéuticos, gente del negocio de la salud. Su tarea era ayudar al prójimo y rompieron completamente su código. En cierto sentido, son peores.