Las pinturas de Alfredo Hlito son como ráfagas de color. Líneas que cruzan en diágonal, que generan dinamismo sobre una superficie plana. Son pinturas en movimiento que aparecen en la quietud de una pared. Por momentos son vibraciones netamente abstractas. A veces un poco figurativas, como si el dinamismo de las formas quisiera tratar de buscar una referencia física específica: a pesar de la deformación, hay una búsqueda de sentido permanente en la obra de Hlito. Nada está sujeto al azar, ni tampoco responde netamente a una decisión caprichosa. No hay sutilezas en el trabajo de Hlito. Sólo precisión.

A partir de la década del 60 y hasta que falleció en 1993, Hlito se obsesionó con la figura de la "efigie". Gran parte de la obra que creó durante esas décadas se puede visitar ahora en el Museo Nacional de Bellas Arte, en la exhibición Alfredo Hlito. Una terca permanencia, curada por María José Herrera. Esta muestra reúne un centenar de piezas que giran en torno a esta figura ambigua que Hlito utilizó como motor creativo para su producción, la "efigie". Este personaje nunca terminó de tomar una dimensión del todo clara en la producción de este artista, es decir, no se trató de una figura con una forma o un conjunto de características estables que se sostuvieron en el tiempo. Más bien todo lo contrario, la figura de la "efigie" fue cambiando con el correr de los años. Lo único que se mantuvo fue la obsesión de Hlito por tratar de representarla. En 1977, escribió en su diario: “Puedo verte, Efigie, a través de muros opacos y calles ruidosas. Tranquila y como acechante, me aguardas. Quise llevar el registro exacto de mis humores cambiantes y advertí que no cambiabas conmigo. Te aseguro que llegué a detestar tu presencia. Te agredí, te deformé, y tú continuabas permaneciendo”. En esta muestra antológica que se presenta ahora en el Bellas Artes, la obsesión permanente de Hlito por esta figura no aparece únicamente en las pinturas. A lo largo de la exhibición se pueden ver bocetos -dibujos, pequeñas pinturas en hojas diminutas- de cómo esta figura se “aparecía” en la cabeza del pintor. También hay material de archivo y fragmentos de textos suyos.

Sin título de la serie Metamorfosis, 1991

La aparición de Hlito en la escena del arte no tuvo que ver con su obsesión con esta figura que pintó miles de veces, sino con el movimiento Arte Concreto-Invención. Después de formarse en la Escuela Nacional de Bellas Artes y empezar una producción pictórica muy vinculada a la estética de las obras del artista uruguayo Joaquín Torres García, Hlito se sumó a este movimiento que se fundó en 1945 y que defendió la pintura abstracta.

Antes de su conformación oficial, el grupo de artistas que integraban la Asociación Arte Concreto-Invención habían realizado una exposición en el taller de Hlito y Claudio Girola -ya en 1942, estos dos artistas junto a Tomás Maldonado y Jorge Brito habían firmado el Manifiesto de cuatro jóvenes para expresar su rechazo a la currícula de la Escuela de Bellas Artes, orientada mayoritariamente a la pintura figurativa-. El grupo Arte Concreto-Invención se presentó de manera pública recién en 1946, en el Salón Peuser, donde dio a conocer el Manifiesto Invencionista. El documento fue firmado en ese entonces por: Tomás Maldonado, Enio Iommi, Manuel Espinosa, Claudio Girola, Raul Lozza y sus hermanos Rafael y Rembrandt, Lidy Prati, Oscar Núñez y Hlito, entre otros. Parte de ese manifiesto decía: “La era artística de la ficción representativa toca a su fin. La estética científica reemplazará a la milenaria estética especulativa e idealista por el júbilo inventivo. Contra la nefasta polilla existencialista o romántica. Contra todo arte de élites. Por un arte colectivo. A una estética precisa, una técnica precisa. La función estética contra el ‘buen gusto’. La función blanca. NI BUSCAR NI ENCONTRAR: INVENTAR”.

Sin título, 1984

Hlito se mantuvo dentro del grupo de los concretos durante 10 años. En ese momento, dedicó buena parte de su carrera no sólo a pintar, sino también a desarrollar una serie de textos críticos que ofrecían una lectura y una reflexión sobre la pintura abstracta -parte de esta producción fue recopilada y publicada en 1995 por la Academia Nacional de Bellas Artes-. Le preocupaban las cualidades específicas de esta disciplina, su rol en el arte nacional, su alcance en el mapa internacional. Después se preguntó también por el “tema” de la pintura, por eso que estaba por debajo de las imágenes en sí, es decir, se interesó por la pregunta de qué “habla” la pintura. A medida que pasaron los años, Hlito no encontró ninguna respuesta lo suficientemente satisfactoria como para abandonar su búsqueda de sentido. Es en medio de esas idas y vueltas que aparece este personaje misterioso llamado “efigie”.

En el uso tradicional de esta palabra, una “efigie” es una representación de una persona. Lo que hay detrás de ella es, en principio, un ser humano. También puede ser una personificación o la representación viva de un sentimiento. Esas representaciones pueden tener el fin de dar prestigio a una persona y también el de desprestigiar. Esta elasticidad del término fue lo que le permitió a Hlito hacer lo que se le antojara con cada “efigie” que pintó.

Entrada la década del 60, en 1964 específicamente, él se fue de la Argentina para instalarse en México. En esos años trabajó como diseñador gráfico en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), mientras seguía trabajando en su carrera como artista. Es en este otro país donde su obra empezó a tener como centro a la figura de la "efigie", pensada como planos corpóreos, de gran tamaño, con colores oscuros. Hlito se vio influenciado por la arquitectura mexicana, sobre todo por aquella que tenía reminiscencias de la estética mesoamericana y precolombina. El mar de mitos y leyendas que encontró este artista en México lo motivó a generar sus propias versiones de estos relatos: esa es la puerta de entrada para las “efigies”, la búsqueda de un sentido totalizador, una forma para organizar el pensamiento y la obra.

Iconostasis en rojo, 1987

Este giro en la producción de este artista marca un alejamiento del programa que estableció con el grupo Arte-Concreto Invención. Mientras que en su juventud su obra y su grupo de pares ofrecía un sinfín de certezas –desde el fin de la “ficción representativa”, hasta la defensa de la estética científica y la pintura abstracta–, para la segunda mitad de los 60 este artista va a ir y venir entre posiciones ambiguas y menos declamativas. Por eso, las obras que ahora se pueden ver en el Bellas Artes, sí tienen algunas referencias más figurativas y también algunas escenas fáciles de reconocer: desde tres personas una al lado de la otra, hasta naturalezas muertas.

La obsesión con la “efigie” marca un abandono de la abstracción total que proponían los artistas concretos. También es la puerta de entrada para un frenesí productivo que lo llevó a hacer “efigies” por todos lados. Estaban en sus cuadernos, en sus pinturas, en cualquier parte -algunos retazos de este archivo están disponibles en la exhibición-.

Lo que había detrás de esta insistencia era la intención de crear una mitología. La obra de Hlito, la de este período que empezó en los 60 y llegó hasta sus últimos días, tiene un componente religioso y mitológico muy fuerte. No se puede escindir la pintura de este artista de estas cosas ya que en su pintura se pueden referencias a múltiples creencias: hay lugar para Jesús y también para las deidades precolombinas. Sus “efigies” van a funcionar como distintos anti-retratos -porque nunca son personales ni precisos- de todas estas creencias mitológicas que le interesaban y también van a ser capaces de representar su sentido del humor o su mundo interior. En otro texto suyo, sobre esto último, Hlito dijo: “Claro, no se trabaja con nada ni desde la nada. Pero todo es interior, solo la cosa se va haciendo exterior. En ningún momento puede uno desviar las miradas para recoger el impulso o una comprobación de algo que esté afuera. Todo viene de uno”.

Ciudad lejana, 1992

Al regresar a Buenos Aires, en 1973, la obra de este artista va a entrar en un nuevo período. Después de crear diferentes formas e ideas de “efigies”, Hlito se va a preocupar por agruparlas y ordenarlas. Así fue que aparecieron las pinturas que se conocen como "Los iconostasios", llamadas igual que esos biombos o mamparas que se exhiben en las iglesias con imágenes religiosas. Su interés por estos objetos apareció después de leer un artículo en la revista Sur que hablaba de la pintura religiosa que se hacía en Rusia en los siglos XIV y XV en estos muebles –similares a los retablos– que nucleaban icónos religiosos.

Este momento de la pintura de Hlito marca, por un lado, la reafirmación de su interés por lo mitológico y lo religioso; por otro lado, es la transición hacia un momento netamente figurativo de su obra, concentrado en un conjunto de obras más tardías conocidas como "Interpolaciones". Ya en este último tramo de su obra, creada durante los años 80 y en donde la figuración se hizo mucho más presente, este artista trabajó con diferentes arquetipos y escenarios donde las “efigies” posaron como modelos. En estas obras, se las puede ver desnudas, con togas de ceremonia y habitando templos. Todos los universos que investigó y recorrió desde que se alejó del grupo Arte-Concreto Invención se hacen presentes en esta serie que parecería ser un punto de llegada. Un posible final para el propio mito que Hlito creó para sus pinturas. Los últimos símbolos que pensó para su propia religión. O para su propia ceremonia.

Alfredo Hlito: una terca permanencia se puede visitar en el Museo Nacional de Bellas Artes (Av. del Libertador 1473, Buenos Aires). De martes a domingos, hasta el 15 de octubre. Entrada gratuita todos los días.