Es bastante curioso cómo funciona la memoria: ¿Por qué hay ciertos momentos que quedan fijados tan clara y nítidamente en nuestro cerebro, mientras otros miles son olvidados? ¿Cuál es la razón por la que la ingeniería invisible de nuestra mente decide grabar algo y descartar lo otro? ¿Tendrá que ver con la intensidad del sentimiento que nos provocó ese momento específico? ¿Con la cantidad de neuronas que se dispararon y encendieron en ese preciso instante? ¿De fusionar lo cotidiano y monótono para hacer lugar para los destellos de intensidad? A decir verdad: no lo sé, ni puedo dar ninguna afirmación más que la siguiente: ningún recuerdo en mi vida es tan fresco y nítido como la primera vez que escuché sonar la guitarra de Jack White, mientras viajaba con mi padre en auto a hacer el curso de ingreso para el secundario.

Era un sábado por la mañana, mi papá manejaba y yo iba en el asiento de acompañante. Recién ese año había empezado a sentarme en ese asiento, y para mí, no solo era una insignia de que ya no era más “un chico”, sino que significaba también el privilegio de poder manejar la radio y estación que escuchábamos. Recuerdo que estábamos yendo por Av. Corrientes y había bastante tráfico, más de lo que se esperaba para un sábado temprano, pero a mí realmente no me molestaba porque significaba más tiempo en ese dichoso asiento y más tiempo escuchando lo que las radios nos convidaran.

Es en aquel paisaje de bocinas y hartazgo que aún puedo escuchar, muy claramente, la voz del locutor al anunciar que a continuación sonaría uno de los primeros adelantos del primer disco solista de un músico norteamericano llamado Jack White, que había alcanzado el estrellato con su banda los White Stripes a principios de los 2000 y había marcado la escena musical de entonces. Al oír ese nombre, mi papá (que aparentemente ya lo conocía) subió el volumen y dijo: “Uy esto te va a encantar, este tipo es un loco”; Tenía razón.

Lejos de querer pecar de exagerado, fue un cambio de paradigma total escuchar esa canción. Esa guitarra distorsionada, esa voz, esa actitud, ese minimalismo arrasador, ese sonido sucio y esa crudeza; era muy alejado de todo lo que componía mi panorama musical hasta entonces. Abrió un mundo completamente nuevo de posibilidades y sonidos que antes desconocía. Si bien tuve la suerte de crecer en un hogar lleno de amor donde se promovía y consumía mucho arte, donde (gracias a mis padres) fui escuchando Los Beatles, Queen, Yes y Genesis entre otros, nunca una canción me había shockeado tanto; fue un baldazo de agua fría; una mancha de pintura en una pared blanca.

Con el correr del tiempo ese manchón de color fue creciendo en mí: empecé a investigar sobre la carrera de Jack, sobre los White Stripes, sobre su uso obsesivo del color, sobre su búsqueda por el minimalismo, su insistencia en sacar hasta la última gota de cada recurso a su alrededor. Me resultó realmente inspirador, no solo como logró unir y representar tan contundentemente sonido e imagen, sino cómo pudo grabar su primer disco, un disco que lograba movilizarme tanto, desde la precariedad de un garaje y con un equipamiento totalmente amateur.

Sin saberlo entonces, y creo que solo me estoy dando cuenta gracias a la tarea de escribir este texto y revolver en los archivos de la memoria, esa filosofía y ese acercamiento a la realización artística marcarían mi camino como pocas cosas lo han hecho en esta vida. Instauró en mí la idea de que desde donde sea que este parado uno, y con lo que sea que tenga a su alrededor puede hacerse una gran obra; conseguí entender que con un par de acordes y unos cuantos golpes a un bombo de batería podías romper todo; me permitió entender que sonido e imagen están inexorablemente unidos; fundó en mi la filosofía del menos es más y que con poco se puede hacer mucho. De todas formas, creo que lo más importante que sembró en mi fue alejar el hecho artístico de un estudio caro, de los grandes sellos discográficos, de los instrumentos valiosos, para ubicarlo en la inmediatez de lo cotidiano. Eso, para un adolescente porteño, significó un antes y un después.

Es bastante curioso cómo funciona la memoria. Cómo una simple canción puede revolucionar tanto un alma; como, un pequeño pero certero golpe puede desencadenar un efecto en cadena gigantesco. Aún sigo sin saber cómo funciona, y cuáles son los artificios mediante los cuales opera la mente humana, pero si hay algo que en el transcurso de este breve escrito entendí es que los grandes recuerdos son momentos pequeños: no se necesitan fuegos artificiales, ni grandes festividades; tampoco vacaciones caras ni multitudes de aplausos; solo es necesario un padre, un hijo y un loco sonando en la radio.

Andry Bett es el proyecto artístico de Agustín Andribet, nació durante la pandemia de 2020 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires con la edición de su disco Cariño, Acaso No Lo Ves?, remasterizado en 2022. En 2023 Andry lanzó su segundo disco titulado Felicidad Deluxe donde propone un sonido más refinado, enérgico y pegadizo, que intensifica lo que llama “la fórmula Andry Bett”. Con su variada mezcla de sonidos e influencias, Andry logra generar una identidad entre el brit-pop de finales de los 90s con el indie contemporáneo. Es también diseñador y artista gráfico, lo que lo llevó a trabajar con Él Mató a un Policía Motorizado, Conociendo Rusia, Vicentico, Turf, entre otros. Se presentará junto a La Real Academia, Tigre Ulli y Apoyo Emocional el sábado 14 de octubre en el espacio cultural Moscú, Av. Córdoba 4335.