Drácula: mar de sangre - 6 puntos

The Last Voyage of the Demeter, Estados Unidos/ Reino Unido/ Malta/ Italia/ Almania, 2023

Dirección: André Øvredal

Guion: Bragui F. Schut y Zak Olkewicz, basado en un capítulo de la novela Drácula, de Bram Stocker

Duración: 118 minutos

Intérpretes: Corey Hawkins, Liam Cunningham, David Dastmalchian, Aisling Franciosi, Chris Walley, Jon Jon Briones, Stefan Kapicic, Javier Botet, Woody Norman.

Estreno en salas.

Drácula: mar de sangre, nueva película de André Øvredal, en realidad no es tan nueva. El proyecto tiene más de 15 años y por él pasaron casi media docena de directores, antes de que el cineasta noruego se hiciera cargo del timón. Incluso Viggo Mortensen estuvo vinculado al mismo durante dos años, hasta que debió bajarse debido a las demoras que afectaron su desarrollo. Se trata de un nuevo abordaje de la popular obra del británico Bram Stoker, una de las novelas más adaptadas al cine, aunque en este caso la película pone en escena sólo un capítulo del libro: el n° 7.

Ahí se narra la travesía marítima que lleva al conde vampiro desde su hogar en Transilvania hasta Londres, donde, como se sabe, busca reunirse con su amada. La idea no puede ser más estimulante, en tanto las adaptaciones realizadas hasta la fecha apenas desarrollaron lo ocurrido a bordo del Demeter, nombre de la goleta que realizó aquel viaje maldito. Pero a pesar de ese lugar secundario, el pasaje resulta tan potente que así y todo consiguió plasmar en la pantalla algunas escenas emblemáticas. Entre ellas, por ejemplo, el plano contrapicado del Conde Orlok caminando rígido y con las manos crispadas entre los mástiles del barco, perteneciente a Nosferatu, adaptación no oficial del libro realizada por el cineasta alemán F. W. Murnau en 1922. Una de las imágenes más famosas y aterradoras de la historia del cine.

El séptimo capítulo no solo es importante por lo argumental, sino por el aporte que realiza a la construcción mítica del universo draculiano. La película de Øvredal intenta poner en valor el contenido de ese fragmento y lo logra, aunque de forma parcial. La sola idea de encerrar a un pequeño grupo de marineros durante un mes con la más temible encarnación del mal es en sí misma muy prometedora. Y Drácula: mar de sangre cumple en entregar un relato que apoya sus mejores momentos en la atmósfera densa que consigue crear.

Para alimentar ese ambiente aprovecha no solo el espacio del barco, escenario tradicional de los relatos góticos, sino también la circunstancia de aislamiento junto a lo desconocido como combustible del miedo. De hecho, Øvredal definió al film como la versión marítima de Alien, el octavo pasajero. Algo de eso hay. Para sostener ese clima, el director concentra la acción en la oscuridad, ya sea la que reina bajo la cubierta o en la noche, subrayada por una niebla omnipresente. Además logra crear un elocuente paisaje sonoro, combinando el crujir de las maderas, el ruido blanco del mar y los diferentes ecos dentro de la nave. Con semejante banda sonora, lo único que debía hacer el director era evitar sumar una partitura excesivamente dramática y redundante. Se ve que la tentación de sobresugestionar al público pudo más que la confianza.