Inevitablemente quienes hacemos comunicación a diario no podemos dejar de preguntarnos como, el talento natural de los seres humanos para contar y narrar todo lo que les acontece desde tiempos inmemoriales, hoy día, se vuelve un arma de sabotaje aún de nuestros mejores sueños y proyectos. Para esto es necesario que usted, yo y las demás personas nos preguntemos con honestidad y cierto grado de esfuerzo, de qué depende aquello que estamos dispuestos a creer en lo que se comunica a diario. Porque en definitiva nuestra creencia (de lo que vemos, escuchamos, percibimos y sentimos) depende del dato básico de nuestros deseos que, parafraseando a Aristóteles, es nuestro motor diario.

Es clave comprender en este proceso comunicacional que vivimos a diario en el trabajo, en la familia, en el club, en la iglesia y tantos ámbitos más, que el deseo nos impulsa y nos amarra con mucha fuerza si no estamos con disposición de hacernos cargo del mismo. De este modo, desear muerte y destrucción a quienes nos rodean tiene un costo evidente (tanto personal como grupal), y claro, no asumir ese profundo deseo de muerte conlleva escenarios de profunda angustia y parálisis social.

Y por supuesto diríamos que, desear amor y cariño sin poder hacernos cargo de ese mismo deseo, conlleva la frustración permanente del reclamo nunca atendido y considerado. A mis 55 años vivo como comunicador y pastor, la fantasía de que un día mis miedos se cumplan y que, una mitad del país elimine a la otra –y viceversa– en la plena convicción que esa muerte vicaria, nos haga un país más justo y solidario.

La comunicación es un derecho humano básico e inalienable, por tanto, no puede ser otra cosa, que el deseo expreso de cuidar y defender, a las personas más vulnerables de nuestra sociedad.

* La comunicación atiende siempre inevitablemente a un Yo colectivo, porque es relacional y compartida, y como tal, es clave nuestra alerta temprana a las subjetividades imperantes que quieren convencernos que llueve, mientras sentimos irremediablemente que nos orinan encima.

* La comunicación es un acto de amor, y como tal, expresa el profundo deseo de alejarnos del miedo que en definitiva, funda el odio y el prejuicio que hace de nuestros vecinos y vecinas, enemigos potenciales a los cuales eliminar. Y no puede menos que resultarme siempre llamativo como en la sabiduría hebrea -así como en el nuevo testamento cristiano se oponen el amor y el miedo- la oposición judaica del texto es entre lo “aparente” y lo “revelado”.

Este será el ejercicio que les invito a tener en las próximas semanas por venir; ver y analizar qué elementos de los que vivimos, fundan actos de amor concretos (en definitiva somos lo que hacemos –como otro modo de comunicar– y no lo que decimos), y cuales, el temor. Qué elementos “revelan” la concreción de ese amor y cuáles “aparentan” serlo.

Volar a la estratósfera desde Córdoba y llegar a Japón en media hora es casi un elemento tan risueño, como pensar que delfines y cisnes atestaban los canales de Venecia en la pandemia, mientras en América Latina solo las ratas poblaban nuestras calles desoladas de seres humanos.

Los deseos profundos de nuestra vida, se deben constituir en actos que comuniquen un proyecto colectivo, un proyecto donde las libertades individuales se entrecrucen para fundar nuevos escenarios posibles, con más derechos para todas y todos.

* Pastor de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina. Presidente para América Latina de WACC (Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana)