Si pudieras ver todos los pájaros del mundo, verías el mundo entero”, plantea Jonathan Franzen en “Por qué importan los pájaros”, un bellísimo texto incluido en El fin del fin de la tierra (Salamandra), libro recientemente publicado en el país que reúne dieciséis artículos escritos para distintos medios estadounidenses. El autor de Las correcciones, que este sábado dará la clase magistral “El problema del comienzo” en el 15° Festival Internacional de Literatura Filba, vino a la Argentina no sólo para hablar sobre sus procesos creativos y búsquedas, sino para cultivar su obsesión por los pájaros. El domingo viajará a los Esteros del Iberá (Corrientes), un paraíso para la observación de aves, y luego a Salta, donde podrá comprobar, una vez más, lo que escribió: “La otredad radical de los pájaros es parte integral de su belleza y su valor. Siempre están con nosotros, pero nunca serán nuestros. Son el otro animal dominante del planeta que ha resultado de la evolución, y la indiferencia con que nos tratan debería servir como humillante recordatorio de que no somos la medida de todas las cosas”.

Un código sin cuerpo

El primer pájaro en la Argentina lo vio en su hotel en Palermo, el viernes a la mañana, mientras desayunaba. Ahora, en la librería Eterna Cadencia y ante un puñado de periodistas, sonríe cuando Página/12 le recuerda que firmó una carta junto a 9.000 autores -entre las que se destacan la canadiense Margaret Atwood, otra gran observadora de aves- en la que cuestionaron los proyectos de Inteligencia Artificial (IA) porque explotan sus obras sin respetar los derechos de autor. ¿Por qué cuesta tanto regular el uso de las IA? “No creo que sea difícil regular la tecnología, el problema es que no hay voluntad de regular la inteligencia artificial”, aclara el autor de Las correcciones, novela con la que ganó el National Book Award. La historia de los Lambert, una familia disfuncional, con la que vendió tres millones de ejemplares, le permitió salir de lo que él llamó, con cierta ironía, “el silencio de la irrelevancia” de sus anteriores libros, Ciudad veintisiete y Movimiento fuerte.

“Mis libros han sido usados para alimentar el modelo de lenguaje de la inteligencia artificial, que es completamente estúpido, no es nada inteligente porque solo adivina las palabras usando el lenguaje con el que lo alimentaron; sin ese robo no puede adivinar -advierte el escritor-. No me siento personalmente amenazado por la inteligencia artificial porque es imitación. Escribir bien es lo contrario a la imitación. La escritura real es creada por gente que quiere algo; la inteligencia artificial no quiere nada; es solo un algoritmo”. Franzen destaca que los perros, los pájaros y los leopardos son inteligentes porque quieren cosas y usan “un proceso de pensamiento” para lograrlo. “Un código sin cuerpo es lo opuesto a la inteligencia”, subraya y revela que se permite hablar en estos términos en el país de Jorge Luis Borges.

Al autor de las novelas Libertad, Pureza y Encrucijadas le gusta polemizar. Todavía recuerda el revuelo que se armó entre científicos, expertos en clima y activistas con una columna de opinión que publicó en The New Yorker en 2019 titulada “¿Qué pasa si dejamos de fingir?”, donde sostenía que la destrucción del planeta a causa del cambio climático provocado por el hombre era inevitable y que los defensores del medio ambiente tenían una actitud ilusa al tratar de detenerlo. “Es difícil ser activista climático cuando has estado intentando durante treinta años cambiar el mundo y las emisiones de gas invernadero continúan aumentando cada año. Hay una idea generalizada de que el problema son las empresas petroleras, pero eso es ridículo porque vivimos en el mundo que la gente quiere. El problema es que la gente quiere vivir en buenas casas, comprar muchas cosas, viajar en aviones y consumir”, advierte el escritor -cuya visión de la crisis climática es apocalíptica y resignada- y define como una “deshonestidad intelectual” culpar a la empresas petroleras del problema.

La invención de la tercera persona

En "Diez normas para el novelista”, brevísimo texto incluido en El fin del fin de la tierra, Franzen recomienda: “Escribe en tercera persona, a menos que se te presente de un modo irresistible una primera persona verdaderamente única”. Una recomendación que contrasta con este presente en el que prevalecen la autoficción y las escrituras en primera persona. “Como lector, la primera persona me parece muy limitante”, argumenta. “Si eres Nabokov, te voy a leer en primera persona porque tienes una gran voz y puedo sentir que hay un autor que está en un conflicto interesante con un narrador y que están pasando muchas cosas”, agrega Franzen. “Cuando leo un libro y está en tercera persona, alguien me está contando una historia. Leo una historia de Jorge o Isabela y me siento involucrado con ellos; es un formato maravillosamente flexible porque puedes estar en la cabeza de Jorge y en la misma frase describir sus gestos, que él mismo no podría hacerlo, y todavía en la misma frase puedes hablar de lo que está pasando con el clima afuera. Puedes incluso entrar en la situación política y luego terminar en la cabeza de Jorge todo en una sola oración. La tercera persona es una de las grandes invenciones de la historia humana”, explica entusiasmado el autor de obras de no ficción entre las que se destacan Cómo estar solo, Zona templada y Más afuera.

¿Por qué prevalece la primera persona y se renuncia a la tercera? Franzen reflexiona y dice que los escritores tienen miedo de ofender. “Si estuviera escribiendo en tercera persona desde la perspectiva de una mujer, me podrían cuestionar: ¿qué sé yo de las mujeres? Si represento a quien soy exactamente con la primera persona, nadie puede criticarme. Los escritores tienen mucho miedo de ofender a los demás. No digo que sea una actitud cobarde, me parece legítima. La cancelación en las redes sociales puede ser brutal”. Franzen aclara que nunca le funciona escribir sobre sí mismo. Quizá por eso el escritor es un militante de la ficción; en tiempos en que imperan las narraciones autobiográficas que no superan las 200 páginas, él escribe novelas voluminosas por arriba de las 500 páginas.

En su último libro, El fin del fin de la historia, se puede disfrutar la diversidad temática del escritor estadounidense en "modo ensayo y artículos". Hay reseñas sobre novelistas clásicas como Edith Wharton y contemporáneos como William T. Vollmann; una evocación especial de su amigo David Foster Wallace; hasta análisis de la política de Donald Trump y crónicas de viaje por los cinco continentes. Un fragmento de “Capitalismo desenfrenado” condensa el drama de este tiempo: “Nuestras tecnologías digitales no son neutrales políticamente. El joven que no puede ni quiere estar solo, conversar con la familia, salir con amigos, acudir a una conferencia o llevar a cabo un trabajo sin consultar su teléfono es un símbolo de cómo la política económica se adhiere a nuestros cuerpos como una sanguijuela. La tecnología digital es el capitalismo desenfrenado inyectándonos su lógica de consumo y promoción, rentabilización y eficiencia económica, cada minuto que pasamos despiertos”.