En 2015, PáginaI12 entrevistó a Pil y a Juan Carlos Kreimer por separado, pero casi al mismo tiempo. El cantante presentaba Ultimo hombre, su reciente disco solista, aunque adelantaba la esperada reunión de Los Violadores originales después de casi tres décadas. Y el escritor, por su parte, acababa de relanzar Punk, la muerte joven, ampliada y merecida reedición del primer libro que “problematizó” el punk en la historia universal. Casi en simultáneo, ambos le confesaban a este diario que volvían a su creación fundante para revivirla, mejorarla... y cerrarla definitivamente. Había en los dos una idéntica vocación por recrear la obra cumbre (una banda, un libro) con la dignidad que el asunto merecía, pero en ninguno de los casos el deseo estribaba en estirar los recuerdos más allá del ayer.

Lo que en ese entonces ninguno de los dos pudo anticipar fue lo que justamente comenzaría a suceder entre ellos casi de inmediato: una sucesión de coincidencias, reencuentros y propuestas que, dos años después, dieron el como resultado Más allá del bien y del punk, un gran libro sostenido por conversaciones entre ambos, intervenciones de terceros y un posterior trabajo de investigación de Kreimer sobre la cultura punk argentina que se añade bajo el nombre de “Ideas provocadoras”. Evidentemente, ambos habían abierto un pasado sin imaginar que dentro de ese paréntesis aún quedaban preguntas sin responder.

Editorial Planeta, que aquel año lanzó biografías de Luca Prodan y de Los Redonditos de Ricota, le propuso a Pil publicar la suya y el músico respondió con una contraoferta superadora: hacer un libro en coautoría con Kreimer. Habían vuelto a cruzarse después de muchos años en el Museo Punk de The Roxy, que en verdad fue un evento de un día pero con gran material de colección y un cierre final de charlas en las que ambos participaron. “Aquella vez dije dos o tres pavadas que se me ocurrieron en el momento, aunque después pensé: son pavadas en las que creo”, recuerda Kreimer. El escritor luego repitió la intervención entre un show de Stuka y otro de Pil en El Teatro Vorterix, noche en la que por otro lado ambos músicos se reencontraron sobre un escenario después de largos años. Albores de otra era se entrelazaban en tiempo presente. Sin ningún plan determinado, Más allá del bien y del punk se fue moldeando sobre la base de largas charlas en locaciones tan disímiles como la casa del cantante, en Lima (Perú), las aguas termales del Machu Picchu, varios bares porteños o mismo los ensayos de Los Violadores previos al regreso del Luna Park, en 2016. A eso le siguió un constante intercambio de archivos puerto-a-puerto entre la Argentina y Perú. Y, cuando coincidían, un trabajo final de los textos a cuatro manos, con la pantalla de la computadora amplificada en una tele.

Pero resultó que a esas conversaciones empezó a trascenderlas un hipertexto: la historia de Pil es, en paralelo, la historia del punk argentino; desde los cimientos fundantes de los ‘80 y las intensidades de los ‘90 hasta la vigente contemporaneidad del panteón principal (2 Minutos grabando y girando, Attaque 77 despidiéndose, Stuka y Pil activando por su cuenta o con Violadores). Por eso fue que Kreimer le puso letra a la voz del cantante no sólo con intervenciones personales, sino también con las de músicos y gente de sus círculos. En ese tramo del libro (los dos primeros tercios), “Pil es el texto y yo el contexto”, asegura el escritor. Pero más adelante, a modo de anexo ensayístico, Kreimer agrega una serie de quince artículos propios en los que vivisecciona la cultura punk argentina a través de entrevistas con la epistemóloga Esther Díaz (que introdujo el punk en cátedras de la UBA), el filósofo Darío Sztainjraijber, los dueños del Salón Pueyrredón, el antropólogo Pablo Cosso, el editor de literatura musical Leandro Donozo, el músico Ciro Pertusi y la mujer de bronce del punk criollo: Patricia Pietrafesa. “En definitiva, todo termina siendo una gran familia de personas entramadas en una misma aspiración que, a falta de otra palabra, la llamamos punk”, piensa Kreimer.

–¿Cómo fue empezar a trabajar el libro a partir de los recuerdos?

Pil: –¡Desordenado! Y así quedó, porque no sigue una línea de tiempo sino que se trata de historias circulares. Tenía el borrador anillado y lleno de anotaciones, porque cada tanto me lo llevaba a un parque para releerlo y ver si realmente yo seguía siendo ese que decía haber sido. Cuando me dieron el libro impreso, dormí con él al lado.

Juan Carlos Kreimer: –De entrada, dijimos: “No hagamos de esta historia un bronce, contemos los hechos de la mejor manera posible”. Es decir, buscando la narrativa adecuada pero sin imponernos coincidir en las mismas cosas. Fue clave haberme cruzado con Pil en un gran momento artístico y personal suyo, en medio de la vuelta de Los Violadores pero también con proyectos propios muy fuertes. Nos encontramos en lo profundo, y al mismo tiempo empecé a descubrir que todo el movimiento punk, tanto en su esplendor como en sus coletazos, conservaba el fuego de lucha de una ideología muy fuerte. El punk no es un movimiento únicamente musical, sino también filosófico y de resistencia. De mostrarle al sistema todas sus ridiculeces. Y las letras de Pil, vistas en perspectiva, perduran en eso, aunque no se pinte el pelo o cosas así. Porque hay gente punk metida en todos lados: en revueltas sociales, en protestas contra la minería, en acciones contra los transgénicos...

–Ustedes sostienen que el punk es la última construcción colectiva artística de la historia, no solo musical. ¿Por qué creen que no pudo aparecer un sucedáneo con esos niveles de impacto?

J. C. K.: –Bueno, fijémonos hasta que punto llegó la influencia del punk con el “hacelo vos mismo” que actualmente hay mucha más gente generando hechos artísticos que observándolos. A lo mejor, esa esencia del punk terminó explotando en este paradigma, en el cual las audiencias parecen más interesadas en producir que en consumir. Acaso la solución resida en una expresión que se anime a cuestionar al punk, aunque da la sensación de que el punk fue tan vehemente que no dejó nada por cuestionar. Pero también hay otros pasos: preguntarte quién sos vos, qué hacés en tu vida. Al final, el libro se termina acercando más al budismo en ese sentido.

–La espiritualidad es un terreno que ambos vienen sondeando desde hace tiempo... 

P.: –Yo incursioné en el taoísmo y en el Chi Kung como una alternativa para perdurar ante el tiempo. Porque, entre otras cosas, tengo que seguir haciendo shows potentes y energéticos. El día que dé pena en el escenario, me voy a retirar solo. Pero veo a Paul McCartney, que llegó a los 75 años con una energía bárbara, y no pierdo las esperanzas. Claro que estamos hablando de tipos que se cuidan, aunque ellos se metan en una cámara hiperbárica y yo tenga que matarme en un gimnasio. El Chi Kung me reordenó, aunque en verdad primero lo hizo mi esposa, que me dijo: “vos valés, pero estás en la nada”. Y entonces encontré una forma de canalizar una energía que a veces se vuelve negativa. A veces entro en trance y estoy así una hora y media. Son cosas interesantes y que te estimulan, porque generan endorfinas. También me meto en la literatura, o en la música... y me voy. ¡Esa es una actitud punk! Los años te van aplacando y uno busca conectarse a otras intensidades.

J. C. K.: –Después de una o varias veces que tocás fondo, te das cuenta de que vivís con muchas ilusiones, de que estás rodeado de muchas cosas que son al pedo, como la fama o el consumismo,y construís una serie de ilusiones que después no sirven para nada. Ahí empezás a darte cuenta de que lo más perdurable es la búsqueda de un sentido interior. Y descubrís que existieron tipos a los que antes les sucedió lo mismo. Como los budistas, por citar un ejemplo. Pero no me refiero al dogma, sino a la sensación que a esos tipos les brotó de adentro. A esa sensibilidad. La búsqueda de lo esencial que hay en el punk está muy cercana a eso. 

–Hablando de otras corrientes, el libro también desarrolla las influencias extramusicales de la filosofía punk, como numerosas películas y lecturas...

J. C. K.: –En la Argentina, los punks iban a la biblioteca anarquista y socialista José Ingenieros de Villa Crespo a estudiar anarquisimo. ¡Formaban grupos de estudios con textos de Bakunin, de Prudhon y de otros libertarios! Pero no llegaron a ese pensamiento solo por rebeldía o rechazo, sino porque tenían cierta consideración o respeto por otras personas que antes habían atravesado las mismas incertidumbres.

P.: –La influencia que más te marca es la que recibiste hasta los 25 años. Y ahí aparecen también libros de Herman Hesse o de George Orwell, o la película La naranja mecánica, que influyó a punks de todo el mundo, como por ejemplo a los alemanes de Die Toten Hosen. A esa película la vi varias en el cine cuando se estrenó acá, recién en 1985, y después la tuve en VHS, en DVD, y ahora en Blu-ray, aunque aún no abrí la caja. Porque, más allá de entender al punk como un movimiento filosófico y social, en el fondo estamos hablando de arte, ¿no?. En el nombre del punk rock se hicieron cosas como London Calling, de The Clash, que es realmente hermosísimo. ¡Desde Los Beatles que no hubo un disco así, con tantas canciones maravillosas! Eso lo creó el punk, que es convicción, laburo y arte. 

–¿Cuál sería la cara de ese sistema que el punk necesita obligatoriamente visibilizar para luego confrontar?

J. C. K.: –En otras épocas eso era, digamos, “más fácil”, en el sentido de que, si bien todo era más violento, al mismo tiempo el enemigo era más sencillo de reconocer. Hoy, en cambio, no sabés cuál es la cara del sistema que te convierte en un esclavo. ¿Son los fabricantes de tecnología digital? ¿Los productores de leche? ¿Quién es “el capitalismo”? Además, hoy hay mucho más control de antes. Nos tienen tan cooptados que ya ni les resultamos peligrosos. ¡Hasta nos dejan reunirnos para protestarles, desde el lugar que fuere! Distinto sería si el poder estuviese en manos de comunidades indígenas o de trabajadores rurales. Pero nosotros nos hemos vueltos inofensivos. Somos caramelos de limón para el sistema. 

P.: –Igualmente, nunca tomaría en serio a nadie que no se haya cuestionado el sistema, sea rico, pobre, de clase media, trabajador o venga del cielo. Entiendo al sistema como aquello que se nos impone como establecido e indiscutible y me resulta inconcebible que alguien no cuestione eso, el por qué y el para qué, y al mismo tiempo también interpelar el fin para el que estamos. Nuestro libro es para aquel que estuvo en desacuerdo... y también para el que sigue estándolo. 

–¿Acaso no es tiempo de pensar que la música, como hecho sociocultural, perdió la capacidad de movilizar multitudes?

P.: –Hoy, para llegar al rock, un niño debe sortear muchos obstáculos, como la PlayStation, el celular, o diversos dispositivos que lo incitan al embobamiento. A que escuchen todo el día la canción “Despacito”, porque se les entromete por todos lados. 

J. C. K.: –Tampoco nos olvidemos que el rock entró originalmente en un medio que era la cultura de la distracción. Lo que ocurrió fue que luego a esa distracción el rock le puso contenido, y ni hablar el punk. Así fue como se convirtieron en bandera de generaciones. Pero ahora la ecuación parece haber cambiado: estamos nuevamente llenos de boludeces que nos distraen.