El encuentro esta vez no fue en ese patio de su casa, techado por una glicina amplia y magnifica debajo de la cual se toma vino e ideas en iguales proporciones, allá en Berazategui. Y es una pena, porque ese cobijo natural desde donde se escucha el tren, es un buen universo.
Luis llega puntual a Plaza de Mayo y verlo venir es una buena certeza, porque hoy me sorprendió la oscuridad a las seis y media de la mañana, el pajarito ese que jode desde las cinco no cantó y el pronóstico dice ocho de mínima y veinticuatro de máxima.
No hay que alarmarse, los argentinos entendemos de entusiasmos frustrados y desorientaciones varias y reflejos a medio camino. Por eso estamos tan llenos de premoniciones y cábalas y encuestas de las que descreemos con una convicción de hierro hasta que aparecen. Es que a veces para seguir necesitamos de los auspicios de la clarividencia.
Luis Zarranz se recibió de periodista en el año 2002. Atravesado por el 2001, entre las asambleas y movilizaciones, su presente profesional se dividía en dos: por un lado no conseguía trabajo donde podía interesarle y por otro había ofertas de cosas que no lo representaban, entonces se fue a trabajar a una empresa textil, y durante tres años cortó telas para sabanas y acolchados, mal pagado y en negro, como casi todos. Los fines de semana ayudaba su espera dando clases de radio en la facultad, hasta que se armó la agencia de noticias Rodolfo Walsh y lo invitaron a arrimarse. La agencia acabaría uniéndose a Metaprensa, otro proyecto que llevaba adelante entre otros el periodista Pablo LLonto. Ahí interviene en un proyecto con Lucía García, quien era parte del equipo de prensa de Madres de Plaza de Mayo, que lo invitó a trabajar con ella.
Así fue que un día de junio del 2007 y bajo una lluvia fría de vientos cruzados, Luis llego con unos ojos de loco feliz, mojado, sacudiéndose la campera y los pies, pero intacto a “lo que era mi sueño real: trabajar con Las Madres. Yo comenzaba a hacer el masterado en derechos humanos y ellas eran mi referente, no solo directo, sino permanente, así que dejé todo y me fui para allá.”
En la Casa de las Madres, Luis conoció que los sentimientos pueden venir en cataratas, junto con “una mezcla de sensaciones. Por un lado el cansancio de las jornadas eternas, más la sensación de ser parte de esa historia, lo pensaba, lo sentía. Era todos los días, todo el tiempo.” De golpe llega una sonrisa cuando recuerda que “Hebe era una máquina. Te llamaba un 24 de diciembre y vos pensabas que era para saludarte por la navidad, y no: había que salir corriendo porque alguien tenía una necesidad o un problema que siempre era urgente. Y eso era Berazategui-Congreso en el momento. Nada de Noche Buena.” Y entonces los ojos y el cuerpo se le llenan de nostalgias.
Aquí viene un silencio que podemos llenar de recuerdos o de la mala música de este bar cercano a la Plaza de Mayo. Es un silencio que viene cargado de doce años de batallas a cargo de la comunicación de las Madres de Plaza de Mayo, día por día al lado de Hebe y que él se encarga de repartir: “éramos muchos y yo era uno más que formaba parte del equipo. De verdad éramos muchos.” Entonces del silencio se sale hablando de este momento, de lo que se pudo avanzar y de lo que se retrocedió, de que la nueva alegría sea la posibilidad de ir a segunda vuelta contra un psicópata, y que aparentemente zafamos por poco de quedar atrás de una dipsómana que recuerda -en todo- a Galtieri.
Luis tiene algunas claridades, que para eso sirve la experiencia: ”La vice de Milei reivindica la dictadura y solo de pensar en que pueden gobernar, da miedo y espero que no ocurra. Tengo en claro que ella es el cuadro político y él apenas el dispositivo para llegar. Ella tiene atrás de sí al partido militar, y una parte del poder que nunca tuvo representación partidaria y ahora la tienen y la van a tener en el congreso, en Argentina, a través de ella, que los representa al abrigo de las derechas en el mundo. Pero sí, ella es el poder real y él, el muñeco. Peligroso, sí, pero el muñeco”.
El debate del domingo pasado fue, claro, tema casi obligado y Zarranz mira para arriba y tuerce la boca, menea la cabeza porque tiene claro que “lo vi, pero rechazo los debates, eso no es la política, ese coucheo para hablar en un minuto, es reducir la política a un show, aunque los veo, claro, pero es algo apenas tribunero y me gana el enojo y la indignación. Yo doy clases, conferencias, sobre negacionismo y lo que vi me enfurece y me indigna, porque sé que no es solo discurso, es operación política para construir impunidad, rompiendo la barrera que se construyó durante tantos años. Nuestra democracia es demasiado generosa con esos personajes y da mucha bronca porque vi que el contrapeso estuvo pero fue poco, estamos retrocediendo incomprensiblemente en eso” y se queda meneando la cabeza, recordando las cosas que contaban las Madres, y otro silencio se extiende, porque son cosas horrorosas y no fueron públicas en su momento ni lo son ahora y no lo serán nunca. No desde él. Eran charlas casi susurradas, tomando mate en la cocina. Entonces vuelve al debate:” Hay un punto donde Milei parece Capusotto pero sin gracia y son todas provocaciones. Tenemos derechos que naturalizamos tener, que seguramente algunos están torcidos o funcionan mal, pero los tenemos, están y se pueden arreglar. Si ganan ellos vamos a perder todo mientras nos proponen una discusión delirante y te dicen que estas son las condiciones actuales, y ya.”
Su casa en Berazategui no solo tiene una glicina. Allá llegan con Sandra, su compañera, cuando vuelven del trabajo. Se conocieron trabajando en Madres, y cuando el amor deja espacio, las charlas se van hacia lo vivido y lo por vivir, lo cotidiano que implica lo que pasa en la carnicería, cuando ven que mucha gente entra y pide solo un bife, o preguntan para cuánto les alcanza con lo que tienen. Ambos saben que “vivimos operados por campañas de individualismo. Y parece que nadie escapa de eso. Incluso lo vemos cada vez más fuerte en el tren. Eso espanta, pero bueno, nosotros somos nuestra propia trinchera.”
Este hombre joven de cuarenta y dos años no vivió la dictadura pero sí sus resacas y la resistencia posterior con ejemplos tan concretos como que “Hebe durante años iba a La Plata en micro y cuando bajaba en la parada había siempre milicos que la corrían y la cagaban a palos y ella nunca quería que la llevaran ni cambiar el recorrido. No había cómo convencerla. Decía que hacer eso era rendirse, una derrota, ceder espacios. Con Hebe aprendí de una forma muy ruda que no hay que ceder espacios, que el pueblo no tiene que ceder espacios… pero no es lo que vino pasando, ¿no? Hay tanto siempre por hacer…”