La actriz que protagoniza Tesis sobre una domesticación, novela de Camila Sosa Villada publicada originalmente en la colección Biblioteca Soy de Página/12 a cargo de Liliana Viola y que se reeditó de la mano de Paola Lucantis por Tusquets luego de una reescritura, es una mujer exitosa que parece tenerlo todo y no deberle nada a nadie. Es interesante ese desplazamiento con respecto al punto de vista de los personajes que aparacen en Las malas o en los relatos de Soy una tonta por quererte.

Por estos días la escritora cordobesa repite en varios lugares dos ideas en relación a este lanzamiento: una subraya que “la protagonista mira a sus lectores desde arriba”; la otra indica que en ese proceso de reescritura “la Camila rica se puso a editar a la Camila pobre”. Esto puede sonar un poco desafiante, pero lo cierto es que la actriz que protagoniza Tesis está mucho más cerca de la realidad de esa mujer que se baja del auto con sus herméticos lentes de sol y su carterita dorada para entrar a un café de Palermo y hacer algunas fotos en las calles del barrio mientras desde un taxi alguien baja la ventanilla para gritar a viva voz: “¡Camila, te amo!”.

Cuando se le pregunta por ese cambio en el punto de vista, ella remarca que ahora también “hay una tercera persona un poco más arriesgada, más atrevida”, una narradora que “es omnisciente y a la vez tiene su opinión sobre lo que está contando, sobre la tesis que está haciendo”. “Ese movimiento tiene que ver con hacerme cargo de cómo cambió mi vida en los últimos años y cuánto nos podía perjudicar a las travestis el hecho de hablar siempre desde un lugar mendicante, como si siempre estuviésemos pidiendo algo para sobrevivir: respeto, trabajo, reconocimiento. La posición era desde abajo, con las manos abiertas y vueltas hacia la gente, casi como un mendigo. Por mi situación económica, hubo un momento en el que entendí que no podía seguir hablando así cuando todo cambió tan vertiginosamente”, explica a Página/12.

Sosa Villada dice que Tesis podría leerse como una novela de ciencia ficción porque “no existe ningún personaje así, al menos no en la farándula argentina, ni siquiera Flor (de la V) o Lizy (Tagliani)”, y aclara que esta actriz conoce su profesión: “No es alguien como yo, y eso que estudié teatro. Por lo general no llegamos preparadas; yo no llegué preparada a la literatura o al teatro y ella me parece que sí. Es una forma de estar por encima del lector. Por las devoluciones que recibía y las preguntas que se me hacían, me daba la sensación de que todo el tiempo estaban esperando ese otro posicionamiento”.

-Antes de la reescritura filmaste la película basada en el libro y decís que esa experiencia te permitió un conocimiento profundo del personaje, ¿no?

-Sí. Lo de la película fue como la gota que rebalsó el vaso de la idea que yo tenía sobre ella. Es como si se hubiera derramado hacia afuera algo que yo tenía entendido hacia adentro. Lo que se le pide, lo que le exigen, están todo el tiempo tratando de comerla. Fue algo que sufrí en el rodaje porque todo el mundo estaba encima pidiéndome cada vez más y me daba cuenta de que a veces no podía, pero tampoco podía irme. Entendí que era terrible lo que le pasaba a la protagonista, algo mucho más insoportable de lo que creía. En la primera versión ella no está tan harta, tan cansada, tan renegada. En la reescritura sí y me parece que eso tuvo que ver con la película.

-En Tesis hay varias escenas de sexo súper explícitas y muchas que recurren a lo sensorial. ¿Cómo fue la escritura de esos pasajes?

-Hace poco vi una entrevista en la que le preguntaban a Agustina Bazterrica por las escenas de sexo y ella decía que lo más importante era no ser pornográfica. A mí me gusta que sea muy visual, como si tuviesen la cámara puesta ahí, mirando todo. Siento que es como un baile y no sólo por las escenas de sexo. Hay momentos en los que conecto con la música, otros en los que me voy a descansar para tomar agua y luego vuelvo para seguir bailando: a veces sobre la mierda, a veces sobre la pista, a veces sola, a veces acompañada. Era importante trasladar un ritmo a esas escenas particulares, incluso las que parecen estar al borde. Por ejemplo, con el hermano. A la narradora le ponen un tema que le gusta y lo baila. Me gusta escribir ese tipo de escenas, provocar. Y es interesante que la sexualidad de las travestis esté contada de esa manera porque con cada uno coge de manera distinta: el esposo, el director, el borracho.

Camila cuenta que su madre –lectora y espectadora fanática de su hija– empezó a leer las primeras páginas pero cuando llegó a la escena en la que director y actriz tienen un encuentro sexual en el camarín, lo dejó porque le dio mucha vergüenza. “Escribí un libro que no puede leer mi mamá”, dice con asombro, y agrega que de algún modo opera como un límite para “un tipo de lector que se acercó a Las malas o a La novia de Sandro y sigue esperando que nosotras hablemos de determinada manera, que no cometamos incorrecciones, que seamos fieles a un tipo de ideología, a un movimiento como el feminismo. Que ella esté arriba de los lectores, que no sea pobre ni agradable, que no tenga paciencia ni esté mendigando: eso funciona como límite”.

-Una vez contaste que tu primer acto de travestismo fue en la literatura porque de chica ya escribías en una primera persona femenina. Tesis plantea un fuerte vínculo entre travestismo y actuación. ¿Cómo lo pensás?

-Durante mucho tiempo las travestis tenían como única posibilidad travestirse en el espectáculo y en la noche para evitar la matanza. Muchas travestis que conozco se lookeaban de chabón para poder hacer las compras en el barrio. El teatro siempre fue un refugio para nosotras. En la presentación del libro hablaba con Marcos Aramburu sobre cuán teatral es algo que no te enseñó nadie, que tenés que aprender desde la observación y la imitación. Generar un falsete en la voz ya es un montón. Me parece que lo teatral siempre fue parte de nosotras y seguirá siéndolo. Ojalá no lo perdamos porque parece que el artificio es menos real que un gesto espontáneo y no creo que sea así.

La cordobesa ama los buenos títulos y enumera algunos (de obras y libros) como si fueran versos con ritmo propio: Carnes tolendas, Llórame un río, Los ríos del olvido, El cabaret de la Difunta Correa, Putx Madre, Despierta corazón dormido, Las malas, Soy una tonta por quererte, El viaje inútil. También elogia títulos ajenos como el de Claudia Rodríguez, Vienen por mí, los de su adorada Marguerite Duras o sus colegas en Tusquets, Me verás caer (Mariana Travacio) y El cuerpo es quien recuerda (Paula Puebla). “Son títulos que ya tienen una música y dicen mucho sobre los textos”, afirma.

Con el auge de Las malas Camila tuvo que exponerse a demasiadas preguntas sobre los elementos autobiográficos presentes en la novela, como si el texto no tuviese una gran potencia inventiva en sí mismo o como si la ficción de esas travestis del Parque Sarmiento cruzadas con la Difunta Correa no fuese un gran cuento de hadas o incluso uno de terror. Hoy la autora habla de su actriz y se identifica bastante con ese desencanto que define al personaje y que ella misma experimentó al cruzar al “otro lado” del mundo que le habían prometido en su juventud: ella tiene todo según los mandatos sociales (familia, fama, fortuna, prestigio), y sin embargo nada le alcanza.

“Hay como un aburrimiento, un pesimismo sobre todo lo que la rodea –dice–. Es un combo entre la desilusión, el pesimismo, la inconformidad y el arrepentimiento. En la presentación no lo dije y podría haberlo dicho: es muy fuerte que ella se arrepienta y se pregunte por qué dio ese paso, por qué llegó hasta ahí. Por supuesto es algo que me pasa a mí también: hoy me arrepiento de muchas cosas, pienso que no era necesario llegar a ciertos lugares, dar ciertas respuestas o cruzarse con cierta gente. Las malas fue parte de un movimiento asociado al análisis para sacar afuera esas imágenes oníricas que se habían quedado en mí sobre las travestis del parque. Quienes leen esto piensan que esta mina no tiene problemas reales. En ese sentido, se parece un poco a mí”.

-En Tesis la dimensión del deseo aparece bajo distintas máscaras: el abogado, el director, el borracho, el medio hermano.

-Sí, Tesis sobre un incesto (risas). Todo eso fue apareciendo. Las figuras del medio hermano y el borracho se afianzaron mucho más en la segunda versión. El traductor de Francia dijo algo así como “las mil y una formas de desear” del personaje. Hay momentos de enamoramiento en los que no querés estar con nadie más, pero ella los usa como un escape o descarga a tierra, funcionan como pararrayos. Se acuesta con esos tipos y es como si eso la asentara un toque para luego volver a actuar los roles de madre, esposa, hija. El coqueteo con el hermano es muy peligroso y siempre está al borde, como a punto de suceder. Pero siempre bajo el abuso, nunca es algo consensuado. Hay un juego de poder muy fuerte ahí.

(Imagen: Verónica Bellomo)

En Tesis ningún personaje tiene nombre, ni siquiera la protagonista; todos están nombrados por sus ocupaciones o por el vínculo que mantienen con la actriz, astro central de la galaxia narrativa. Cuando se le pregunta por esa decisión, Sosa Villada dice que eso revela “la domesticación de un espíritu” porque “no somos escritoras, periodistas o fotógrafas; trabajamos de eso”. La cuestión identitaria es otro de los temas que aparecen en la charla y ella subraya: “El travestismo siempre fue mucho más que una identidad; es una experiencia. La experiencia de la calle y el insulto, nos guste o no. Me parece que hay que distinguir lo que es una chica transgénero de lo que somos las travestis. Siempre reivindico esa palabra porque para mí tiene una carga”. A propósito de eso, cuenta una anécdota de su viaje a Buenos Aires: “El otro día fui al programa de Gelatina, donde son recontra progres. Cuando hicieron el posteo en redes para anunciar que iba pusieron ‘actriz y escritora transgénero’. Y yo tuiteé: ‘Transgénero, qué palabra horrible’. Después lo borraron porque hubo varios comentarios y me dio un poco de culpa, pero sinceramente no era con maldad sino para aclarar que reivindico la palabra ‘travesti’”.

Con respecto a esos dilemas internos y públicos, Camila cuenta: “Fui como catorce veces al registro civil para cambiarme el DNI: iba, hacía la cola, me arrepentía y volvía a casa. Me preguntaba qué iba a pasar con esa rebeldía de ser travesti que implica estar por fuera. La Ley de Identidad de Género se hizo para poder terminar con los edictos policiales porque no podíamos salir a la calle sin que nos llevaran presas, pero recién hace poco pudimos empezar a salir sin la persecución de la mirada, el insulto o las agresiones. Hay una especie de fantasía que se fabrica alrededor de los derechos adquiridos y me parecía que había que reclamarlos de otra manera, ponerse un poco más brava, exigirlos de otro modo y no siempre contando nuestro sufrimiento”. Fue entonces cuando tuvo una especie de revelación. Camila lanzó Las malas en 2019, en 2020 llegó la pandemia y durante la cuarentena estrenaron la serie La Veneno. “Cuando apareció ella entendí que esa fiebre siempre está ahí y va a seguir estando”, confiesa.

En relación al universo de referencias que guió el proceso de escritura, dice que todas las que aparecen forman parte de su vida y son algo así como “un detrito onírico”. En esa constelación, las actrices son fundamentales: Anna Magnani es para Camila “la mejor versión de La voz humana, la única que la hace bien porque es tal como lo pide Cocteau” mientras que “todas las otras lo embellecen, lo estetizan”. También recuerda que durante la etapa de corrección se mató María Onetto y el año anterior se había suicidado Verónica Forqué, “para mí una de las mejores actrices que tiene España”. “Me acordé de Frances Farmer o Jessica Lange haciendo de Frances Farmer. Otra gran referencia fue la Didion y esa maldición de la heredera californiana que tiene todo pero nada le sirve”, agrega.

-Últimamente hablás bastante de la plata y eso llama la atención. ¿Por qué creés que incomoda?

 

-Yo hablo de la plata porque el contrato de Las malas fue por 30 mil pesos y ellos ganaron mucho dinero. Hablo de la plata para habilitarme a negociar mejores contratos. La gente que no quiere hablar de plata es porque la tiene. Me acuerdo de mi papá cobrando sus trabajos y diciéndole a su empleador: “Lo que a usted le parezca”. O mi mamá, que cocina muy bien, sin saber cuánto cobrar por un lemon pie que le piden para un cumpleaños. Es difícil ponerle valor a tu trabajo. Por eso hay que hablarlo, no hay que dejar ningún tema por tocar. Llama la atención que lo mencione o que reconozca que me gusta la plata, y también es una rareza ver a una travesti con guita.