En la Argentina la noticia de la muerte de Ziad Rahbani a los 69 años pasó prácticamente inadvertida, salvo para ciertos círculos de la intelectualidad árabe, pero en diversos medios internacionales alternativos resonó fuerte, con registros diferenciados. La heterogeneidad del abordaje obedecía a la amplitud creativa de este compositor, pianista, dramaturgo, actor, periodista y activista político, que parecía emular a aquellos polímatas de la cultura árabe clásica. Vivió intensamente y murió antes de tiempo. 

Rahbani reunió, mezcló y embelleció, en su vida y en su obra, pedacitos de ese cosmopolitismo que durante décadas caracterizó la vida del Líbano. 

Nacido en una familia cristiana ortodoxa griega, era hijo de un músico prestigioso, Assi Rahbani, y de una de las más famosas cantantes árabes de todos los tiempos, Fairuz. Aunque Ziad hizo música con ellos y para ellos, también se nutrió de todas las influencias que se cruzaban en Beirut. La formación clásica y el encuentro con el jazz, los diversos folklores de la región, la chanson francesa, el funk, el pop y hasta la bossa nova modelaron a un artista que parecía absorberlo todo. 

Esa antropofagia cultural -citando a Caetano Veloso en su caracterización de la música popular brasileña y el tropicalismo- se manifestó en discos notables como Houdou Nisbi (1985), Ana moush kafer (2008), Bennesbeh Labokra Chou (2010) y Live at Damascus Citadel (2008), entre muchos otros. El recital en Damasco que dio origen a este álbum todavía es recordado hoy, por muchos expatriados sirios, como uno de los últimos recuerdos felices de la vida en Siria. 

La muerte de Rahbani también es un golpe fuerte para el activismo político de izquierda en el Libano, un país destrozado por la guerra civil y por el asedio permanente del Estado de Israel. Como militante comunista con talento y sentido del humor, logró en todas sus expresiones artísticas filtrar una crítica mordaz que descolocaba a sus adversarios ideológicos, trascendiendo las divisiones sectarias de su país. El sábado, cuando se conoció la noticia de su fallecimiento, tanto el presidente Joseph Aoun como el primer ministro, Nawaf Salam, representantes de sectores religiosos diferentes, coincidieron en despedirlo con honores. 

Pero sus "héroes", en sus canciones y en sus obras de teatro no eran las grandes personalidades sino los hombres y mujeres de a pie, los olvidados por la geopolítica. Aquellos que apenas pueden hablar a través de sus artistas más queridos.