La escena es tan inmensa que se vuelve inabordable. La miramos desde lo alto de unas gradas donde algunos días después se sentarán personas fascinadas por el galope exigente de unos caballos que lxs harán perder o ganar. La anomalía de la contemplación en las tribunas de un hipódromo, que suponemos un espectáculo frenético, es el primer conflicto. Hay que saber dilucidar y encontrar a los personajes empequeñecidos por lo inconmensurable de las pistas de carreras. Ellxs allí, como diletantes, como un grupo de amigxs que se escaparon de la ciudad para adueñarse por un rato de esa extensión de espacio y de tiempo porque La Imagen grande habla de la posibilidad de no hacer nada, de pasar las horas entre amigxs con una guitarra y una conversación entreverada, propia de los veinte años.

La narrativa de esta obra se construye desde la imagen, de hecho los parlamentos podrían faltar y, seguramente, en esa contemplación que nos presenta distracciones y atractivos varios, nos desentendemos de las palabras. Lxs actores y actrices tienen que vérselas con un paisaje que lxs atrapa y disminuye. Esa descripción del espacio es el verdadero tema filosófico de La imagen grande que incluso podríamos pensar como una discusión con el antropoceno. 

Acostumbradxs a las instancias teatrales demasiado cercanas, donde la corporeidad de los actores y actrices es casi un territorio, aquí nos enfrentamos a la lejanía. Ellxs son un punto ínfimo, figuras que se nos aparecen como impersonales en torno a su fisonomía. El lugar puede ganarles el protagonismo, tal vez esa chimenea de alguna destilería ( es importante aclarar que estamos en la ciudad de La Plata) o esas pistas de arena que de tanto mirarlas parecen ondulantes como las aguas de un río, pueden despertar mayor interés que los movimientos de estxs jóvenes que conviven con un cineasta y su actriz como si se tratara de una escena de acciones paralelas, como seres extraviados en situaciones que podrían multiplicarse en esa arborescencia del paisaje.

La dirección de Irene Polimeni Sosa y Micaela Tapia trabaja con el contraste entre la lejanía de lxs intérpretes y un sonido (a cargo de Blas Bizzio y Alejandro Gunkel) demasiado cercano. La voz se escucha amplificada, como la banda sonora de una película porque La imagen grande parece tomar como referencia la pantalla de cine. Esto genera también un desdoblamiento de la actuación. Por momentos resulta difícil asimilar esas figuras pequeñas de Daniela Brunfman, Ulises D ‘Atri, Matías Marshall, Tadeo Macri, Francisco Manterola, Micaela Nardone y Lucrecia Varela que funcionan como una manera de decir que el humano ya no es el centro del mundo, que es frágil y que, tal vez, sometido a esa distancia se pueda observar más claramente como todos los otros recursos del ambiente logran determinarlo. 

Nosotrxs desde esa altura sentimos el viento, no estamos contenidxs por una sala, nos ubicamos en un espacio que no está pensado para la representación y entonces experimentamos un efecto de simbiosis con la situación ficcional. Nos metemos en la propuesta y nos vamos del mundo. Cuando volvemos a la ciudad, nos resulta extraña y nos sentimos más identificadxs con los personajes de La imagen grande que con ese estado citadino que nos obliga a otro ritmo.

La propuesta de Polimeni Sosa y Tapia se desarrolla a partir de una dramaturgia del espacio. La ubicación de los personajes, sus desplazamientos, el vínculo que establecen con el lugar genera un discurso que nos motiva a permanecer allí como si descubrieramos a esos sujetos, a su corporalidad humana, como un elemento nuevo. También se abre una instancia incierta para la actuación porque lo humano pierde envergadura y que pasa a ser un elemento más del entorno. Cuando hacia el final de la obra nos acercamos y podemos ver la cara de cada unx de los actores y actrices tenemos la sensación que la ficción terminó y que lo real no tiene que ver con el comienzo o el fin de la historia sino con esa cercanía.

La imagen grande se presenta los sábados a las 17 en el Hipódromo de La Plata.