Cuando algo es lindo no necesita marketing, se lee en una tira de Liniers. Es una frase que pronuncia Enriqueta, uno de los personajes más conocidos del dibujante, mientras contempla, junto a su gato Fellini, una noche estrellada e imponente que brilla como dicen que lo hacía el cielo antes de que el progreso urbano lo opacara. Se la podría adaptar para hablar de algunas desigualdades en la difusión musical de nuestro país. Se podría decir que cuando una banda es porteña no necesita marketing porque los medios de mayor alcance le van a prestar atención más temprano que tarde, aunque sea pegando y copiando una gacetilla. Y que el resto se arregle. ¿Cómo se explica, si no, que un grupo como Matilda, referente de la siempre interesante escena rosarina, con más de veinte años de carrera, no haya salido nunca en un diario de esta ciudad hasta este mismísimo día en el que ustedes leen esta nota a través de la web o la edición impresa? “En 22 años, es la primera vez que nos hacen una nota de un diario de Buenos Aires”, confirma Juan Manuel Godoy, cantante, compositor y letrista del dúo de electropop que integra junto a Ignacio Molinos y que acaba de publicar Bailando en la tempestad, su séptimo disco. Un álbum para poner el cuerpo y el bocho en acción. Letras que narran la desesperación de este momento en el que todo parece estar a punto de estallar con música que invita a bailar hasta que se acabe el mundo.

“El germen del disco arranca con la pandemia”, dice Juan Manuel, conocido como Checho, un apodo que se ganó luego de un partido de fútbol en el que emuló a Sergio Batista. Los temas de Bailando en la tempestad empezaron a aparecer en el encierro, cuando Matilda no pudo continuar con las presentaciones del que por entonces era su nuevo álbum, Imaginario popular, lanzado en 2019. “Las canciones que se fueron juntando arrancaron con eso y con todo lo que siguió ocurriendo a nivel social, político y económico. Entonces el disco tiene un color no tan luminoso como podrían haber tenido discos anteriores como El río y su continuidad. Tiene una paleta bastante más oscura en cuanto a letras y a la música”, explica. “Cuando el mundo se vuelve brutal/ Y las noticias dicen que todo es normal/ Cuando el río suena y no escuchás/ La creciente oscura nos puede tapar”, canta Checho en “Cuando todo”, la primera de las diez canciones de Bailando en la tempestad, que musicalmente se nutre de acercamientos al ítalo disco, el kraut rock y el retro lounge. El músico, de 45 años, dice que los temas todavía dialogan con el sentir general de este momento. “Es bastante contemporáneo”, calcula. “También tiene que ver que veníamos de dos discos de un electropop más luminoso. Los discos de los primeros 2000 tenían un tecnopop más darkie, y bueno, la edad y las cosas que te suceden también hacen que uno vuelva a las fuentes más oscuras”.


El orígen de Matilda no está alejado de la crisis. El grupo surgió como trío con una formación que integraban Checho, Ignacio y Maxi Falcone, hoy diseñador gráfico e historietista. En diciembre de 2001, en la semana en la que Racing salía campeón por primera vez desde 1966 y cinco presidentes pasaban por la Casa Rosada, los tres se encerraron en una casa abandonada para registrar los temas de Tres corazones rotos y un ordenador, el debut publicado en 2002. Ese álbum, influenciado por trabajos como Piano o Travesti, de Daniel Melero, funcionaba como un refugio ante el desastre que venía de afuera.

Las cosas cambiaron pronto. Maxi se alejó de la banda y Checho e Ignacio adoptaron una postura más activa a partir de su conexión con el sello Planeta X. “Planeta X, que todavía existe, era un colectivo musical que se organizaba de manera asamblearia y horizontal. Tenía un concepto político de cómo se tenían que hacer las cosas organizativamente. A la vez, Nacho participaba de la Biblioteca Anarquista de Rosario. Y para el segundo disco estábamos empapados de otras ideas”, cuenta Checho. El dúo se propuso hacer un proyecto bailable “pero que tenga letras que digan otra cosa, que no sea algo pasatista”. El resultado fue Formas de inventar nuestro destino, el segundo disco del grupo, de 2005. En 2023, Matilda encuentra un contexto casi ideal para aquel objetivo.

Foto: Lucrecia Ricciardi Rosenbaum

Ya desde la portada, inspirada en “Golpea a los blancos con la cuña roja”, de El Lisitski, el dúo penetra con una postura que alienta la independencia y busca agitar las tibias aguas del mainstream. Algunas letras, como la de “Amanecí”, podrían haber sido escritas por Pity Álvarez. Esa canción fue inspirada en el trabajo que Checho tuvo durante más de veinte años en un centro de salud de Villa Moreno, un barrio de la zona sur rosarina tan afectado por la violencia y el narco, que si uno escribe el nombre en el buscador del diario La Capital sólo surgen noticias policiales. El barrio también sirve de escenario para la narración descriptiva de “Lejos del centro”, la canción que cierra el disco, con Litto Nebbia como invitado. “Me parece que es necesario que esas letras estén, porque creo que la mayoría de la gente trabaja de lo que no le gusta, entonces me parece que hay que tirar ésa. Porque uno, al hablar de eso que le sucede, también está poniendo voz a otros que les pasa lo mismo”, explica, y reconoce que “a lo mejor en los ’90 era más común escuchar eso en una canción”.

“A medida que fue pasando el tiempo se fue perdiendo, a la gente ya no le gusta escuchar ese tipo de letras. Tengo la teoría de que les gustan otras cosas. Letras que hablen más de cuestiones de superación”, sigue. El grupo presentará el disco en octubre y noviembre con shows en Rosario, Santa Fe, Paraná y, quizás CABA en diciembre, aunque esto último no está confirmado porque “Buenos Aires es particularmente complicado”, intenta explivar. “Somos demasiado pop para el mundo del rock y demasiado rock para el mundo del pop. Hemos ido bastante, igual. Tocamos en Niceto y en miles de sucuchos”, dice Checho, que no suena convencido con la idea de regresar. “Nosotros ganamos mucho más tocando en el interior, para qué voy a ir a sufrir a Buenos Aires. Vamos cuando nos invitan o si hay algun lugar que puede estar bueno. Si no asomás en Buenos Aires no asomás en Argentina, pero nosotros hace 22 años que hacemos esto. A lo mejor suena mal, pero estamos cómodos como estamos”, dice, y no parece mal, después de todo, la idea de que no todos atiendan en la Gran Ciudad.