"Tener hijos es estar siempre esperando a alguien" dice Guadalupe Nettel en "Jugar con fuego", uno de los relatos que conforma Los divagantes, su flamante libro de cuentos editado por Anagrama. Allí vuelve sobre un tema que constela en su obra: la maternidad y sus lados filosos, tópico que en su última novela, La hija única, era una pregunta-rayo que atravesaba a los protagonistas. 

Ahora, unos años y una pandemia después, esta escritora nacida en Ciudad de México en 1973, también madre de dos adolescentes a los que vio padecer el confinamiento pero también las revelaciones de ese tiempo aparentemente muerto, va hilvanando sus tramas y personajes con algo de esa crisis mundial que empezó con el año 2020. No todos los relatos la mencionan pero los que lo hacen tienen la fuerza de la vivencia pegada al cuerpo. En "Jugar con fuego", una familia se reencuentra de otra manera en un viaje programado y corto fuera de la ciudad donde vienen estando encerrados tras el coronavirus, y algo de toda esa intensidad guardada se vuelve brasa en contacto con una naturaleza también sufriente, expuesta a una sequía atroz que destruye un bosque en cuestión de pocas horas. 

Pero ¿quiénes son esos divagantes? En el cuento que lleva el nombre del libro, Camilo es un uruguayo exiliado en México por la dictadura en su país. Solo él sabe lo que duele haber crecido lejos de su tierra pero tantos años después, ¿por qué quiere regresar? Algo de ese impulso se explica en la trayectoria del albatros, un ave que cinco años después de partir vuelve a su punto cero, tras haber andado kilómetros por el océano. Pero no es sin heridas que siempre vuelve. Ahí parece hacer pie el concepto que, como un hilo de oro, se va mostrando en las narraciones. Nettel arma una estructura segura, sólida, que tiene en cuenta al lector pero también lo lleva a lugares incómodos con mucha elegancia, como en el primer cuento, que un abuso por parte de un tío sorprende a la protagonista como algo que la alegra, no que la indigna.

¿Cómo nace este libro de cuentos después de escribir una novela rebusta como La hija única

--Es el género que más me gusta, en el que más libre me siento, y que además me permite hacer piezas diferentes. Saqué algunos cuentos del proyecto original, al final agregué uno. Es mas juguetón el género. Es borrón y cuenta nueva cada vez, eso me gusta mucho. Después de una novela que me costó bastante trabajo escribir, a nivel anímico y de trabajo, un libro de cuentos fue perfecto, lo que necesitaba.

¿Cómo surgieron estos divagantes?

--Tenia algunos cuentos, terminé de escribir "Los divagantes" y ese tema del albatros que se va por ahí y deja todo tirado era un bonito hilo conductor y tuve ganas de hacer un libro con ese tema, que además es muy afín a mis gustos. Después escribí el resto para completar el libro. El concepto es suficientemente abierto como para incluir distintas cosas, tuve ganas de buscar solidez más que libertad.

¿Cómo quedaste despues de La hija única, que se publicó en la pandemia?

--Terminé al inicio del 2020 y después vino el confinamiento, la incertidumbre, los niños en casa y demás: fue un bajón horrible. Yo había soñado por tanto tiempo con escribir pero en la pandemia no pude, con todas esas horas muertas… Escribía y todo me parecía feo y aburrido y lo tenía que tirar. Luego me dio anemia, yo pensé que era una depresión o que era parte de ese bajón, pero tenía cuatro de hemoglobina. Ahí con ese estado mental y físico de debilidad escribí "El sopor", "Jugar con fuego" y "La puerta rosada". Y en ese momento me parecían horribles. Después los trabajé mucho pero cuando los empecé a escribir pensaba "¿por qué estoy escribiendo esto tan feo?".

"Jugar con fuego" expone qué pasó con los adolescentes entrando en pandemia. ¿Algo de eso estaba pasando en tu casa?

--Sí, me costó bastante trabajo, lo tuve que reestructurar varias veces. El tema de la pandemia me interesaba mucho, creo que son intentos de elaboración de un momento muy particular donde tenés la sensación de que el estado te controla, las noticias, los rumores... Los viejos sufrieron mucho, tengo amigas a las que se les murieron los padres y que estaban en perfecta salud, entonces realmente tuvo un costo muy alto. Los personajes están enojadísimos y no saben bien por qué. Mis hijos no fueron a la escuela por más de un año y eso fue brutal. Una tarde mi hijo lloraba y yo le preguntaba por qué y él me decía "no sé" y claro, yo sí sabía, pero no tenía forma de arreglar esa angustia. En esos momentos normalizamos lo que pasaba pero realmente fue muy heavy. Creo que vamos a tardar en elaborarlo, estamos empezando a cicatrizar recién ahora y pasan otras cosas horribles. Entonces este libro tuvo un lado catártico y un lado gozoso, no fue un libro que haya sufrido mucho. 

¿Por qué en "La impronta" la protagonista no vive el abuso de su tío como tal?

--Muchas veces he visto gente abusada que ni se dan cuenta que están abusando de ella. Como el famoso "amiga, date cuenta" que se volvio hashtag. El abuso es muchas veces manipulación, sobre todo cuando es dentro de una familia; y eso es lo que me parece más fuerte e interesante literariamente. Vale la pena denunciar esa complejidad: la chica al final entiende algo, finalmente la impronta que dejó su madre es más fuerte que la del tío, y si siguiéramos la vida de estos personajes siento que varios años después le va a caer la ficha, algo que suele suceder.

También hay espíritus en Los divagantes, un lado fantástico. Ya coqueteaste con ese género en El huésped, no?

--Me gusta estar en este territorio limítrofe entre lo fantástico y lo realista, que el lector no sepa adonde está parado. "La puerta rosada", "El sopor", "Jugar con fuego", algo del orden de que se te aparezca un fantasma o ruidos… siempre tratamos de normalizarlo y este territorio limítrofe entre la psicosis y lo real, en varios de mis textos lo he hecho y me gusta mucho. Todos tienen que ver con algo que vi o que escuché, el de la araucaria por ejemplo, estaba en un edificio donde viví, en un barrio de casas bajas había un árbol que estaba cayendo. Llamé a Protección Civil para que hicieran algo y me dijeron que no podían porque el árbol estaba en propiedad privada y la familia dueña de ese terreno no quería tirarla abajo. Empecé a preguntarme por qué una familia no querría tirar abajo un árbol que podría aplastarla, qué representa para ellos. Además las araucarias son raras en México, son mas bien del cono sur. 

¿Cómo encontrás el panorama literarios después del boom de las autoras mujeres?

--Hace poco, un escritor cubano, Carlos Manuel Alvarez, dijo en Nueva York, en una feria de libros, en una discusión con Gabriela Wiener, que fue un acto piadoso, que fue por lástima haber publicado tantas mujeres en la última década. Hay mil cosas que a mí me gustan de él, está a la cabeza de la resistencia cubana del movimiento de San Isidro. Yo no estaba ahí pero sé que discutió con Gabriela y claro, los machos alfa de la literatura no dan crédito de cómo fueron barridos y la falta de atención que tienen de los medios porque los medios están todavía viendo a las autoras. Como toda acción provoca una reacción, y claro que iban a reaccionar al feminismo, no se iban a dejar sacar sus privilegios así nomas. Los avances de las derechas me dan miedo, lo de Argentina ahora mismo me da pavor. Las mujeres van a tener que salir a la calle, una vez más. Nos estan dando la lección de que un derecho hay que pelearlo todos los días, imagina que llegue este payaso al poder en tu país… Hay que estar siempre en pie de lucha. Es un horror pero esta ocurriendo eso.