Esa tarde gris y sofocante del 5 de diciembre de 1990, Martín Sivak encontró a su madre llorando al pie de la escalera mientras una amiga la sostenía por el hombro. “Papi”, fue todo lo que ella le dijo o le alcanzó a decir, y él enseguida lo supo. Corrió por el jardín y después se tiró de cabeza a la pileta. Aguantó, ahí sumergido lo más que pudo. Tenía 14 años y no andaba bien en el colegio pese al tratamiento con flores de Bach que hacía por recomendación de los médicos. Después de saber que se había formalizado la quiebra de Buenos Aires Building, su banco, Jorge Sivak, padre de Martín, decidía tirarse por la ventana del departamento familiar de la calle Posadas. “Esa escena me costó muchísimo publicarla, decidirme. Son recuerdos muy incómodos pero a la vez muy nítidos, que siempre llevé y llevo conmigo. Yo no quería que el libro fuera un regodeo en el dolor, pero hubiera sido deshonesto no contar ese día”. 

Martín Sivak hace silencios prolongados, saca el aire con fuerza antes de responder, y su voz se vuelve tan tenue que hay que hacer un esfuerzo para escucharlo por sobre la música de fondo y el ruido de la máquina de café. Y finalmente lo dice, a modo de síntesis: “Fue desgarrador escribir este libro. Me costó administrar la emoción y encontrar un tono. Nunca reescribí tanto. Tampoco es una catarsis, porque no escribí todo lo que sentía. Aunque en ningún momento se volvió algo insoportable que no me permitiese seguir escribiendo”.

El salto de papá plantea un borde pocas veces transitado en nuestro campo literario entre memoir y documento periodístico. Martín Sivak, periodista y autor de las biografías de personajes tan disímiles como Mariano Grondona y Evo Morales, y de dos tomos que conforman una suerte de “biografía” total del diario Clarín que próximamente se publicará en los Estados Unidos, esta vez se dispuso trazar un perfil conmovedor, por lo íntimo y honesto, de su propio padre. Jorge Sivak fue banquero y marxista (o banquero marxista). Había abandonado el PC para integrar las Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL), fue preso político durante el gobierno de Lanusse y finalmente adquirió visibilidad con ocasión del secuestro extorsivo y posterior asesinato de su hermano mayor, Osvaldo Sivak, en uno de los casos de mayor repercusión mediática y política bajo la dictadura, en 1980, justamente conocido como “el caso Sivak”. 

El salto de papá debiera leerse tanto como un registro de memoria personal como colectiva. Un “detrás de las noticias” contundente y arrollador, que obliga a tomar conciencia del estatuto de trauma que cobra la tragedia hecha pública para la familia. Cómo aquello que para los otros es apenas un desfile de imágenes en los medios, una noticia que puede captar la atención e incluso la angustia ciudadana, determina de manera irrevocable la vida de sus protagonistas. La nota de Clarín, por ejemplo, incluía una foto del edificio de la calle Posadas con una flecha punteada con el recorrido del cuerpo. “Durante esos años usé todos sus sacos. El gris de empleado junior, el negro de Dior y sus tres gabanes oscuros. Nadie me recuerda de otra manera: vestido de negro o vestido de papá. Empecé a usar su reloj soviético de cuero y números romanos sobre fondo blanco. Me dejé crecer la barba”, cuenta Sivak al comienzo del libro. Y, también, cómo se vio obligado a su edad a ponerse el corbatín del colegio y asistir disfrazado de hombre a las reuniones con abogados para hacerse cargo del colapso de la empresa familiar que se había tragado a su padre: Buenos Aires Building. “Ese imperito”, como lo llamará el hijo.

¿Por qué escribiste este libro?  

–Qué difícil contestar eso. Quise entender el sentido de la vida de mi papá, el sentido de su muerte.   

¿Buscaste, o encontraste, algo reparatorio en la escritura misma?

–No sé si reparatorio. No quise hacer nada asertivo, ni abusar de la interpretación. Tampoco encontrar una gran respuesta a por qué se mató. A mis 15 años yo quería tener claro por qué se mató. El libro no da respuesta. Antes del libro tenía las mismas preguntas, hipótesis y dudas que tengo hoy y que me acompañarán siempre. Quizás el libro refleje esas dudas. 

¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Te planteaste una estrategia narrativa?

–No fue tan racional. El libro tuvo dos grandes impulsos, el primero fue ese mail privado que le mandé a mis amigos cuando se cumplieron 11 años de la muerte de mi papá, el 5 de diciembre de 2001. Yo tenía 26. Intenté convertirlo por primera vez en una nota periodística, trazar un perfil de él. Por primera vez tuve la necesidad de contarles a mis amigos y a mi hermano quién era. Pero fue un texto privado, y aunque siempre lo tuve muy presente a mi papá,  obsesivamente presente, jamás pensé que terminaría escribiendo un libro. Yo escribía sobre otras personas y de pronto es incómodo verse en el papel de dar detalles de la propia vida cotidiana. El otro impulso vino cuando nació mi hijo en mayo de 2010. Ese mes posterior escribí el capítulo sobre el secuestro de mi tío con mi hijo a upa y desde entonces aunque no hubo una escritura constante, no paré. 

Una vez avanzado el libro, ¿cómo fue la decisión de incorporar testimonios de amigos, empresarios y políticos?

–La primera parte la escribí durante los cinco años que viví en Nueva York donde fui a hacer un doctorado. Esa distancia me ayudó a escribir recuerdos emotivos, que es lo que predomina en la primera parte del libro. Cuando Gabriela Esquivada leyó esas 80 primeras páginas –que tampoco son las de ahora– me dijo: “Falta la voz de tu papá”.  

Fue casi una interpretación.

–Sí. Es que a veces me resultaba abrumador escribir sobre él y me lo seguía topando cuando me encontraba con los otros que habían estado en relación con él en diferentes momentos y de manera fortuita. Ahí fui por el absurdo de entrevistar a los amigos, al peluquero, al psicoanalista, a los banqueros. Absurdo, digo, porque supuestamente yo tengo el monopolio de la historia. Pero el cariño de todos a los que fui entrevistando por mi papá, fue lo que me hizo seguir.

¿Ese padre que te devolvían en las entrevistas era el mismo que recordabas?

–Hubo cosas que me sorprendieron. Por ejemplo, él estuvo preso en 1972 durante la dictadura de Lanusse y en 1984 Lanusse venía a almorzar cada quince días a mi casa y se encerraban en el escritorio junto con el historiador León Pomer porque supuestamente estaban escribiendo un libro sobre el Ejército Argentino. Cuando le pedí a Pomer si me podía pasar algún capítulo de ese libro, me dijo: “¿Qué libro?”. Nunca había existido tal libro que mencionaba mi padre.

¿Por qué creés que tu padre se reunía con Lanusse?

–Mi padre tenía la ilusión de la influencia, creía que había que tener  una red de relaciones, formar un frente nacionalista entre civiles y militares. Algo que para la mayoría en Argentina ya estaba caduco. Él era un tipo generoso, atento, y entrador y buscaba propiciar alianzas. A mi casa venían dirigentes políticos, militares, empresarios.

Contás que 1989 cuando vos eras un chico, él te llama a su escritorio, te dice que deben ir “a parar un golpe militar” y van a una quinta en la provincia a hablar con Seineldín. ¿Recordás cómo vivías ese tipo de situaciones?

–Mi papá era de la idea de que los niños teníamos que ir a vivir en el mundo de los adultos y participar, interesarnos. Debíamos esforzarnos por entender un país. Cuando salimos de esa reunión con Seineldín me dijo: “No digas nada en la escuela, que esto quede entre nosotros”. Y yo guardé el secreto. Fue una de las pocas veces que salimos sin custodia. Pero yo no lo veía como quien piensa “qué irresponsable mi papá”. Me fascinaba el mundo de la política. Y cada vez que pasaba alguien público por casa, mi papá decía “preguntale”, “entrevistalo”. En ese sentido fue formativo. Él murió en diciembre de 1990 y en marzo del año siguiente empecé los talleres para chicos periodistas que daba PáginaI12. 

Xavier Martín

UNA CAMISA BLANCA Y JEANS SOCIALISTAS

El nacimiento del propio hijo revivió los fantasmas, cuenta. Mientras Martín Sivak trajinaba ida y vuelta el piso 12 de ese hospital de Nueva York donde nacería su primogénito, su padre se le vino a la mente: “Hubiera sido un señor de casi setenta años, achacado por la vejez”. Días más tarde se sentó a escribir. “Llevaba a mi hijo contra mi cuerpo, en su cama-mochila. Lo miraba chuparse los dedos. El aire del ventilador le daba en su cara”. Lo primero que escribe Sivak es el fatídico 6 de noviembre de 1987 cuando secuestran a su tío Osvaldo. Cuando ve llorar a su padre por primera vez. Lo cuenta así en lo que sería más tarde el capítulo 8 de El salto de papá: “Terminamos sentados, él en su silla y yo sobre una de sus piernas. Me pidió que esa tarde no faltara a clase de inglés y que repitiera a mis compañeros y a las maestras que no sabía nada del secuestro”. 

Pero fue imposible. Desde la ventana del colegio, Martín Sivak vio lo que de ahí en más sería parte de su cotidianidad: un custodio se apoyaba sobre el capot del auto de su madre. Desde ese día, también dejaría de andar en bicicleta, porque aquellos hombres no iban a permitir que se alejara más de cinco metros. 

El secuestro de Osvaldo Sivak –empresario en ese momento al frente de Buenos Aires Building y que ya había sido secuestrado por primera vez en 1979– se convirtió en causa nacional durante el gobierno de Alfonsín y formó parte de la serie de secuestros extorsivos pertrechados por la llamada mano de obra desocupada: policías y militares que habían sido parte de la estructura represiva de la dictadura. Ricardo Ignacio Bulletti fue quien dio la orden de asesinar a Osvaldo Sivak, paradójicamente, uno de los policías que había ayudado a la familia durante el primer secuestro y al que se lo había recompensado con dinero (se construyó su primera casa) y con un puesto de custodio en la empresa. Desde ahí pudo planificar el segundo operativo. Cuando fue detenido años más tarde declaró: “Osvaldo Sivak era un buen tipo”.

El abuelo Samuel Sivak, fundador del “imperito”, fue de los primeros inmigrantes judíos llegados de Ucrania, Rusia y Besarabia al interior de Entre Ríos. Iba a trabajar con la única camisa blanca que su madre lavaba todos los días, y llegó a convertirse en un empresario poderoso e influyente, asociado al Partido Comunista, dueño de mineras, financieras e inmobiliarias. Ante la muerte de Osvaldo, le exige a su otro hijo que se ponga al frente de  Buenos Aires Building. Así es que Osvaldo Sivak se convierte en un banquero marxista que “prestaba mal y cobraba peor”. Su nieto lo explica de esta manera: “Empezaron los negocios disparatados con el declinante bloque socialista, como exportar Pumper Nic a Polonia, durmientes a Hungría, naranjas a Checoslovaquia; importar la tecnología soviética para operar el astigmatismo y la tela denim para fabricar jeans socialistas en la Argentina. Se animó a proyectos locales poco viables, como recuperar sanatorios o fábricas de aceites quebrados o explotar una mina de carbón en Río Turbio”. 

Al duelo por “el colorado” Jorge Trieste, su mejor amigo y compañero de militancia,  desaparecido durante la dictadura, no solo se sumó el de su hermano Osvaldo, sino que Jorge Sivak debió soportar otro duro golpe: el cisma familiar. A días del funeral, la viuda de Osvaldo, Marta Oyhanarte, publicó los borradores de su diario íntimo como Tu ausencia, tu presencia. En sus 386 páginas no solo no hacía un solo reconocimiento a su cuñado sino que lo dejaba mal parado. Aparecía “como un culpable, no como otra víctima”, resume Sivak. Oyhanarte –que más tarde empezaría una carrera política en la UCR pero sobre todo en Poder Ciudadano, que fundó junto con Luis Moreno Ocampo– no llamó a la familia luego del suicidio y ya no se vieron más. Tampoco con sus primas. Una de ellas, Analía Sivak –también periodista– escribió en abril de 2013 un testimonio de vida para Clarín que tituló: “Hace 27 años secuestraron y mataron a mi papá: aún hoy lo extraño”.  

El libro sobre el padre está dedicado a tu tío, ¿por qué?

–Mi tío fue un segundo padre para mí, alguien muy importante en mi vida. Es el día de hoy que sueño que vuelve con su pantalón de corderoy y el suéter atado al cuello.  Ahora me doy cuenta de que los adultos sabían que no había chance de que apareciera con vida, pero mi hermano y yo hasta último momento lo creímos. Los recuerdos más felices de mi vida son con mi tío, mis primas, en familia.

¿Cómo fue la reacción de la familia y los allegados ante la salida del libro?

–Sé que a algunos de los amigos de mi papá les cayó mal. Pero bueno, esta no es la historia oficial de una familia sino las memorias de un padre. Y como tal, arbitraria y selectiva. Decidí qué contar y qué no. Por ejemplo, hubo cosas que me contó el psicoanalista de mi papá y que no las puse. Lo más inesperado fue que recibí cientos de mensajes de gente que no conozco, contándome historias sobre sus padres. 

Hay una bronca explícita en el libro, varias a decir verdad. Con Marta Oyhanarte, con Jardín de Paz por la exhumación, con tu abuelo, con los que según tu lectura estafaron a tu padre o se abusaron de su bondad. 

–Sí, claro, parte del libro es la expresión de esa bronca. La bronca es un gran motivo para escribir. Aunque son broncas diferentes. Con la familia hubo conflicto a partir de la aparición del cuerpo de mi tío. No me resulta grato hablar de eso... Samuel era una de las personas sobre las que más me costó escribir, sentía una gran distancia. Habían pasado 20 años de su muerte y solo tenía el mito familiar de que cuando había empezado a trabajar tenía una sola camisa blanca que su madre le planchaba todos los días. Hasta que investigando para el libro sobre Clarín en Washington, encontré un documento en los Archivos Nacionales donde constaba que en 1960 Samuel como dueño de Minera Aluminé, había almorzado con un funcionario de la embajada de EE.UU. Los norteamericanos sospechaban –y tenían razón– que la minera era de Samuel y del Partido Comunista. Entonces decidí escribir a partir de ese hecho. Más tarde fui a buscar sus orígenes a Entre Ríos, pero me equivoqué de pueblo. En otro momento hubiese tenido el reflejo periodístico de ir, quedaba a 80 kilómetros, pero fue un alivio sentir que podía prescindir de contar desde que nació hasta que murió como en una biografía. 

Durante la entrevista al analista de tu padre, le preguntás qué lo hubiese salvado. Y él te responde de manera contundente: “Irse de Building”. ¿Qué pensás?

–Él tenía el mandato de continuar la empresa. Quería estudiar sociología o Historia y mi abuelo le dijo que estudiara “algo útil”, y entonces estudia abogacía. Mi padre entra a la empresa y nunca más se desvincula. Después de la aparición del cuerpo de su hermano él asume en la empresa una función administrativa para la cual no tenía ninguna condición, era permisivo con los malos socios, excesivamente generoso. Es cierto que gran parte de la declinación de la empresa fue responsabilidad de mi papá. También entiendo a Samuel, le matan a un hijo, y otro se suicida…Pero la mayoría de los testimonios coinciden en que había de parte de él una mirada exigente, desapegada, casi cruel. Al final de la vida de mi papá, cuando entra en una depresión profunda, su padre no cumplió con su rol de padre, no lo acompañó.

¿Cómo fue entrevistar para el libro a tu hermano?

–Fue de las situaciones más absurdas que viví, pero fue una decisión que él estuviera en el libro de esa manera. El es músico y vive en Francia hace 20 años. Lo entrevisté en 2011, pero la carta que está al final es de hace dos meses después de que terminó de leer, y es lo que más me emociona de todo el libro. No sabía cuál iba a ser su reacción. “Vas a ser la única persona que lo lea y vas a tener veto sobre algo que te moleste”, le dije. Y no solo que no objetó nada sino que el libro ya estaba en imprenta y él seguía mandándome recuerdos. Nosotros habitualmente solemos hablar de mis padres, de mi tío. No es que no se habla de los muertos. Pero la experiencia de hablarlo en la entrevista fue algo diferente.   

Hay uno de los entrevistados que te dice que lo mejor que te pasó en la vida es no ser hijo de rico. “Sos un seco pero zafaste”, te dice. ¿Te identificás con esa idea?

–Sí, es verdad. Nunca lo pensé así. Hasta los 15 años fui un chico rico. La pregunta contrafáctica de los historiadores en este caso aplica: nunca me puse a pensar cómo hubiese sido si fuera rico. Con mi hermano somos afortunados, a los 18 años ya trabajábamos y estudiábamos de lo que nos gustaba.

De algún modo tu padre se cuidaba de parecer rico, andaba en un Fiat, nunca tenía plata en la billetera. Pero a la vez vivían en una casa de 1600 metros y vos ibas a un colegio muy exclusivo de zona norte. ¿Cómo vivías esa contradicción?  

–Él tenía esa impostura, no se lavaba la cabeza con shampoo porque era de burgués. Pero una vez un chico de la escuela dijo: “Los zurdos con plata ¿por qué no se van a vivir a Cuba?” y eso recuerdo cómo me marcó. Pero lo que más me afectó y que produjo el gran cambio en mi vida fue cuando desaparece mi tío y se hace un caso público. Mi papá salía en los diarios, en la televisión y teníamos custodios. Cuando íbamos cada sábado al supermercado me impresionaba ver que lo reconocían. A partir de ahí no recuerdo una vez que no me dijeran: “Tu apellido ¿tiene algo que ver con...?” También me marcó  algunas de las mentiras fragantes que publicó la prensa. Me provocaba gran indignación.  

Debe haber sido un impacto convivir de chico con la depresión de tu padre. 

–Sí, porque podía adivinar su angustia. Antes de suicidarse fumaba 60 cigarrillos por día, se levantaba en medio de la madrugada y era capaz de bajarse dos tarros de mermelada en una noche. Tomaba pastillas para la depresión, para despertarse, para acostarse. En ese último tiempo estaba totalmente entregado, lloraba todos los días, no iba a la oficina. Tampoco a la cancha porque tenía miedo de que lo detuvieran, aparecer esposado era su gran miedo. Él había sido un preso político y no había algo más intolerable para su vida que ser preso por fraude económico. Lo llamativo fue lo que sucedió dos días antes de su muerte. Era el levantamiento carapintada, se habían roto todos los aparatos electrónicos de la casa, todo se venía abajo, solo quedaba un televisor de 14 pulgadas en mi habitación y ahí estábamos mirando juntos el levantamiento cuando quiso saber. Me preguntó: “¿Qué te parece?”. No era habitual en él preguntar, él más bien hablaba. Recuerdo perfectamente su pregunta. No me acuerdo qué le respondí. Todo ese tramo final fue la convivencia con un papá que se iba extinguiendo. No culpo a nadie de lo que pasó, yo creo que había algo muy profundo que lo angustiaba y no pudo con eso. 

¿Te sentís un testigo sobreviviente de esa trama familiar?  

–Hubo pérdidas pero muchas ganancias. Una de las cosas que más me gustaba de mi papá es que a pesar de haber sido víctima del asesinato de su hermano y la desaparición de su mejor amigo, él nunca asumió el discurso de la víctima. Si hay un legado, ése es su legado. No me perdonaría escribir desde el lugar de víctima.

El salto de papá Martín Sivak Seix Barral 309 páginas