Aunque ahora es una novela gráfica de coqueta edición rojo encendido, el primer asomo de Gravidez en sociedad fue apenas un dibujo sobre una cajita de remedios. Así lo recuerda la autora PowerPaola en la contratapa de este libro, que escribió para su camarada Júlia Barata, con un asombro a la vez de amiga y de fan. Pero el asunto no termina ahí: sobre envases de crema para las estrías, sobre pedazos de servilleta de hospital, sobre cuadernos usados e incluso sobre libros de texto. Sin perdón y sin clemencia. Dibujos trazados con avidez y con urgencia expresiva tan feroz, que pronto transformaron cualquier superficie cercana a la autora en un potencial material de trabajo. 

Hace cuatro años, la arquitecta y artista portuguesa Júlia Barata desembarcó en Argentina y encontró en la historieta autobiográfica un modo de hacer catarsis personal ante un torbellino de eventos que atravesaba en su vida. Una ajetreada migración a Buenos Aires desde Porto, un sorpresivo embarazo justo en medio, y todos los entresijos que le siguen a las mudanzas y las familias. Al principio, lo hizo sobre cajitas de cosas y cuadernos en soledad, esperado en una sala de hospital con su hijo recién nacido. Luego, lo sublimó en tardes de dibujo y conversaciones intensas junto a otras autoras que conoció recién llegada a la Argentina, como La Watson, María Luque, Sole Otero y la misma PowerPaola, todas historietistas que han estado un buen tiempo explorando la autobiografía, que además se reúnen ante el proyecto de autoras Chicks on comics y que la alentaron a continuar su dibujo en superficies más acotadas. Y muy pronto, a partir de este huracán de estímulos en el país de la historieta, lo cristalizó en fanzines tan bellos como salvajes, con tantas técnicas como historias, autoeditados y difundidos con algo de timidez inicial. 

Pero ahora Gravidez, su primera novela gráfica, decidió abandonar las servilletas y los cuadernos secretos para siempre y ha tenido su segundo lanzamiento en sociedad, convertido en un librito de tomo y lomo. A través de Musaraña Editora, con el ímpetu temerario y curioso que caracteriza a este sello editorial y que antes apostara por obras de Diego Parés, Ana Galvañ o David Paleo, el libro se presenta como una recopilación de todos estos pequeños fragmentos dibujados y borroneados con premura, que luego se convirtieron en una historia que tematiza la inmigración, la maternidad, el sentido de pertenencia y las familias sanguíneas y adquiridas. Momentos de su vida, reordenados ahora de forma más narrativa que dispersa, que hablan sin ninguna impostura pastoral ni costumbrista acerca de distintos tipos de relaciones afectivas, con gran sentido del humor y un registro gráfico tan arrollador como una fuerza de la naturaleza. 

La autora, que se define a si misma como dibujante por deformación profesional, también hace gala de sus habilidades como arquitecta, capaz de levantar edificios tan fácilmente como de destrozarlos con una bola de demolición punk. Dibujando su historia personal en medio de deslumbrantes interpretaciones de paisajes arquitectónicos del mundo y otras construcciones espaciales tan arrebatas y etéreas como las que salen de su propia imaginación. “¡Pero no es un caos! Es pensado ¡Yo organizo el caos como quiero!”, se ríe, mientras cuenta que su última adquisición fue una caja de Chris Ware, muy maravillada por su visión sincrética de las ciudades, a pesar de que sus propios dibujos, móviles y fluidos, parecen habitar un mundo bien alejado de ese registro –incluso del registro tradicional del cómic– y que por momentos podrían confundirse con un grabado precolombino, con una pintura expresionista o con una canción de Tom Waits. 

“Argentina es un lugar increíble para hacer esto, porque aunque tiene una larga tradición en el ámbito de la historieta, también tiene una gran movida de autores que presentan resistencia a la convenciones del cómic, a ese tipo de humor o esa viñeta rígida. Piensan que también hay otras formas de narrar, es algo como la abolición de la viñeta”, dice Júlia, que está sentada en un café cerca de su casa en la zona de Florida, donde se ha asentado desde que llegó al país, aunque antes  vivió en Mozambique, Lisboa, Porto, Amsterdam y Barcelona, y donde siempre trabajó como arquitecta, con inclinaciones artísticas pero sin divisar el cómic como una posibilidad. Aunque ahora, rápidamente haya sorprendido al entorno con su potente libertad autoral y convocada al libro El Volcán, la inminente antología realizada por Musaraña en colaboración con la Editorial Municipal de Rosario, que reúne autores de historieta con inquietudes por la experimentación y la diversidad gráfica y temática. 

Tiene sentido para ella, forma parte de un ambiente historietístico que convive con los fanzines y la autoedición y que aunque parece ser cada vez más críptico y experimental, también lo es cada vez más convocante. Todo en medio de un feliz renacimiento del cómic en Argentina, que además del entusiasmo por retomar tradiciones, congrega a una cantidad de autores y editores que lo problematiza y que piensa que puede nacer en cualquier lugar, de cualquier oficio o de cualquier vertiente artística. Lo sabe Júlia también, como autora migrante, que desde niña ha generado para sí un natural remix de culturas, idiomas y expresiones artísticas. 

“Veo que hay una influencia y un imaginario estético que se va acumulando con diferentes contactos de los lugares donde he estado. Veo en lo que hago tanto del movimiento y la expresividad de los batiks africanos de donde me crié, como de las películas de Woody Allen que miraban mis papás cuando era niña, en el personaje torpe e incómodo que elijo para representarme a mi misma. Creo que esto del viaje contamina todo lo que hago, incluso la parte gráfica”, dice. 

Por eso su siguiente novela, es un proyecto en esa línea, más ambicioso y bien temático que se refiere a las cuestiones que la convocan: pertenencia y contradicción. Entre relato histórico y autobiográfico, una novela sobre su generación: la de los hijos de portugueses nacidos en Mozambique antes de su independización, y el viaje hacia una construcción de identidad propia entre los dos lugares. “Es un lugar de grises que tiene dolores y placeres y del que yo formo parte. Tanto en lo gráfico como en las historias, para mi la joya es la contradicción. En lo autobiográfico y en la historieta en general he encontrado algo purgativo. Para hablar de cosas dolorosas pero también desde el absurdo y desde el humor”.