¿Qué dejó, entonces, la séptima temporada? En primer lugar, un notable cambio de ritmo, aun sin desdeñar esas calmas escenas de diálogo con mucho jugo. Algunos se quejaron de la rapidez con la que, por ejemplo, Jon Snow llegaba de Winterfell a Dragonstone y de Dragonstone al norte del Muro, olvidando que existe un recurso llamado elipsis y que, de verdad, uno no necesita enterarse de todos los pormenores del viaje. Snow decide ir a ver a la Reina de los Dragones (quizá su decisión más sensata de los últimos capítulos) y al episodio siguiente ya está en el castillo, listo. Y así con todos los movimientos de los personajes, y está bien: hay que avanzar. Quizá los que protestan hoy son los mismos que hace un par de años protestaban por la morosidad de algunas acciones. Hay gente a la que le gusta quejarse por quejarse nomás, sobre todo en las redes.

Siete episodios que, para colmo, pasaron como un suspiro. Entre la primera escena de “Dragonstone” --Arya Stark con la cara de Walder Frey, sirviéndole a todo el clan un cóctel mortal-- y los muertos atravesando el Muro en “The dragon and the wolf”, pasaron apenas 41 días. Demasiado poco para las ganas de más que provoca la serie de Martin, Benioff & Weiss. Los ejecutivos de la cadena se frotan las manos y palmean satisfechos sus espaldas: los 10,11 millones de espectadores del debut en EEUU se convirtieron en más de 12 para el finale, y eso sin contar repeticiones, streamings y, lógicamente, el resto del mundo. Ellos son felices con la expectativa y hacen cuentas para la temporada final. Pero uno tiene ganas de montarse aunque sea en un caballo de calesita y aullar dracarys, dracarys, dracarys.

¿Qué dejó, entonces, la séptima temporada? En primer lugar, un notable cambio de ritmo, aun sin desdeñar esas calmas escenas de diálogo con mucho jugo. Algunos se quejaron de la rapidez con la que, por ejemplo, Jon Snow llegaba de Winterfell a Dragonstone y de Dragonstone al norte del Muro, olvidando que existe un recurso llamado elipsis y que, de verdad, uno no necesita un capítulo entero con los pormenores del viaje. Snow decide ir a ver a la Reina de los Dragones (quizá su decisión más sensata de los últimos capítulos) y al capítulo siguiente ya está en el castillo, listo. Y así con todos los movimientos de los personajes, y está bien: hay que avanzar. Quizá los que protestan hoy son los mismos que hace un par de años protestaban por la morosidad de algunas acciones. Hay gente a la que le gusta quejarse por quejarse nomás, sobre todo en las redes.

El ritmo del body count, en cambio, se mantuvo más o menos a la par del historial. No era fácil empardar la parrillada al fuego verde ordenada por Cersei en el Septo de Baelor (los seguimos extrañando, Margaery y Loras Tyrell: además, Finn Jones ahora es Iron Fist, y ciertamente perdió con el cambio); pero Arya y el combo Daenerys/Drogon hicieron sus propias faenas al por mayor como para mantener los números. Y esta temporada significó también la partida de personajes como Lady Olenna --con un inolvidable parlamento final ante un Jaime azorado--, Thoros de Myr, las Serpientes de Arena, los odiosos Tarly, Benjen Stark, Viserion –ay-- y el mismísimo Lord Baelish, a quien probablemente los guionistas liquidaron porque ya no le quedaba clan por traicionar. ¿Hay que contar también a Beric Dondarrion y Tormund Matagigantes? La destrucción del Muro no permite mucha esperanza, aunque nunca se los vio caer; al cabo, si uno se creyó tan fácilmente lo de Jon Snow volviendo de las profundidades de un lago helado infestado de muertos vivos, todo puede ser. ¿Acaso no habrá final feliz para el salvaje pelirrojo y Lady Brienne? ¿Justo después de perder a su resucitador oficial, el hombre de la espada flamígera vuelve a encontrarse con la muerte? ¿No desearía el pobre Jorah Mormont haber sucumbido a la soriagrís antes que verse nuevamente condenado a la eterna friendzone de Daenerys?

(Y en tren de preguntar: ¿qué les costaba concedernos el satisfactorio espectáculo de Ed Sheeran bañado por aliento de dragón?)

Se terminó Game of Thrones por un buen tiempo, y ahora apenas queda el chusmerío. Esta semana rebotó mucho eso de que Bronn y Cersei nunca coinciden en pantalla porque Jerome Flynn y Lena Headey fueron pareja y las cosas no terminaron del todo bien: he ahí el grado de desesperación por comentar algo, lo que sea, de la serie. Pero también hay lugar para algunas apuestas por lo que vendrá y el producto de la afiebrada imaginación de los fans. El mismo Isaac Hempstead Wright debió hacer comentarios sobre la teoría de un foro thronero que señala que en realidad el Night King es el mismo Bran Stark / Three Eyed Raven, que al ver a los muertos avanzando sobre Westeros hace un viaje temporal, intenta meterse en el cuerpo del monarca de ojos azules para dominarlo y queda allí atrapado. “Me parece un poco traída de los pelos, pero debo decir que si hubiera visto lo de Hodor en un foro también me hubiera parecido delirante”, dijo el actor. Teniendo en cuenta que él mismo provocó el desastre en la caverna donde el empleo de Cuervo de Tres Ojos lo tenía Max von Sydow, y que él mismo fue responsable de que el pobre Wylis se convirtiera en Hodor... bueno, la teoría ya no parece tan traída de los pelos. Y la verdad es que, con todo el cariño que se les tiene a los Stark, no son de tomar decisiones muy sensatas. Eddard perdió la cabeza por no ser un poco más pillo; Robb quebró su promesa de casarse con una Frey y fue a meterse en el salón de Walder para una inolvidable Boda Roja; a Rickon nunca se le ocurrió correr en zigzag, con las consecuencias conocidas; Sansa sólo pensaba en casarse con el adorable Joffrey. De Jon Snow ya se dijo bastante, y de todos modos ya se sabe que en realidad es un Targaryen.

Sea 2018 o 2019, habrá mucho por desmenuzar, volver a ver y reanalizar de Game of Thrones, por pasión o por puro aburrimiento nomás. Incluso puede suceder que en algún momento alguien, en un rapto de memoria entre tantos sucesos impactantes, se acuerde súbitamente de la Septa Unella... y ni siquiera se preocupe por elaborar una teoría sobre qué fue de su vida, o de su muerte. Shame.