Este 30 de octubre estamos cumpliendo cuarenta años del proceso electoral en el que los argentinos y las argentinas, con el voto popular, comenzamos a escribir un nuevo capítulo en nuestra historia. 

Hace cuarenta años las calles del país se llenaron de un pueblo que festejaba sabiendo que estaba viviendo un momento histórico, sin importar de qué partido político o ideología era cada uno. Lo que importaba aquel 30 de octubre era que los argentinos nos habíamos hermanado en un sentimiento común, la conciencia de que habíamos conquistado la democracia, y que ella sería los cimientos de la casa común que queríamos construir para los tiempos. 

Ese espíritu había permeado en todos los intersticios de nuestra sociedad. La necesidad de participación se sentía en las calles, en los colegios, en las universidades. Los debates políticos cruzaban los medios de comunicación pero también los comercios o los clubes y los partidos políticos incorporaron a una generación que desde hacía años luchaba contra la censura, la represión y la muerte. Era el reverdecer de una sociedad que había atravesado la etapa más oscura de su historia y estaba comprometida en nunca más volver a retroceder en el camino que la lleve a consolidar una democracia estable y potente.

Han pasado cuatro décadas en las que hemos recorrido el mayor período ininterrumpido de vida democrática, después del proceso de inestabilidad institucional que se inauguró en 1930 con el primer golpe de estado a Hipólito Yrigoyen. En estos años el camino estuvo plagado de obstáculos, pero eso no impidió que lográramos transitar un proceso de construcción democrática que se encuentra entre los más destacados del mundo. La victoria de Raúl Alfonsín aquel 30 de octubre nos permitió, en conjunto con todas las fuerzas políticas democráticas salir de la oscuridad, saltar una barrera que hasta ese momento parecía prácticamente imposible y lograr que los jerarcas de la dictadura, aquellos que tenían la fuerza y el poder de las armas, pasaran a tener que enfrentar a la justicia de la democracia.

Este tránsito de recuperación nacional, de restauración del Estado de derecho y de sanación de heridas muy profundas pudo consolidarse sobre la base de los pilares de memoria, verdad y justicia que la resistencia de los sindicatos, los organismos de derechos humanos y los movimientos populares habían empezado a gestar antes de 1983

En estas décadas aprendimos que la democracia es el respeto por los derechos existentes, y es la lucha permanente por la conquista y ampliación de nuevos derechos, que se originan en las necesidades que todavía están insatisfechas. Defenderla implica promover la equidad, la igualdad de oportunidades y los mecanismos de justicia redistributiva basados en la solidaridad. A su vez, es un sistema de gobierno en el marco de un estado de derecho, pero también es un sistema de vida basado en el pluralismo y la igualdad. Me estoy refiriendo a que somos una sociedad compuesta por hombres y mujeres que entendieron, desde aquel momento, que su vida individual formaba parte de la vida de sus semejantes. Que sus sueños y esperanzas no podían ser ajenos a los sueños y las esperanzas de sus compatriotas.

Fue una ética de lo colectivo, de lo compartido, que constituyó en sí misma un propósito político a partir de 1983 y que colocó a nuestro pueblo, hasta nuestros días, en la firme determinación de defender y profundizar los derechos políticos, pero también sociales y económicos, que tanto nos costó conseguir.

Para alcanzar los consensos elementales sobre los que se asentó nuestra democracia fue necesario gestar una unidad nacional que permitiera construir ese futuro colectivo. Aquel 30 de octubre ganó Alfonsín, pero como él bien dijo, no había derrotado a nadie. Nadie había perdido, porque todos y todas empezamos a recuperar la paz, la libertad y la defensa de la vida. 

En este camino complejo, la sociedad argentina logró superar muchísimas dificultades en la búsqueda de que la fortaleza de la democracia radique en el empoderamiento popular y en la protección de los principios constitucionales que constituyen nuestra bases como nación, apostando en cada coyuntura, aún en las más criticas, por más institucionalidad. En cada una de esas coyunturas, cuando parecía que estaba en riesgo el futuro de la nación ante la posibilidad de caer en un abismo insondable producto de las distintas circunstancias que hemos atravesado en los últimos cuarenta años, emergió la unidad entre los argentinos. Una unidad que implicó articular acuerdos transversales entre las dirigencias políticas, la sociedad civil, el movimiento obrero, las organizaciones sociales y empresariales, entre otros actores fundamentales, que permitió fortalecer las bases de la legitimidad democrática. En una muestra de sabiduría que pocos pueblos en el planeta han tenido, la sociedad argentina ha sabido en estas décadas diferenciar las contradicciones principales de las secundarias y unirse detrás de objetivos mayúsculos cuando estuvieron en juego los valores que en aquel 1983 decidimos, en conjunto, nunca más abandonar.

Por eso debemos en este 2023 volver a recordar que la democracia no es un hecho consumado, la estamos haciendo cotidianamente. Es una elaboración inagotable, que no se termina en su definición sino que se expande en el resultado de las acciones que despliega todos los días. Los argentinos aquel 30 de octubre exigimos ser protagonistas de un destino común y soberano. Aprendimos que si no queremos quedarnos en una mera libertad formal que le dé la espalda a las condiciones materiales con las que se debe ejercer la libertad, debemos recuperar la igualdad como valor esencial. Afianzarla implica, a su vez, recuperar el rol del Estado al servicio de cada argentino que reclama, en un contexto dinámico y cambiante, garantizar y ampliar derechos que solamente la democracia permite alcanzar.

Cuando estamos cumpliendo cuarenta años de una elección que ha pasado a ser un hecho enorme y fundante de nuestra patria, tenemos que asumir el compromiso de darle un nuevo impulso a nuestra democracia frente a aquellos que quieren menoscabarla. Un impulso que logre nuevamente ampliar en el imaginario colectivo el principio de que la democracia no es solamente la posibilidad de elegir a nuestros representantes sino que es el espacio de convivencia donde florezcan oportunidades, desarrollo, justicia social y bienestar para todos y todas.