En su paso por el país, la investigadora mexicana Cristina Híjar González brindó una conferencia llamada “Poéticas en lucha. Utopía y Resistencia”. Allí hizo un recorrido sobre diversas organizaciones, comunidades, sectores sociales, víctimas, sobrevivientes en lucha por la vida, contra los megaproyectos devastadores, las desapariciones forzadas, las violencias de género, la criminalidad institucionalizada, la precarización y el mal vivir como única opción de futuro, que llevan adelante una lucha incansable por hacerse visibles desde el arte, a través de la vía poética. 

¿De qué manera disputan el sentido estético? ¿Cómo se articula ese trabajo con la imaginación y la creatividad como herramientas para mantenerse y ubicarse dentro del discurso social?. En una entrevista con Las12, Cristina cuenta sobre esa disputa de sentido estético desde los márgenes de la hegemonía en todos los niveles y ámbitos, a partir de su experiencia personal, política y en diálogo con sus trabajos de investigación. ¿Es posible afectar la realidad social? ¿Cuestionar al capitalismo extractivista desde el arte? ¿Cómo nos imaginamos esos horizontes?

Cristina se formó en una Universidad Semi Pública de México, donde muchos maestros habían sido miembros de una organización de los setentas en México que se llamó Frente Mexicano de Trabajadores de la Cultura. Además su padre es filósofo y se especializa en arte, entonces desde muy chica estuvo cercana a la investigación artística y las artes visuales. Es por eso que hace 30 años se dedica a realizar investigaciones, hoy radicadas en el Centro Nacional de Investigación de Artes Visuales. Su trabajo ahonda en las búsquedas de los colectivos artísticos de los 70s en México hasta la iconografía zapatista, sobre este tema realizó un libro y un documental, también un cuaderno de calcomanías zapatistas. 

“Todo mi trabajo me fue conduciendo hacia la relación entre el arte y la utopía, después ya todo lo de que tiene que ver con la praxis estética al calor de los movimientos sociales, a partir de entender los aportes que se pueden hacer con los recursos y las técnicas artísticas”, indica Cristina que trajo en su equipaje una manta bordada por su familia que dice “Volveremos por todos los caminos volveremos” y un 43 en contraste con las letras rojas, haciendo alusión a los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, ‘Raúl Isidro Burgos’, que desaparecieron en Iguala, Guerrero, la noche del 26 de septiembre del 2014. Un hecho que tras las últimas investigaciones lanzadas por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) fue calificado como "crimen de Estado" y por el que las familias aún siguen exigiendo justicia. La manta representa, para ella, un símbolo comunitario y de pertenencia, ya que lo confeccionó en un colectivo familiar del que forma parte.

¿Cuáles son y qué buscan esas poéticas de lucha con las que te encontraste?

--Pretenden constituir un frente diferente que aporte otra forma de conocimiento sensible, que logre una afectación subjetiva. Creo que limitarse a un ejercicio de la política programática no genera un real cambio de subjetividades. Sin embargo los artistas, mejor dicho los trabajadores del arte y la cultura, tienen mucho que aportar.

El arte muchas veces se presenta como excluyente y elitista, sin embargo vos hablas de los márgenes: ¿cómo se conjugan estos conceptos?

--El arte como cualquier otra actividad humana y productiva en el capitalismo, está sujeto al mercado. Los zapatistas lo dijeron, el otro arte y la otra cultura para distinguirse sobre todo esa connotación que tienen los términos "obra de arte" "el artista", "el circuito del arte", "el mercado". Ellos plantean el otro arte y la otra cultura, que en realidad es el arte y es la cultura, los otros son ellos porque son ajenos a todo lo demás que ocurre en el ámbito social. Así nos diferenciamos, la realidad es que en los carnavales, en las fiestas, en los duelos, en las luchas, en las protestas, siempre hay la presencia de estos signos y símbolos que nos permiten decir y abordar lo indecible. Nos permiten constituir lenguajes artísticos a través de un stencil, en un grito de consignas, una coreografía, un mural, un bordado, una ilustración, un pegote, fuera del circuito legalizado de lo artístico, pero que sin embargo son nuestros signos y nuestros símbolos expresados. Esto hace que todos puedan acceder aunque no tengan los recursos artísticos, pero muchos compañeros deciden ponerlos al servicio de una causa.

En la conferencia aseguraste que es urgente y necesario poder afectar la dimensión afectiva de lo social ¿a que te referís?

--Se trata de afectar algo más que el metro cuadrado que tengo alrededor. Preguntarse cuándo, en dónde, para quién, al servicio de quién o de qué hacer las cosas que hacemos, en cualquier actividad profesional que nos encontremos. Desde los 90s me dediqué a registrar fotográficamente todo esto, tengo un archivo de miles y miles de imágenes de stencils, volantes, stickers una colección muy amplia de quiénes llamo artistas ciudadanos, aquel que asume su momento histórico y su lugar social y hace algo con ello. Lo hago también con la teoría, el trabajo fino de buscar autores que no sean europeos que nos observan, sino latinoamericanos que hablan de las propias experiencias, que reflexionen sobre nosotros. Porque todo este universo del que hablamos, tiene una posibilidad de teoría, incluso podemos crear nuevos conceptos para explicar lo que vemos y lo que ocurre. Tengo una particular inclinación en acudir a este tipo de fuentes, de autores y producir mis propias reflexiones. Cuando existían las revoluciones centroamericanas y los procesos de liberación nacional, por lo menos me tocó Nicaragua y El Salvador, yo me preguntaba cómo es posible que pueblos enteros logren una insurrección popular. No es una clase media, no son los letrados, a veces como los zapatistas con palos en la mano logran la transformación de un estado de cosas. Me preguntaba en qué reside esta transmisión de posibilidad de otra cosa, de otro futuro, de otra realidad. Entonces me metí a estudiar esta cuestión de las utopías, sobre todo autores latinoamericanos que lo han abordado.

¿La utopía desde que lugar y con qué significaciones?

--Utopía como un no lugar, no como algo inalcanzable sino al revés asentada en la historia como como una idea, una propuesta que desde el futuro alimenta las prácticas del presente. No una utopía de evasión ni ahistórica, sino asentada en la realidad histórica que puede lograrse, aunque siempre se corra, como decía Galeano. Una utopía inspiradora desde el futuro a través de prácticas concretas en el presente.

Para Cristina Híjar, el arte expresa y capta el sentimiento colectivo y el espacio de resistencia donde se puede hacer visible la utopía. Foto: Jose Nico.



¿En ese sentido cuál sería la hegemonía?

--Un concepto muy cuestionado, yo me refiero a la hegemonía como el status quo, los circuitos cerrados, el poco acceso y recursos a las posibilidades de expresión. Y de este lado todo aquello que no pide permiso, una dimensión estética que tiene que ver con el conocimiento sensible. Es donde están nuestros sentimientos, sensaciones, emociones y esto que da lugar a ideas que necesita ser transformado, porque la dimensión estética es alimentada todo el tiempo por programas idiotas en la televisión, por canciones que te forman modelos de amor, de pareja, de mujer, de hombre, de trabajo, de arte entonces esta formación subjetiva necesita estar todo el tiempo cuestionando. La dimensión estética está en disputa y tenemos que pelear por la formación y la generación de nuevas subjetividades, para sentir, desear, pensar, querer de otros modos, poner el cuerpo para hacerlo posible.

¿Cómo se ve el afecto reflejado en estas organizaciones de las que formás parte?

Se trata de esta doble acepción del afecto: afectar en términos de movilizar, de transformar, de conmocionar, pero también del sentimiento de la emoción. Estamos siendo testigos de la necesidad de no restringirse a lo puramente político, una política entendida como nos la hacen creer de una clase dirigente, clase política para la que tienes que pertenecer a un grupo, a un partido, una política programática. Sino el ejercicio de lo político como un asunto de lo común, de la construcción común en la que todos tendríamos que estar inmersos. También tiene que ser una reconstitución del tejido social, de la humanidad, de la casa común, que es este planeta, del barrio, del trabajo, de la familia, de nuestros afectos. De ahí la insistencia de generar comunidades político afectivas y cuidar la parte emocional. Algo que al menos en la experiencia propia no se veía en esas formas de organización dónde lo personal era despreciable, no debías sentirte triste o mal porque compañera no es la onda.

¿Dónde la ves reflejada?

--En los colectivos artísticos, todo el movimiento social desde los 90 del siglo pasado, con los globalifóbicos, indignados, el 15 M, la toma de plazas, todos acontecimientos extraordinarios que rompen el continuo histórico que generan otra realidad política y afectiva. Cuando una experimenta eso, cuando estás en el momento donde no hay ningún otro momento donde quisieras estar, cuando marchan las mujeres, cuando cantamos juntas a Vivir Quintana o bailamos Las Tesis. Cuando te sientes que aunque no conozcas a las que tienes al lado piensan soy porque somos. Es difícil porque todos vivimos en la contingencia, no hay ni los espacios ni el tiempo. Pero de pronto hay momentos en que eso es posible y hay que aprovechar para alimentar esta parte subjetiva, emocional y afectiva que nos permita continuar porque esto va para largo. Nuestros enemigos que impulsan el capitalismo por despojo, el extractivismo, la cancelación de los derechos laborales, ellos si tienen objetivos a largo plazo. Nosotros tenemos que empezar a pensar en largo plazo y solo se puede hacer de manera colectiva.

Las raíces

El padre de Cristina, Alberto Híjar, fue detenido desaparecido en el 74 en México, es de los pocos sobrevivientes. Un hecho que marcó a la familia, que mas tarde se involucró con la revolución salvadoreña y que a raíz de la detención desaparición de los 43 normalistas en México, empezaron a asistir a todas las movilizaciones y a confeccionar mantas con inscripciones para visibilizar el caso. 

“Una manta convoca mucho, nosotros retratamos a maestros normalistas, que habían sido guerrilleros en México muy emblemáticos con frases fuertes y contundentes”, dice mientras extiende la propia. Son una familia que funciona como un colectivo, junto a su padre armaron una página de facebook en la que publican convocatorias, materiales y textos políticos. “Ustedes en Argentina llevan 40 años en democracia y ya pasaron por todas estas discusiones sobre la memoria histórica para nosotros es todo nuevo, opinar significa exponerse”, reflexiona. 

Antimonumento en honor a los 43 normalistas asesinados en  Ayotzinapa, quienes desaparecieron la noche del 26 al 27 de septiembre de 2014, tras ser atacados en Iguala por la policía municipal de Huitzico y Cocula.

Un ejemplo poético político que trae a la charla Cristina es el movimiento anti monumentos: “son esculturas de metal de mínimo tres metros de altura que refieren a un acontecimiento social grave, es un recuerdo inamovible, son reclamos de protestas sociales y el primero se levantó en el 2015, es un 43 que tiene un signo de más para incluir a todos los 120.000 desaparecidos que tenemos en México”, dice. Estos anti monumentos se instalan colectivamente de forma anónima y siempre se monta al calor de una marcha. 

“Es el acto de plantarles un símbolo y que lo tengan que ver todos los días en el centro de la Ciudad, por donde están las secretarías de Estado, el Palacio Nacional”, cuenta Cristina y agrega que muchas veces hubo amenazas de que serán retirados, pero las personas hacen veladas y vigilias para evitarlo. En ese sentido aclara que el gobierno de Lopez Obrador afirmó que no van a quitar ninguno pero igual son espacios cuidados por la ciudadanía, un alerta visual, un reclamo permanente que mantiene viva la memoria histórica.