En el tercer largometraje de Fabián Fattore nada parece existir por fuera de la vida (y la obra) de Analía Couceyro. Es ella la actriz del título, por cierto, una de las intérpretes más talentosas de su generación, pero merced al poder de la sinécdoque su figura puede representar a otras actrices. A cualquier otra actriz. No parece casual que la primera escena la encuentre en un ámbito doméstico, la cocina de su casa, en plena repetición de algunas líneas de diálogo de la obra De Materie, del holandés Louis Andriessen –que tuvo su estreno a comienzos de este año en el Teatro Colón–, líneas particularmente difíciles de memorizar, marcadas además por la imposibilidad de alterar el orden o intercambiar algunas de sus palabras. “Pierre, mi Pierre. Ahí yaces. Totalmente quieto, como un pobre herido entregado al sueño”, insiste una y otra vez, en ocasiones mirando de reojo el machete, en otras cerrando los ojos en un esfuerzo por retener cada sílaba. En Actriz no hay recepciones, cócteles ni alfombras rojas. Ni siquiera aplausos después de la función.

El director de Malón y Línea sur concentra la mirada en los ensayos, los descansos, las sesiones de maquillaje antes de subir al escenario, las pruebas de luces, una clase junto a sus alumnos, algún momento hogareño. En lo que seguramente fue un trabajo intensamente colaborativo –al menos durante las instancias de rodaje–, la actriz de El pasado y varias películas de Albertina Carri (además de una ingente cantidad de puestas teatrales, tanto en su rol de intérprete como en el de directora) revela algunas de las facetas menos glamorosas de la profesión, destacando el esfuerzo físico y mental necesarios para la preparación de un papel. “Odio filmar de noche. Terminé comiendo una hamburguesa de soja a las cinco de la mañana”, le comenta a la encargada de retocar su cabello antes de salir a escena y representar por enésima vez su personaje de Coti en la obra Constanza muere. Seguramente se refiera a algunas escenas del largometraje Me casé con un boludo, su última aparición en la pantalla grande.

Más trabajo: ensayos para una puesta en el Malba, la preparación de una performance junto a Fernando Noy... Y un momento junto a dos niños pequeños, sus propios hijos, en el cual la adopción de múltiples papeles –una anciana, una enferma, un monstruo, una cantante de ópera– adquiere un sentido radicalmente lúdico, un juego de interpretación que remeda a las primeras “actuaciones” durante la infancia. “Quiero ser un rato yo misma”, termina suplicando, agotada. En un bello blanco y negro, Actriz es tanto un retrato de las actividades profesionales de Couceyro como el registro documental de un oficio visto a través de su pequeños e inmensos esfuerzos rutinarios, esas zonas intermedias que suelen quedar ocultas a la vista de todo aquel ajeno al detrás de bambalinas.